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Evitar la fatiga

Mario Roberto Morales

Sobre escritores y best-sellers en países de analfabetos.

Pocos días antes de subir al avión hacia Costa Rica –en cuya Costa Atlántica estoy tomando el sol como Dios manda–, me informaron que mi novela Jinetes en el cielo (Barcelona: Vaso Roto Ediciones, 2012) fue el libro de ficción más vendido por la Librería Sophos, de Guatemala, en el 2013. Y aunque estoy consciente de que ser best-seller en Guatemala equivale a algo así como a ser el mejor astronauta de Namibia o el más notable físico nuclear de Tangamandapio (el terruño amado de Jaimito El Cartero), no dejé de alegrarme con la noticia, al extremo de que decidí hacer una presentación pública de la novela en este país, en febrero próximo, con el fin (sádico) de persistir en el insuperable hobby de enfurecer a mis enemigos de aldea. Lo cual constituye un homenaje a los mismos, pues, sin ellos, no sé qué sería de mí, ya que no tendría entretención alguna que valiera la pena cuando –muy a mi pesar– estoy de vuelta en lo que con derroche de cursilería los locutores de programas de marimba denominan “mi jirón patrio”. Además, con ello también honro a quienes me leen sin odiarme y así les agradezco una lealtad que no se puede pagar con nada del mundo.

Decía Cioran que “Las fuentes de inspiración de un escritor son sus vergüenzas; quien no las descubra en sí mismo o las eluda está condenado al plagio o a la crítica”. Ojo, que dice “las fuentes de inspiración” y no los contenidos de los libros. Siguiendo esta lógica, yo agregaría que la aceptación de un libro por parte de los lectores implica el hecho de que éstos pueden -–sin correr el innecesario riesgo de escribir literatura y por lo tanto de sucumbir al plagio o a la crítica– regodearse en sus respectivas debilidades, viéndolas como exclusivas del autor que leen, mientras se refugian del frío en la cálida comodidad de su casa o toman el sol, como lo hago yo ahora, leyendo un drama de cuatro paredes de Jane Austen y una historia de cinco continentes de John Le Carré, mirando el Caribe costarricense mientras fraguo el siguiente capítulo de la novela que llevo casi a la mitad.

Contradiciendo a Cioran, debo decir que la crítica me parece un ejercicio intelectual digno y útil, siempre y cuando no responda a la lógica del “bestselerismo”, pues ¿de cuándo acá las ventas son un criterio de calidad literaria? ¿Qué relación puede haber entre el volumen de ventas de un libro y sus virtudes estéticas, sobre todo sabiendo que el gusto de las masas es moldeado por la publicidad y el mercadeo y que, por ello, todo consumo masivo es un acto vulgar y de mal gusto, así se trate de relojes, pollo frito o novelas? Debo decir en mi favor que ser best-seller en Guatemala no equivale a vender miles de ejemplares de un libro, pues eso contradiría la naturaleza analfabeta y casi ágrafa de su “ciudadanía”. Y que, por esa esencia iletrada de su más “respetable” gente, en ese paraje ningún escritor corre el riesgo de convertirse en ídolo de masas. Para cumplir esa necesidad mediática están los futbolistas, los cantantes y los políticos, quienes cubren también el rubro noticioso del asesinato y el robo del erario público. Un escritor no puede competir con ellos. Además, no hay críticos literarios activos en el páramo.

La presentación pública de mi libro es, pues, estrictamente sádica. Y no se diga más. Ante el paisaje descrito, lo más sabio es seguir la máxima de Jaimito El Cartero y “evitar la fatiga”.

Mario Roberto Morales
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