Horizontalidad y liderazgos
Tres puntos sobre el poder compartido en la movilización de masas.
Mario Roberto Morales
1. La horizontalidad y el horizontalismo como criterios de la movilización de masas no equivalen a la fragmentación, la atomización, la dispersión y el voluntarismo hedonista centrífugo que invariablemente culminan en la desmovilización por ausencia de intereses políticos unitarios (aunque diversos) y en el inmovilismo ideológico por la imposibilidad de vivir perpetuamente en estado de catarsis. La catarsis sirve como chispa de arranque, pero no como punto de llegada de un movimiento de masas. Y esto no quiere decir que para asegurar la permanencia de un movimiento haya que recurrir al verticalismo autoritario, sino que el horizontalismo —si es efectivo— supone una unidad de propósito con tácticas y estrategias unitarias y con multiplicidad de convergentes líderes comunitarios, obreros, campesinos, estudiantiles, étnicos, femeninos y demás, si es que se busca mantener un movimiento vigente en el tiempo y el espacio en los que libra su lucha política. La horizontalidad como alternativa al verticalismo autoritario (unipersonal o de grupo), no implica (y mucho menos obliga a) un anarquismo errático que se agote en sí mismo por falta de direccionalidad, y que deje de funcionar en cuanto la catarsis y el entusiasmo decaigan de manera natural y en consecuencia el movimiento de masas deje de crecer.
2. La multiplicidad de líderes y liderazgos tampoco implica una acción dispersa y sin coordinación. La unidad de la horizontalidad supone la formación de poderes convergentes compartidos y repartidos de las maneras estructurales más democráticas posibles, tanto en el interior de las organizaciones como en las relaciones entre éstas. Por tanto, ser anti-verticalista no implica que se tenga que ser desorganizado, disperso, voluntarista y hedonista sin más. Lo cual tampoco supone luchar con camisa de fuerza, amargura y solemnidad. Divirtámonos, pero no le demos más importancia a la fiesta que a la organización. Para eso, no hace falta hacer política.
3. El hecho de que un movimiento de masas haya sido manipulado en alguna medida, no implica que no haya servido para nada y mucho menos que los movilizados no hayan aprendido lecciones en materia de organización, negociación, alianzas tácticas y estratégicas, objetivos y formas de lucha. La manipulación y el fracaso táctico de muchos movimientos son justamente la premisa sin la cual éstos nunca se depurarían de infiltrados ni afinarían sus métodos de movilización ni sus consignas y objetivos de corto y largo plazo. Por eso, la condición para convertir una derrota táctica en futuras victorias es el análisis crítico de lo actuado, la autocrítica de los participantes (espontáneos o conscientes) y el repaso puntual de los desenlaces a los que el esfuerzo llevó, tanto aquellos que se propuso el movimiento como los que jamás deseó pero que gracias a él se desencadenaron. Sin esta voluntad de pensar la propia praxis política, un movimiento no prospera. Tampoco lo hace si enarbola la facilona bandera del horizontalismo sin más, pues eso equivale a ubicar la satisfacción hedonista por encima de los intereses económicos, políticos, sociales y culturales por los que las masas se movilizan, y un movimiento tal tendría que ubicarse más en los ámbitos del carnaval (con su potencial ideológico rebelde, sí) que en los de la lucha política consciente, crítica y organizada, que es la que en la práctica ha culminado con cambios históricos en el mundo.
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