México, veinte años de zapatismo y TLCAN
Carlos Figueroa Ibarra
En el imaginario mexicano de los últimos veinte años, han estado asociados el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la rebelión zapatista. EL TLCAN como símbolo del proyecto de desmantelamiento de la nación mexicana y el segundo como símbolo de una resistencia a la globalización neoliberal. Como es harto sabido, esta vinculación se dio porque el inicio abierto de la rebelión zapatista aconteció el 1 de enero de 1994, el mismo día en que el TLCAN iniciaba su funcionamiento. Recuerdo bien ambos acontecimientos. Carlos Salinas de Gortari había remontado en gran medida su ilegitimidad ocasionada por el fraude electoral de 1988 y seducía a una parte importante del país con las promesas neoliberales y el espejismo de la entrada de México al primer mundo. El neoliberalismo se encontraba en su momento climático y fuera de la resistencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD), la autoridad moral de Cuauhtémoc Cárdenas y los movimientos sociales, nada parecía oponerle una barrera significativa. La implantación neoliberal en México ya estaba costando al PRD el asesinato de aproximadamente 400 de sus militantes.
Este fue el contexto en el que el primer día de 1994, surgió de las cañadas y la selva de Chiapas una multitud de indígenas con pasamontañas que tomaron diversos poblados y ciudades entre ellas San Cristóbal de las Casas. Dijeron ser parte del Ejército Zapatista de Liberación Nacional e iniciaron una lucha armada que duró doce días y tuvo efectos políticos universales. En México, el zapatismo arrastró a cientos de miles de personas que manifestándose fueron poderosa barrera de contención para que el gobierno salinista no procediera a arrasarlo con su innegable superioridad militar. En el mundo, el zapatismo mostró que el fin de la historia que pregonaba el neoliberalismo era una patraña. El levantamiento zapatista daba continuidad a la rebelión antineoliberal en Caracas de febrero de 1989, pero tuvo una proyección universal que habría de despertar a los movimientos altermundistas en diversas partes del mundo. La rebelión de Seattle en febrero de 1999 fue la continuidad de los efectos del zapatismo en el mundo y un síntoma de que no solamente en el sur del planeta la resistencia antineoliberal se estaba manifestando. Según un informe hecho por la Fundación Friedrich Eberth, hoy la resistencia antineoliberal se ha generalizado: entre 2006 y 2013 hubo 843 protestas masivas en 84 países que representan el 92% de la población mundial; las protestas se han incrementado de 59 en 2006 a 160 en 2012; y 304 de las 843 (36%) se han observado en Estados Unidos y Europa.
En México el TLCAN muestra que solamente es un éxito para el puñado de empresarios beneficiados por la globalización. La pobreza afecta al 52% de la población mientras el 22% es miserable. A 28 millones de mexicanos no les alcanza su ingreso ni siquiera para alimentarse. En 1993 la balanza comercial de México tenía un superávit de 500 millones de dólares hoy tiene un déficit de 2 mil. Se perdieron dos millones de empleos en el campo y cinco millones de campesinos lo abandonaron. Y en este contexto el narcotráfico ha ocupado ese vacío como lo demuestra el dato de que en 2004 aproximadamente 100 mil hectáreas del país estaban dedicadas al cultivo de estupefacientes. México ha perdido su soberanía y seguridad alimentaria: la dependencia alimentaria es de 46%. La elite dominante ha abandonado la idea de nación. Mientras tanto el zapatismo pese a sus errores, perdura en los 27 municipios de Chiapas y las cinco Juntas de Buen Gobierno en donde se ensaya otra idea de la política y de la economía.
He aquí pues un sucinto balance de veinte años.
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