Carlos Figueroa Ibarra
En el transcurso de la segunda semana del mes de junio estuve en Bogotá, Colombia, asistiendo al congreso de la Latin American Studies Association (LASA), la máxima organización de latinoamericanistas en el mundo. Miles de académicos de todas partes del planeta nos dimos cita para participar en cientos sino es que miles de paneles en los que se trataron los más diversos temas relativos a la historia, la antropología, sociología, economía, ciencia política que tienen como objeto de análisis a la región. Desde el congreso de LASA en Vancouver 2023, advertí que la presidenta de LASA en ese momento, mi muy querida Margarita López Maya, organizó diversos paneles presidenciales que trataron ese tema y fui invitado a uno de ellos a tratar el tema desde la perspectiva de mi patria de origen, Guatemala. Desde aquellas fechas (mayo de 2023) la situación dio un vuelco y la dictadura delincuencial en dicho país sufrió un serio revés al ganar la primera y segunda vuelta electoral (junio y agosto de 2023) un candidato demócrata, el actual presidente Bernardo Arévalo de León.
En este congreso de 2024 uno de los ejes de discusión nuevamente fue el de la erosión democrática y procesos de autocratización que se están observan en América Latina. Asistí a diversos paneles que trataban el asunto. Desde la perspectiva de un sector de latinoamericanistas esta erosión democrática y autocratización se observa en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador. Cabe decir que los parámetros de lo que es democracia y lo que no lo es parten de los criterios dominantes en el área: los de la ciencia política dominante y la perspectiva de Washington. Hay casos como el de Nicaragua que personalmente me provocan serias dudas: la ilegalización de partidos de oposición; el encarcelamiento, destierro, despojo de nacionalidad y de bienes de opositores; el cierre de universidades como la jesuita Universidad Centroamericana (UCA) y demás hechos represivos que no por no ser tan notorios no dejan de existir. Ni que decir de Bukele en El Salvador, más aun ahora que ya participó en una de las cumbres organizadas por la derecha neofascista.
Los participantes en los diversos paneles a los cuales asistí y que trataban el tema de la autocratización tuvieron como uno de los rasgos de la misma, el que el poder ejecutivo subordinara a los poderes legislativo y judicial. Particularmente se trató la captura del poder judicial por el poder ejecutivo. Por este hecho, con sorpresa advertí que en entre algunos de los panelistas se consideró a México como un país autocrático o en vías de erosión democrática, es decir en camino al autoritarismo. En uno de los paneles una expositora presentó un mapa mundial con diversos colores y México aparecía entre los países cuyo color indicaba un creciente autoritarismo. Finalmente, en un panel organizado por una investigadora del Instituto de Ciencias Jurídicas de la UNAM, francamente se habló del gobierno de la 4T como un gobierno autoritario y de Andrés Manuel López Obrador como un autócrata.
La narrativa en este caso fue la denuncia del constante ataque que el presidente López Obrador ha mantenido contra el poder judicial. La campaña de desprestigio según esta narrativa conservadora está destruyendo una laboriosa reforma judicial emprendida desde 1994 que ha llevado a construir un poder judicial de gran calidad. Con el arrollador triunfo de la coalición Sigamos Haciendo Historia, esa ardua labor de treinta años será arrasada por una reforma populista y autoritaria y el resultado será la perdida de la independencia del poder judicial. Fue para mi una buena experiencia escuchar en silencio el discurso reaccionario sobre lo que está sucediendo en México. Este discurso pareciera ignorar la enorme corrupción que impera en el poder judicial, el tráfico de influencias que en su seno existe, el que cada vez más dicho poder judicial actúa de manera facciosa, el que el nepotismo es un criterio muy importante para el reclutamiento de nuevo personal.
Algo que me pareció tragicómico en las intervenciones de algunos de los panelistas y de los asistentes al panel fue su estupor por los resultados electorales del 2 de junio: ¿Cómo fue posible que un gobierno extraordinariamente pésimo fuera avalado por casi dos terceras partes del electorado? La respuesta es muy simple según nos dijo la organizadora del panel: fueron los programas sociales y sus agentes con el chaleco guinda que estuvieron en campaña presidencial todo el sexenio; fue el presidente el que estuvo haciendo campaña todo el sexenio desde las conferencias mañaneras; fue el que no se les quitara el teléfono celular a los votantes por lo que pudieron fotografiar su voto y enseñárselo al coyote electoral que los llevó acarreados.
En suma, pude advertir en los académicos conservadores que hablaron de la creciente dictadura en México una asombrosa pobreza de argumentos. No los vi muy diferentes de los que esgrimen los voceros de los noticieros y programas de opinión que corrientemente oímos en radio, televisión y en los programas neoliberales que se difunden por youtube. Es sorprendente la distancia casi nula entre un análisis hecho desde la academia conservadora y uno que se difunde en un programa que forma parte de la dictadura mediática. Pareciera que la ideologizada intelectualidad conservadora, sigue sin comprender que la inmensa mayoría del pueblo mexicano está satisfecho con lo que se logró en estos últimos seis años. Que no quiere volver a votar por candidatos y fuerzas políticas que no tienen nada que ofrecer, porque lo que ofrecen es volver a lo que vivimos antes de 2018.
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