Carlos López
¿Descalificaste a quien, de manera diversionista, sostuvo que no hay una sola verdad sino muchas?
¿Eras abnegado al grado de no hallar más vida que en tu organización?
¿Todo lo hiciste pensando en los demás antes que en tu beneficio?
¿Todo cuanto tuviste —familia, trabajo, estudios, dinero, vehículos, tiempo, energía— lo antepusiste al trabajo por la revolución?
¿Comiste, leíste, hiciste el amor, pensaste, fuiste a fiestas, reíste, comprendiste a los demás sin pensar en otra cosa más que en la revolución?
¿Dejaste de asistir a tus clases por atender las tareas organizativas, de propaganda de la lucha?
¿Preferiste ir a una reunión de trabajo de tu organización los domingos por las tardes a ir al cine con tu novia?
¿Dividiste el mundo en dos tipos de seres humanos: los revolucionarios y los demás?
¿Te peleaste con compañeros de la misma causa porque pensaste que tu lucha era la verdadera?
¿Tuviste alguna base espiritual, fuiste ateo pero creíste en tu dirigencia como si fuera dios?
¿Tu conciencia de clase para sí te obnubiló para no asumir tu conciencia de clase en sí?
¿Te dejaste guiar por el siguiente precepto del Catecismo revolucionario de Mijaíl Bakunin: «La libertad de los adultos de ambos sexos debe ser absoluta y completa, libertad para ir y venir, para expresar todas las opiniones, para ser perezoso o activo, moral o inmoral, en suma, para disponer como quiera de la propia persona o de sus bienes, sin ser responsable ante nadie. Libertad para vivir, ya sea honestamente, con el producto de su propio trabajo, ya sea a costa de otros individuos que voluntariamente toleran esa explotación»?
¿Te diste cuenta de que eras distinto a tus compañeros, conocidos, amigos? ¿Te sentiste superior a ellos?
¿Estuviste a punto de fundar una religión, una secta, de levantar un templo que no tuviera nada que ver con los dioses contemporáneos?
¿Sentiste vergüenza por llorar entre la multitud cuanto el gobierno lanzó bombas lacrimógenas contra los que protestaban todavía por medios pacíficos contra la dictadura? ¿Te dio pena y vergüenza bajarte los pantalones en la sexta avenida para vaciar el estómago cuando el gobierno ya no sólo hizo llorar a la multitud sino también le echó bombas cagígenas? ¿Sufriste azoro cuando Guatemala se convirtió en el lloradero y en el inodoro públicos más grandes del mundo, pero en ese entonces los del libro de los Recórds Guinness no registraban tan magnos acontecimientos?
¿Tu reputación, tu conciencia, tu honor, tu dignidad, tu conocimiento, tu moral, todo no valió más que los principios de la organización?
¿A los cuántos años te diste cuenta de que en tu organización había consentidos llamados profesionales que cobraban por hacer su trabajo revolucionario y que a ti nunca te dieron ni para unos cigarros, pero aun así seguías en la lucha, que era por la que vivías?
¿Te dio tiempo de pensar en quiénes de los grupos que también luchaban contra la dictadura eran revisionistas, diversionistas, divisionistas, claudicacionistas? (¿Detectaste las cacofonías de la anterior enumeración?)
¿Te aprendiste todos los neologismos, anagramas, abreviaturas, pseudónimos, juegos de palabras que se usaban para despistar al enemigo, que era el que imprimía las instrucciones de uso?
¿Alguna vez sentiste temor de que agarrara fuego tu mochila donde llevabas tus bombas molotov?
¿Tuviste ímpetus alguna vez de masticar la pastilla de cianuro que te ponías en la encía para que cuando te agarrara la policía no te hiciera confesar o delataras a algún compañero?
¿Qué música oías en vez de la que te gustaba, pero estaba prohibida por ser imperialista?
¿No hubo restricciones ni límites para discutir —cuando se podía— siempre que antepusieras a cualquier argumento las leyes y categorías de la dialéctica?
¿Llegaste a las cuatro de la mañana a tu casa y tu madre te estaba esperando sentada en la cocina para calentarte tu cena? ¿Viste el fulgor por verte vivo en sus ojos tristes?
¿Te dio tiempo de pensar que la victoria del movimiento no tenía plazo, que te morirías, sin saber cómo ni dónde, sin ver algún logro, aunque fuera mínimo, de tu lucha?
¿Respondiste a algún despistado o provocador que te pidió que dieras el nombre de tres libros escritos por Carlos Marx? ¿Te dio tiempo de leer aunque fuera el Manifiesto comunista? ¿Leíste el catecismo del revolucionario consecuente?
¿Cuántas veces te quitaste la camisa para dársela a tu compañero, cuántos bocados no te llevaste a la boca por compartirlo, cuántos fríos padeciste por darle tu cobija a tus amigos?
¿El fin justificó tus medios?
¿Fuiste bueno?
¿Lo volverías a hacer?
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