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El increíble y lamentable caso de un “gran hombre” detrás de una “pobre mujer”.

Los criollos con pedigrí colonial y pensamiento conservador son ―consecuentemente― machistas de hueso colorado. Sus mujeres no deben trabajar sino distraerse en actividades de beneficencia y caridad, además de especializarse en ser “buenas madres”, “buenas esposas”, “buenas cuñadas”. Y “buenas” ―en la jerga criolla― quiere decir obedientes, solícitas, agradables a la vista y silenciosas en materia de opiniones y criterios. Estas mujeres son los pivotes de las “buenas familias”, las que siempre están detrás de los “grandes hombres”, jamás junto a ellos y mucho menos adelante de ellos. Y esto lo imita el clasemedierismo wannabe.

Los criollos oligarcas que quedan ―pues la oligarquía ha sido infiltrada por nuevos ricos y extranjeros expertos en casar bien― encarnan la más conspicua ideología conservadora. Es decir, la que religiosamente profesa un catolicismo inquisitorial encarnado en el Opus Dei; la que políticamente añora el pasado fascista de España y las dictaduras “liberales” de América Latina; la que aboga por el dios, la patria y la libertad de la “gente de bien” para que las migajas que caen de sus mesas sean más y puedan así mejor alimentar a las pobrerías que explotan.

Pues bien, uno de estos especímenes ―quizá su arquetipo local y a quien le debemos “la paz” que trajo consigo el ingreso indiscriminado del capital corporativo transnacional y la ola privatizadora fraudulenta, la cooperación internacional como fuerza de injerencia foránea en asuntos internos y la delincuencia organizada como conjunto de grupos paralelos que cogobiernan el país―, enloquecido por su incapacidad de amoldarse a los tiempos que corren y de entender que los caciques están muertos, insiste en controlar de nuevo el Estado y, para el efecto, además de ordenarle a su mujer servir la mesa, le ha mandado servir al país como testaferro suyo. La pobre señora ―sin la menor idea de lo que pueda ser eso que su marido y amigos llaman política― se apresuró a obedecerlo y dio las siguientes declaraciones durante su proclamación como candidata a la presidencia por el partido del que su marido es propietario:

“Ya no aguantamos más desangramiento, pero no podemos estar así porque a Dios no le agrada esto. Él está triste también y por eso me ha mandado hoy a mí a decirles que Él va a gobernar Guatemala…Tantas cosas que nos preocupan… que si no tenemos vivienda… pues miren, todo eso se va a solucionar porque Él es dueño de todo el oro, la plata… Él mueve los corazones; entonces, cuál es nuestra preocupación si Él nos va a gobernar… Va a reinar… Él va a gobernar… Él va a decir cuál es la estrategia para erradicar todos nuestros dolores… Además de gorritas, playeras y banderitas, voy a regalar marquitos con los Diez Mandamientos” (Prensa Libre 1-5-11).

Estas declaraciones espantan ―no por su contenido religioso, que es ingenuo y pueril, sino― porque evidencian que la doñita no tiene la menor idea de a qué se está metiendo. La prueba es que cuando los periodistas le preguntaron cuál era su plan de gobierno, su marido intervino irritado y dijo que aquel “no era el momento para hacer ese tipo de cuestionamientos”.

En este caso, la solidaridad “políticamente correcta” para con esa doña sólo por su sexo (“hay que apoyarla porque es mujer”) resulta ridícula. Pues en esta coyuntura, la pobre representa la ignorancia, el atraso y el autoritarismo de la oligarquía, así como el peligro de que ésta vuelva a controlar el Estado, no importa si bajo la forma Suger, Zury, Caballeros o Pérez.

Mario Roberto Morales
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