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La vulgaridad

Breve misiva a los patanes de “buenas costumbres”.

Mario Roberto Morales

La vulgaridad no tiene que ver tanto con la pobreza cuanto con la ignorancia. Y aunque es obvio que la ignorancia se ve incrementada por la pobreza, ésta sólo la posibilita como ausencia de información, más no como carencia de sabiduría. De hecho sigue habiendo más gente sabia en el seno del pueblo que en el de las élites, pues éstas se desbordan tanto en sus modales, “educación” y “buenas costumbres” que incurren usualmente en la vulgaridad por ignorancia y falta de sabiduría.

Schopenhauer dijo a propósito que “Los hombres han inventado la vida de sociedad porque les es más fácil soportar a los demás que soportarse a sí mismos”. Ya que soportarse a uno mismo sólo puede resultar de la sabiduría, un tipo de conocimiento que no brota del acopio de información cerebral, sino de la comprensión de la naturaleza de la existencia. Por ejemplo, aceptar que las cosas son como son y no como quisiéramos que fueran es un acto de sabiduría. Y no deducir de esto que debemos resignarnos a que todos nos ocurra como una fatalidad —sino que por el contrario tenemos que actuar no contradiciendo esta verdad a menos que estemos en posibilidad de cambiar aquello que podemos cambiar— es un acto equilibrado de sensatez y audacia. En ambos casos (abstenerse y actuar) se procede sabiamente. Pero quien se abalanza por capricho contra la realidad y es rechazado por ella, no pasa de ser un necio que en consecuencia no se soporta a sí mismo.

Vivimos una época en la que el sistema educativo y los medios masivos promueven la vulgaridad por medio de la invitación a ser superficiales y a no pensar en nada más que en procurarnos satisfacciones hedonistas mediante el consumo compulsivo de mercancías y bienes simbólicos de entretención banal. Es por esto que ahora el pueblo es menos sabio y más vulgar que antes. Y lo mismo pasa con las élites. Tanto uno como las otras son más ignorantes de lo que lo eran antes del reinado de la globalización neoliberal, la cual le ofrece a la humanidad una versión simplista del mundo y de la vida vendiéndole la idea de que el sentido de la existencia se reduce a pasarla bien mediante la gratificación hedonista, para lo cual hay que comprar éste o aquél aparato electrónico o ver éste o aquél programa de televisión.

Por algo decía nuestro certero pensador que “Cuanto más vulgar e ignorante es el hombre, menos enigmático le parece el mundo; todo lo que existe y tal como existe le parece que se explica por sí solo, porque su inteligencia no ha rebasado aún la misión primitiva de servir a la voluntad en calidad de mediadora de motivos”. Esto se aplica de tajo a quienes, para justificar su ignorancia, hablan de haber “triunfado en la vida” por ser “hombres prácticos”, sin percatarse de que viven tanto en una vulgar opulencia de objetos como en la más pedestre miseria de espíritu.

Por todo lo dicho, debemos reflexionar sobre si sigue siendo válido el aserto de nuestro agudo pensador según el cual “Los hombres vulgares sólo piensan en cómo pasar el tiempo mientras un hombre inteligente procura aprovecharlo”. Si es cierto, resulta obvio que cada día hay menos personas inteligentes y más seres tontos, vulgares e ignorantes aunque (y precisamente por ello) en su cotidianidad desplieguen los consumos y usos que mejor emblematizan la liviandad electrónica, el relativismo “posmo” y el vacuo carpe diem de los patanes de “buenas costumbres”.

 

Mario Roberto Morales
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