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Seres humanos desechables

Edgar Celada

Cubierto de papeles, cueros, trapos, esqueletos de paraguas, alas de sombreros de paja, trastos de peltre agujereados, fragmentos de porcelana, cajas de cartón, pastas de libros, vidrios rotos, zapatos de lenguas abarquilladas al sol, cuellos, cáscaras de huevo, algodones, sobras de comidas, el Pelele seguía soñando…”.

Así inicia el capítulo IV de El Señor Presidente, la clásica novela de Miguel Ángel Asturias.

Algunas páginas antes, en el primer tercio del capítulo III, Asturias describe: “En los suburbios, donde la ciudad sale allá afuera, como el que por fin llega a su cama, se desplomó [el Pelele] en un montón de basura y se quedó dormido. Cubrían el basurero telarañas de árboles secos vestidos de zopilotes, aves negras que sin quitarle de encima los ojos azulencos, echaron pie a tierra al verle inerte y lo rodearon a saltitos, brinco va y brinco viene, en danza macabra de ave de rapiña…”.

Esta cruda descripción asturiana evoca la realidad de un basurero en los bordes y declives de cualquiera de los muchos barrancos que hacen parte de la topografía de la ciudad de Guatemala, hace más o menos un siglo. Y a pesar de lo impactante de la narración, esta se vuelve casi bucólica frente la oprobiosa realidad, para nada mágica, del basurero, eufemísticamente llamado relleno sanitario, de la zona 3 capitalina.

El Pelele de la novela, en medio de su condición paria y prototipo de los seres humanos desechables contemporáneos, tuvo la suerte de ser auxiliado por un leñador que acertó a pasar por el barranco y por Miguel Cara de Ángel, personaje central de la obra cuya presencia en el tiradero solamente puede explicarse como un recurso, encaminado a reforzar el halo de su poder como íntimo del “Señor Presidente”.

Una lectura de aquella ficción literaria arraigada en la historia real de Guatemala en los dos primeros decenios del siglo XX, en contraste con la realidad real de Guatemala en 2016 puede ser la siguiente: incluso bajo una de las más feroces dictaduras, la de Manuel Estrada Cabrera, era posible encontrar gestos de solidaridad humana.

En cambio, en la “democrática” Guatemala de 2016, la sociedad admite sin rubor que existan tales seres humanos desechables, esos que no tienen nombre y cuyos cuerpos pueden quedar sepultados bajo toneladas de basura, porque “al cumplirse 72 horas de ocurrido el desastre… el protocolo indica que ya no existen probabilidades de encontrar a personas con vida” (Siglo.21, 02/05/2016).

Hace pocos días Anabella Giracca (elPeriódico, 27/04/2016), señaló críticamente cómo los medios de comunicación social, mayoritariamente, omitieron incorporar al imaginario nacional la Marcha por el Agua. Al parecer, se queja, “se diluye la verdad. Se desdibuja. Divide mundos”.

Para el caso de la tragedia en el “relleno sanitario”, se omite a los seres humanos. Preocupa cuántas toneladas de basura no se llevaron al vertedero. Total, en la inconsciencia “democrática del mercado”, las y los recicladores, los “guajeros”, son desechables.

…incluso bajo una de las más feroces dictaduras, la de Manuel Estrada Cabrera, era posible encontrar gestos de solidaridad humana.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/05/seres-humanos-desechables/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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