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Sobre novela e historia, a propósito de Tiempos recios[1]

Edgar Celada Q.

1. Introducción

“Y ya con ésta me despido.  Allí les dejo, señores, la verdad y la mentira… Todo se los dejo, para que ustedes hagan lo que quieran: una historia, un cuento, la crónica de un 19 de junio del 67, una novela, da lo mismo: una canción, un corrido. Se los dejo para que ustedes escojan a su gusto qué fue cierto y qué no fue, para que lo ordenen como se les dé la gana…” Esto lo dice un soldado anónimo del pelotón que fusiló a Maximiliano de Habsburgo, en Querétaro, México, en 1867. Personaje de Noticias del Imperio (Fernando del Paso, 1987, pág. 583), el soldado lleva sobre su conciencia el infortunio histórico de haber sido el encargado de dar el tiro de gracia al malogrado emperador.

Y el mismo personaje anónimo asume, como estrofa de un corrido, el reto hecho a sus también anónimos interlocutores

Ya con esta me despido

por las hojas de un limón

con otro tiro de gracia:

ése lo merezco yo.

Ya con esta me despido

por la boca de un cañón:

ai les dejo este corrido

del sufrido Emperador

y del hondo sufrimiento

del hombre que lo mató. (pág. 584)

En esa monumental novela de 670 páginas, en cuya redacción ocupó una década completa, Fernando del Paso plantea el ángulo del cual quiero ocuparme en este conversatorio: las diferencias y las afinidades entre la creación literaria, en este caso novelística, y la producción historiográfica. Enfoque que me propongo aplicar para la lectura de la novela Tiempos recios, de Mario Vargas Llosa (2019).

2. El falso debate que patea al chucho equivocado

La reflexión que hago se actualiza por las múltiples reacciones, gran parte de ellas ácidamente críticas, ante la publicación de Tiempos recios, en octubre de 2019. Una parte de esas críticas, desde la derecha y desde la izquierda, acusaban a Vargas Llosa de “falsear la verdad histórica”, de “presentar una visión sesgada”, de querer “apropiarse de una figura histórica” o de pretender “denigrar a un salvador de Guatemala”. Y así por el estilo.

Uno de los problemas que están en la base de esas críticas es que por razones ideológicas (en el sentido althusseriano de ideología) se pierde de vista la diferencia entre la novela y la historiografía.

Me apoyo de nuevo en Del Paso. Dice, con voz de un personaje en quien uno adivina él mismo: “… uno podrá siempre –talento mediante– hacer a un lado la historia y, a partir de un hecho o de unos personajes históricos, construir un mundo novelístico o dramático autosuficiente” (el énfasis es mío).

Y prosigue:

La alegoría, el absurdo, la farsa, son posibilidades de realización de ese mundo: todo está permitido en la literatura que no pretende ceñirse a la historia. ¿Pero qué sucede cuando un autor no puede escapar de la historia? ¿Cuando no puede olvidar, a voluntad, lo aprendido? O mejor: ¿cuando no quiere ignorar una serie de hechos apabullantes en su cantidad, abrumadores en el peso que tuvieron para determinar la vida, la muerte, el destino de los personajes de la tragedia, de su tragedia? O en otras palabras: ¿qué sucede –qué hacer– cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía? (Pág. 641)

La respuesta a las preguntas que él mismo hace es

Quizá la solución sea no plantearse una alternativa… y no eludir la historia… sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención. En otras palabras, en vez de hacer a un lado la historia, colocarla al lado de la invención, de la alegoría, e incluso al lado también de la fantasía desbocada… Sin temor de que esa autenticidad histórica, o lo que a nuestro criterio sea tal autenticidad, no garantice ninguna eficacia poética… (ibídem).

Al hablar en este conversatorio y ante un público básicamente universitario, podría parecer una perogrullada decir lo siguiente: Tiempos recios, es una novela. No una investigación o un texto de historia. Esto es algo que, al parecer deliberadamente, dejan de lado algunos de quienes la critican o denostan.

3. La Historia como ciencia y la novela histórica

No me meteré a honduras, pero debemos recordar que, desde por lo menos la mitad del siglo XIX, de la mano sobre todo del positivismo, la Historia (con inicial mayúscula) empezó a diferenciarse de los géneros literarios, desarrolló su propio instrumental metodológico y sus propias formas expositivas de los resultados de sus indagaciones.

Una de las consecuencias de ese andar autónomo, de esas pretensiones cientificistas, fue el aparecimiento de la novela histórica. Digamos, solamente al paso, que no es ninguna casualidad que el fundador de la novela histórica guatemalteca, José Milla y Vidaurre, fue también un historiógrafo impregnado de positivismo (y tampoco cabe olvidar su adscripción política “conservadora”).

Al decir esto quiero insistir en la verdad de Perogrullo: la novela histórica está emparentada, se apoya y utiliza los materiales que le ofrece la historiografía, pero no son iguales. Son formas distintas de representación del pasado.

La Historia, si se me permite simplificar, indaga, busca explicar y aportar información sobre los procesos y los hechos del pasado de las comunidades humanas, para lo cual ha desarrollado sus propias metodologías y técnicas de trabajo. Es una ciencia, aunque siga siendo –como aprendimos en nuestro paso por la universidad– una ciencia en permanente construcción. Una ciencia que está en lucha constante, para decirlo con palabras del también mexicano Alfonso Mendiola, “por dejar de ser literatura”, aunque se vuelva “a encontrar al final con que sólo es una representación del pasado que se mueve en la frontera de las dos: la historia, entre ciencia y ficción, o mejor dicho, entre sentido literal y sentido figurado” (en “Prólogo” a Araujo, 2009).

La novela histórica, o ambientada históricamente, es otra cosa; no es ciencia, aunque se apoye en ella. La novela (ya no solamente la histórica) es, desde el principio ficción, ficción que, retomando las ideas de Fernando del Paso, busca alcanzar “eficacia poética”. La novela histórica, vuelvo a ella, es “una forma de escritura sobre el pasado” (Araujo, 2009, Pág. 18).

4. Los usos de la novela histórica

En un libro del todo pertinente para el asunto del que me ocupo, Alejandro Araujo (2009) hace un detallado estudio sobre los usos que ha tenido la novela histórica, obviamente con énfasis en México, pero también con referencias las realidades de Europa y Estados Unidos desde finales del siglo XVIII pero especialmente en el siglo XIX. Su propuesta básica es que la novela histórica no cumple las mismas funciones en diversos momentos históricos.

Esta forma narrativa, asegura, hace parte de “prácticas comunicativas insertas en un orden propio”, a su vez atadas a la lectura entendida como un “proceso en el cual se conjugan el horizonte cultural del lector, el horizonte de expectativas del mismo texto y las prácticas de lectura instituidas en un orden social” (pág. 30). Prácticas comunicativas y de lectura a su vez relacionadas con las modalidades de sociabilización a las que acuden las sociedades a lo largo de su historia. Estas formas de sociabilización fueron ampliamente estudiadas por Francois Xavier Guerra[2] y son retomadas constantemente por Araujo Pardo.

A partir de esos presupuestos teóricos, y luego de detenidas referencias a novelas y novelistas mexicanos e hispanoamericanos, Araujo concluye en que la novela histórica del siglo XIX, a lo largo de él, “fue usada con tres intenciones completamente diferentes entre sí”, a saber

1) moralizar;

2) enseñar historia de manera entretenida, pero “legítima”;

3) llegar por medio de la ficción a donde la historia no llega (pág. 396).

Adicionalmente, poniendo algo de nuestra propia cosecha reflexiva, cabe decir que en la novela histórica los lectores contemporáneos esperamos encontrar un mínimo de calidad estética (la eficacia poética de la que habla Del Paso); coherencia y verosimilitud de la ficción dentro del ámbito histórico en el que se sitúa; un mínimo de rigor en la apelación a los procesos y hechos históricos usados para desarrollar la ficción.

5. Una propuesta de lectura de Tiempos recios

Tomando en préstamo esa diferenciación de los usos de la novela histórica, podemos intentar proponer una lectura de Tiempos recios. Por supuesto que la lectura variará de un lector a otro, dependiendo de su sensibilidad o refinamiento estético, de su conocimiento o información sobre el contexto, los procesos y los personajes históricos retomados en la novela, así como de la valoración literaria, ideológica y política del autor, en este caso Mario Vargas Llosa.

Lamentablemente, vale decirlo, muchas de las lecturas (o de la renuencia a hacerla) enfatizan este último aspecto. “Es un traidor”, dicen a derecha e izquierda.

A los parámetros de lectura propuestos, agrego otro, que parte de dos preguntas: ¿qué función cumple la novela Tiempos recios en términos de las verdades “oficiales” sobre el momento y los personajes históricos a los que hace referencia? ¿Apuntala o desmonta esas verdades “oficiales”?

Salvando las diferencias estéticas, de profundidad del conocimiento histórico y de las posiciones políticas de los autores, creo pertinente encontrar una similitud de la función deconstructora de Tiempos recios de Vargas Llosa y la que cumple El hombre que amaba a los perros, del cubano Leonardo Padura (2009). Asumiendo que quienes lean o escuchen esta ponencia conocen la segunda de estas novelas, me atrevo a sostener que ambos desmontan las verdades “oficiales” o, durante algún tiempo, dominantes.

Así, Vargas Llosa desmonta el mito del Jacobo Árbenz Guzmán “siniestro comunista” y del patriota liberador Carlos Castillo Armas; a su turno, Padura desmonta el mito del “padrecito” José Stalin y del “traidor” León Trotsky (no se olvide que el cubano escribe su novela en la Cuba socialista heredera de esa verdad “oficial” soviética).

Es esa función de desmontaje o deconstrucción precisamente lo que la derecha troglodita guatemalteca no perdona a Vargas Llosa. Y esa es una de las cualidades que hacen recomendable la lectura de la novela que nos convoca.

6. El fantasma de la “apropiación neoliberal”

Frente a esa cualidad y frente al gran despliegue mercadológico en torno a Tiempos recios, no ha sido raro encontrarse con prevenciones o admoniciones sobre un pretendido propósito de “los neoliberales” de apropiarse de la figura simbólica de Árbenz.

Para el de la voz es difícil saber si ese móvil “expropiatorio” existe realmente. Más me inclino a suponer un móvil mucho más a tono con las convicciones del autor de la novela: una razón de mercado, antes que una razón de Estado. La marca Vargas Llosa produjo una mercancía de un alto potencial de consumo.

Pero debo ir terminando y para hacerlo regreso a la idea que hilvana mi ponencia: estamos hablando de una novela, y digamos de una vez que hablamos de una de las novelas menos logradas de Vargas Llosa. Y frente a esa producción literaria, importante por lo que ya dije, pero de baja calidad, se alza una impresionante producción historiográfica sobre la revolución y la contrarrevolución en Guatemala. Producción, esa sí, con alta calidad.

De manera que si alguien me preguntara si “vale la pena”, leer Tiempos recios, no tengo ningún asomo de duda en la respuesta, sobre todo si quien pregunta es una o un joven estudiante universitario: sí, hay que tomarse el tiempo para leerlo; pero inmediatamente después vaya a esa enorme producción historiográfica.

Le están esperando Esperanza rota, de Piero Gleijeses; Fruta amarga, de Stephen Schlesinger y Stephen Kinser; Tras la cortina de banano, de Guillermo Toriello; o la trilogía de Historia política de Guatemala, siglo XX, de Augusto Cazali Ávila. Y si se interesa por el “lado humano”, lea Mi esposo, el presidente Árbenz, de María Vilanova, y hasta el Árbenz y yo, de Carlos Manuel Pellecer.

En esos y otros libros encontrará historia. En Tiempos recios encontrará ficción, con algunos pincelazos de historia.

Referencias bibliográficas

Araujo Pardo, Alejandro (2009) Novela, historia y lecturas. Usos de la novela histórica del siglo XIX mexicano: una lectura historiográfica. México: Universidad Autónoma Metropolitana.

Celada Q., Edgar (1990) “Entre la literatura y la historia”, en revista Apuntes sobre historia y sociedad. No. 1, enero de 1990. Guatemala.

Del Paso, Fernando (1987) Noticias del Imperio. México: Editorial Diana.

Padura, Leonardo (2009) El hombre que amaba a los perros. Barcelona: Tusquets Editores.

Padura, Leonardo (2019) Agua por todas partes. Barcelona: Tusquets Editores.

Vargas Llosa, Mario (2019) Tiempos recios. México: Alfaguara.

Vargas Llosa, Mario (2015) Elogio de la educación. Bogotá: Taurus.


[1] Este texto fue leído por el autor en el conversatorio Tiempos recios, organizado por el Centro de Estudios Urbanos y Regionales de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el 10 de marzo de 2020.

[2] Guerra, Francois-Xavier (1985) México: del Antiguo Régimen a la Revolución. México: FCE. Y Guerra, Francois-Xavier (1992) Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. México: FCE.

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Edgar Celada Q.
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