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La lección del maestro

Juan Villoro

Hace unos treinta años, el poeta David Huerta publicó un artículo que no memoricé pero cuya tesis central no ha dejado de acompañarme. Se llamaba El escritor a prueba y describía el momento de desconcierto en que un autor se encuentra ante una situación límite que hasta entonces sólo conocía por la ficción.

Huerta se ocupaba de Joseph Heller, quien en diciembre de 1981 supo que padecía el síndrome de Guillain-Barré. Parcialmente paralizado, el autor de Trampa 22 enfrentó la enfermedad y deudas por 120 mil dólares con excepcional sentido del humor. El resultado de su travesía por el infierno fue una bitácora de resistencia: No Laughing Matter, publicada en 1986.

El escritor convierte las particularidades de una vida en historias que la trasciendan. El título de la autobiografía de Martin Amis, Experiencia, alude a la materia prima de la que derivan las metáforas. La paradoja es que buena parte de esa experiencia es conjetural: el autor respira el aire turbio de la realidad e imagina lo que podría ocurrir en esa atmósfera. Pero a veces la enfermedad, la pobreza, el exilio o la guerra hacen que el dolor real supere a la fabulación.

Juan-Villoro

En esa encrucijada, el escritor enfrenta un riesgo desconocido, para el que acaso no está preparado.

Escribo estas líneas después de leer la crónica de Leila Guerriero sobre Ricardo Piglia, publicada en El País el 7 de enero. A los 74 años, el escritor argentino es una de las voces más significativas del idioma. Profesor en Princeton durante décadas, conversador y conferencista impar, ha logrado que su producción oral sea tan significativa como sus escritos. De manera congruente, su Antología personal reúne tanto textos de ficción como clases y disertaciones. Al jubilarse de la universidad, compró un terreno en Uruguay donde pensaba poner un estudio de grabación para registrar charlas con amigos. Este archivo de las voces, digno de uno de sus protagonistas, quedó en proyecto porque en septiembre de 2013 Piglia se enteró de que padece esclerosis lateral amiotrófica, que provoca una parálisis muscular progresiva sin afectar las facultades intelectuales.

Con el temple de Juan García Ponce, Piglia decidió combatir el mal por escrito. Desde que recibió su diagnóstico ha publicado la novela El camino de Ida, su Antología personal, el volumen de conferencias y conversaciones La forma inicial y un extraordinario recuento memorioso de sus años formativos, Los diarios de Emilio Renzi. Además impartió un seminario televisado, Borges por Piglia, y adaptó a la televisión la novela de Roberto Arlt Los siete locos.
Según explica Guerriero, esta avasallante productividad ha sido posible gracias al incombustible temperamento de Piglia, y al apoyo de una solidaria red de amigos y de su mujer, Beba Eguía. Sin embargo, el novelista enfrenta ahora una prueba tan aciaga como la enfermedad. Su seguro médico se ha negado a comprar el medicamento prescrito por los doctores porque se trata de un producto de importación no autorizado en Argentina. Tal parece que Medicus, la empresa aseguradora, ha querido ahorrarse con subterfugios legaloides los 95 mil dólares en medicinas que requiere el escritor. Un juez dictó sentencia, pidiendo que Medicus cumpla, pero en América Latina la justicia no es ciega, sino tan lenta que acaba por aplazarse.

Por iniciativa del artista Roberto Jacoby, más de 100 mil personas firmamos en la plataforma Change.org una petición para que el escritor reciba los medicamentos requeridos.

Como en una trama de Piglia, la disputa ha transparentado el mensaje secreto de la historia: la usura de las aseguradoras y el esquivo lujo que significa obtener medicinas de punta. En Respiración artificial, un personaje afirma, sentado en su silla de ruedas: …el discurso de la acción es hablado con el cuerpo […] las palabras son mi única posesión.

Para preservar esa posesión, Piglia ha tenido que vender su estudio y busca sitio para sus libros. En El último lector se ocupó de los radicales que leen en situaciones extremas. Ahora él encabeza esa legión rebelde.

El maestro brinda una lección ética en su hora más difícil. ¿Puede la imperfecta realidad ayudar a quien la ha mejorado por escrito? La literatura es para Ricardo Piglia una forma privada de la utopía. Apoyarlo es defender esa utopía.

Fuente: www.reforma.com