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Carlos López

El error es el punto de partida de la creación.
Si tenemos miedo a equivocarnos jamás podremos
asumir los grandes retos, los riesgos.

George Steiner

Las erratas son misteriosas. Aparecen en todos los textos. No respetan jerarquía ni posición social de quien las comete siempre de manera involuntaria.

En la Edad Media existió Titivillus (o Tutivillus), un demonio que entraba en los scriptoria de los monasterios «para inducir a los escribas a cometer errores en sus trabajos. Si se descubría un error en un valioso códice, becerro, portulano o manuscrito, el escriba en cuestión tenía presta la excusa: “No ha sido culpa mía, sino del malvado Titivillus”» (http://bit.ly/2rG9abY).

Datos de Profesionales de la Edición de México indican que «el libro más antiguo que se conoce con fe de erratas o tabla humillante o tabla de correcciones es Sátiras, de Juvenal, impreso en Venecia en 1478 por Gabriel Pierre, con dos páginas de yerros. Otro libro memorable es la Suma teológica, de Santo Tomás, impreso por el padre dominico F. García en 1578, con una fe de erratas de 111 páginas. Las obras de Pico de la Mirandola, editadas en Estrasburgo en 1507, aparecieron con sólo 15 páginas adicionales de erratas. El First folio Shakespeare, uno de los primeros libros impresos en inglés, contenía alrededor de 20,000 erratas. Una de las obras que publicó el cardenal Bellarmín en 1808 contenía 88 páginas de erratas».

Según Andreas Kurz, «el pintor Strauch, protagonista de Helada (1963), de Thomas Bernhard, escribe sobre el miedo, sobre su miedo: “porque el deseo de lo extraordinario, lo raro y excéntrico, lo único e inalcanzable, porque este deseo en todos los lugares, también respecto a las torturas del espíritu, todo me lo echó a perder. ¡Como un trozo de papel me rompió todo! Mi miedo es un miedo reflexionado, ordenado, uno analizado en sus detalles, uno infame. Me examino sin descanso. ¡Esto es! ¡Siempre corro tras de mí mismo! No puede imaginarse cómo es eso: abrirse a sí mismo como se abre un libro, y encontrar sólo errores de imprenta, uno tras otro, cada página llena de errores de imprenta”».

Kurz también señala que «Karl Kraus, gran antepasado de Bernhard, había retado a los lectores de su época. Pensaba que ninguno encontraría un error de imprenta en las miles de páginas de su revista La Antorcha. Y los encontraron… No hay página limpia, no hay existencia perfecta, no existe la santidad. Resulta mucho más practicable y agradable cultivar los propios defectos, resaltar los errores, subrayarlos y mostrarlos orgullosamente a nuestros observadores, ofrecer el espectáculo de nuestra fealdad y nuestra estupidez. Resulta preferible esta exposición de defectos. El orgullo intelectual de Kraus sólo es una parte más de un cuerpo maltratado y mal hecho que podrá convertirse en llaga abierta. Las pústulas y forúnculos salen de todos modos, parece decir Bernhard; mejor exponerlos de antemano, inclusive predecirlos cuando se esconden bajo la piel. Así los tumores del pintor Strauch: se queja de ellos cuando aún ni se vislumbran, luego crecen y se vuelven cancerosos, lo que por lo menos le da la gran satisfacción de poder decir: “Yo ya lo había dicho”» (Andreas Kurz, Crítica, 133, Universidad Autónoma de Puebla, 14 nov., 2013).

En Perusa, Diego Valadés imprimió en 1579 Rhetorica Christiana, en el que viene la siguiente advertencia: «El impresor al lector benévolo: No te llame la atención (lector benévolo) el haber encontrado tantas erratas que corregir en esta obra, pues nosotros no le dimos comienzo, sino que movidos a misericordia, no fuera a suceder que la obra de un varón de tanto mérito y obra de tanta importancia quedara trunca, y así la llevamos a término con la diligencia que pudimos» (Esteban J. Palomera, Fray Diego Valadés, o.f.m., evangelizador humanista de la Nueva España. El hombre y su época).

(Fragmento del libro Herrar es de humanos, de Carlos López, Editorial Praxis, México, 2019)
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