¿En nombre de la juventud?
Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com
Al proyecto de Ley Nacional de la Juventud le ocurrió algo parecido a lo que aconteció a don Quijote de la Mancha, y de lo cual Miguel de Cervantes Saavedra dejó constancia en citable diálogo con Sancho Panza:
Guió don Quijote, y, habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era el alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
-Con la iglesia hemos dado, Sancho.
Puede hacerse de este fragmento una lectura literal, anecdótica y superficial, o leerse en el sentido metafórico con el cual adquirió carta de ciudadanía en nuestro idioma: topar con una institución pétrea, que no deja seguir adelante.
La Conferencia Episcopal de Guatemala (CEG) tiene un bien ganado prestigio por su definido posicionamiento, desde el último cuarto del siglo pasado, al lado de los desposeídos y los explotados de este país. Pero en lo tocante a la Ley Nacional de la Juventud, dicho suave y coloquialmente, “se fueron feo”.
El comunicado de la CEG del lunes 8 de febrero presenta el rostro de una iglesia católica más parecida a la liderada por Mariano Rossell y Arellano (la que en 1954 se prestó para dar soporte social-religioso a la contrarrevolución castilloarmista financiada y dirigida por la CIA), que a aquella de elevada sensibilidad social autora de El clamor por la tierra, la conocida carta pastoral de febrero de 1988, o la que personifica monseñor Juan Gerardi, inspirador del informe Guatemala: nunca más.
Aparte de un posicionamiento conservador en relación con la educación y la moral sexual (ámbito en el cual, no deberían olvidarlo los obispos, la iglesia católica tiene el techo de cristal), llama la atención que el comunicado de la CEG afirma que “las enmiendas a la ley no representan demandas de los jóvenes guatemaltecos, al menos no de los cristianos, que conforman la inmensa mayoría de este país”.
Sin quererlo, los obispos han puesto el dedo en una de las llagas nacionales: se quiere hablar en nombre de la juventud, sin tomarla en cuenta.
Paradoja de un país joven. De acuerdo con las estimaciones más recientes del Instituto Nacional de Estadística (correspondientes a 2014, pero publicadas en diciembre de 2015), las y los jóvenes entre 15 y 24 años de edad constituyen el 21.5 por ciento de la población. Atrás viene un contingente, en edades desde 0 a 14 años, que hace el 37.8 por ciento de la población estimada.
Dicho rápidamente, seis de cada 10 habitantes de Guatemala son menores de 24 años. Pero cuando se intenta legislar para crear mejores condiciones para esa porción mayoritaria de la población, inmediatamente aparecemos los mayores, (algunos ya “muy mayores”, como los obispos) abrogándonos la posibilidad de decir cuáles son las demandas legítimas de la juventud.
¿No sería mejor dar a esa juventud la posibilidad de analizar sus propios problemas? Es muy probable que ella misma encuentre la forma, sensata, de evadir la sombra con que se toparon don Quijote y Sancho.
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