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Ser ante los ojos: Gerardo Guinea Diez

Carlos Santibáñez Andonegui*

Una de las cosas que se nos olvida constantemente, es que somos. ¡Somos aún, vivimos!, dice Arguedas, y cuántas de nuestras cuitas poéticas se quitarían con darle atención a ello. Enmarcado por ese Lázaro de Luis Cardoza y Aragón: “Yo soy el puro exilio”, y aquel inolvidable García Lorca de: los Lunes, miércoles y viernes, Gerardo Guinea Diez nos participa una aventura que es real, y puede consultarse ante los ojos. Estar aquí; ese simple estar aquí, como diría Saint John-Perse: ¡en el derrame del día!

El poeta y novelista ocupa un sitio de privilegio en el contexto de la literatura latinoamericana con Calamadres, Un león lejos de Nueva York y tantas otras novelas que además de su natal Guatemala donde vino al mundo en 1955, han ganado audiencias en Francia, Colombia, México, Estados Unidos. Ahora divide su experiencia de indagador de la cosa presente o inventariador de lo real (como quería Claudel), en cuatro secciones, correspondientes a los momentos cumbre en los que el ser, es interpelado por los ojos: En el Umbral, Al Amanecer, A Mediodía y Al Atardecer.

Desde el primer poema le canta al Aprendiz de Brujo que es el ser. Va por el más audaz, por la definición más osada: el que navega signos “inventando la nada/ para inaugurarse a sí mismo”. Empieza por el ser que no quiere ser, el renuente. Pero desde un principio, desde ese primigenio mezclarse los colores en la trama del alba, nos introduce al Ser y la ebriedad, y así podemos ver que habrá poesía cuando amanece. Con este libro obtuvo en su país, el Premio Nacional de Poesía César Brañas 2000.

Poesía que será cierta, luminosa, como se siente a veces en el alba cuando el cielo amanece con hambre de eternidad, poesía para cerrar el cerco de la nada, y escampar, pero también, escarmentar. Hacerle caso al día, creerle a la vida en yugos floreados, llantos de olvidos y adentrado en las grises madrigueras del ser, amanecer, saber que todo volverá a estar bien, será mejor así, habitarse, apiadarse de todo “como un paulatino camino/ hacia la obediencia”.

Al principio le creemos al día porque es niño, no es dueño del cuchillo que salta de contento que enarboló un Picasso en año 35, pero ya es motivo de luz, fidelidad al suspiro. “Y entonces, ese niño,/ que es hombre,/ entrevé en el boquete de las horas/ el portillo que lo devuelve/ a la edad de la inocencia”. Nosotros no podemos saber qué suerte tendrá el día en el momento de estarlo viviendo. Ahí está Gerardo el novelista, el poeta, para trazar la curva del relato sin perder un grado de poesía y se coloca así, detrás de los árboles, a apostarle a un balón, al sentimiento de la vida…

Así que lo sentimos cada vez más, día suyo. Ahora ya es su día. Conjetura su engaño cuando funda un abril, o quizá mayo; cuando inventa diciembre como una alegoría. Y antes de lanzarse en pos del tiempo, en aquel Santiago Sacatepéquez, husmea en las esquinas del barrio, donde están sus fantasmas, el Chus, el Chino, los zapatos del fútbol callejero, “el moretón de la última pelea”, la muchacha que pasa todos los días, y las mujeres que enseñan al niño a ser hombre en los misterios de su cuerpo, mas de lo cual él nada dice “y se pertrecha/ porque desea seguir siendo niño/ para que ellas le sigan develando los enigmas”. Es así como el niño convertido en día, o el día convertido en niño comienza a hacer su propia novela, a tejer su devenir en el arreo de caminar, y caminar a su destino: ¡los espejos!

La adolescencia se cuenta su fábula, aquella antigua fábula del color de la luz, y al afianzarse el niño:
Envuelve el resto del día en papel celofán.
Decide guardarlo y caminar por los sueños,
es decir, por los recuerdos.
Y el niño se transmuta en hombre
y éste en palabra
y ésta en eternidad, y ésta…

El niño, la niña, el ser que avanza, entran en una hora que les había deparado la memoria del aire, la del fuego; entonces “hablan las llamas”, la realidad es incluyente pero al anudarse pasiones, al ser, al niño, la realidad se les fragmenta en pedazos “que ambos recogen con paciencia/ y suficiente vergüenza”. En el dolor que seca la piel del mediodía, cuando la juventud anuncia su golpear con los nudillos la madurez, los jóvenes perciben haber estado ahí nada más que “para pregonar la lepra del ser”, y antes de darlo todo por un término medio, antes de consumir su dorada medianía, el niño, el hombre, “el hombre viéndose niño y el niño adivinándose hombre”, desaparecen y surge de la nada el ser. Entonces dice el poeta: “Ya no es niño,/ ya no es hombre./ Es ser, es ser,/ otra vez ser,/ hasta el cansancio,/ hasta el reflejo.” ¿Qué mejor compañía para subir a la consagración que “la ciudad/ la del circo”. Ante ella se acumula “el ser y todo el yo congregado/ en la llanura…”

La siguiente sección “A mediodía”, nos interroga: “¿Quién entiende el juego?/ ¿Un dios indescifrable?/ ¿Las viudas y los huérfanos…?” Tanta luz no puede sino insinuar que se espera del joven algo más, no tan sólo ceder a la cobardía de quien impone su cobardía, y así se irá con una llave en las manos, aun sin saber muy bien para qué, y “por allí ingresará al reino de la sed/ para aplacar su sed;/ por allí encontrará de nuevo/ el sendero para fugarse/ del tiempo y del olvido”.

El día lo sabe todo, el ser lo abarca al niño y al hombre, a través de los cuales: “una daga noble… atónita hasta el miedo,/ derrama su destello de oro y plata”. Hora es de celebrar “el ser y todo el yo congregado,/ en la hoguera permanente de la historia… Ahí están Cervantes y Cien años de soledad; Rayuela y los libros de Stendhal, Flaubert, Guerra y Paz de Tolstoi… se anuncia El Cid y Pedro Páramo”. Ese llegar al fondo del alma ciertos libros, así como van llegando, no exactamente en su orden literario o cronológico. Como acuden puntuales a la cita quién sabe cómo a la hora esperada, los viajes de Simbad, o Las mil y una noches, a sedimentarse en las almas, con sus “ayeres que desembocan en un río largo,/ extenso, amarillo,/ verde,/ rojo, rojo/ como el Motagua/ o el Nilo.”

Pero basta de indicios: vendrá la tarde. Como augurara Juan de la Cruz: “Al caer la tarde, seréis examinados en el amor”. El ser/ reunido en las vísceras de la cólera colectiva… nula para recuperar el Arquetipo. Estamos ante el ser y todo yo congregado/ en un hondo corredor de espejos. “Ahí va el joven,/ por fin hombre,/ ahí va,/ directo a la luz de su ceguera,/ diciendo adiós”. Es la hora de por así decir, firmar la improcedencia. Ir para bulto.

Por asomarnos a la IV Sección, diremos qué es el Atardecer. Cómo es la despedida del Ser ante los ojos. Ya no es el llanto que se olvida fácil, el llanto ante la posible redención. El estado próximo a salir, es el de “alguien a quien le bastará el mundo,/ así, tal cual/ aunque luzca en ruinas”. Pero no nos engañemos, estamos ante “El ser y todo el yo congregado,/ en la orilla final”.

¿Quién, -acaso el agua- se prestará a limpiar con suficiente luz, el espanto de la memoria? Olvidamos lo que queremos olvidar, dijo un autor de la Escuela de Viena, y de esa condición que nos arrastra y nos mece y que lo es todo para los que vivimos, diremos, con palabras definitivas de Gerardo, “Aún con las ruinas obtiene el don/ de las certezas a medias”. Esa hora crepuscular de búsqueda de la otredad del rosicler, fue también la guía de reflejos que nos llevó a otorgarle el Primer Lugar en el Premio Praxis 2015 con sus irrecusables Poemas irlandeses, en esta capital ciudad de México. Y es que la condición humana está ante el teatro del mundo: es ese teatro sobre el viento armado, en donde, dice Góngora: “Sombras suele vestir de bulto bello”, con que cierro el hurgar en la existencia humana al promediar las llamas de este atardecer.

Poesía que será cierta, luminosa, como se siente a veces en el alba cuando el cielo amanece con hambre de eternidad, poesía para cerrar el cerco de la nada, y escampar, pero también, escarmentar. Hacerle caso al día, creerle a la vida en yugos floreados, llantos de olvidos y adentrado en las grises madrigueras del ser, amanecer, saber que todo volverá a estar bien, será mejor así, habitarse, apiadarse de todo “como un paulatino camino/ hacia la obediencia”.

Poeta y periodista mexicano.