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Volver a Kafka

Gerardo Guinea Diez

En este sanguíneo y telúrico país, no todo son malas noticias y nada es unívoco e irreductible. Hoy, Gloria Hernández presenta un hermoso y trabajado libro, La Sagrada Familia, escrito entre Praga y Guatemala. Compuesto de doce poemas, desde el epígrafe de Henry Miller se advierte de qué va el asunto: “Como payasos, nos movemos por la vida, /continuamente disimulando, /constantemente posponiendo el gran evento”. Como afirma Luis Aceituno en la cuarta de forros, el poemario de Hernández es una “revisitación de la infancia, del dolor de crecer, nostalgia o repudio de lo que fuimos y de lo que terminamos siendo”. Pero, hay algo más en sus versos que me recuerda a Italo Calvino, cuando conminado por un periodista afirmó que “el trabajo de un escritor consiste en forzar la lengua, en hacerla decir cosas que normalmente ella no dice”.

El filósofo español, Emilio Lledó reivindica una idea de Aristóteles plasmada en unas líneas de su Metafísica: “todos los hombres tienen ansia de ver”. Y aquí, en La Sagrada Familia, se vierte la más limpia conciencia de unos ojos que ven desde la niñez y el ahora, desde esa hermosa y mítica Praga, tan antigua, tan alucinante y su contraparte, la Guatemala dura, difícil, casi medieval. De la mano de Franz (léase Kafka) salda cuentas con la existencia, con los olvidos y la memoria y lo hace de la manera más eficaz, abierta y pródiga. Dice: “cansa ser niña, papa/ cansa ver esta terrible ventana y por eso / me voy a buscar otra. / A Franz de seguro no le gustaba esta /la verdad”.

Con este nuevo texto, Hernández confirma su temperamento de poeta, su rigor con el lenguaje, la síntesis de algo que no es fácil, la vida misma, sus heridas, sus asombros. “No hay lugar/ para dejar de ser el puente que soy”, reza un verso, por ello, atraviesa los viejos puentes de esa ciudad europea, imaginando que deambula por sus calles de la mano de Kafka y en diálogo con su padre. Aunque hay algo sugerido, casi dicho en silencio: la imposibilidad de puentes en este trópico peleonero. En la página 23 escribe: “A veces siendo puente aún soy ella /la del sueño olvidado /la que no decide el curso de sus ríos”. Para nuestra fortuna, ella decidió desde sus cuentos y poemas ser uno de los ríos femeninos más exquisitos de la literatura nacional. Nada más oportuno en relación con los poemas de Gloria que un verso de Juan Gelman, éstos tienen “perfumes de animal sin matemáticas”.

Trabajado durante muchos años, la poeta sabía que no es una obra de complacencias y lugares comunes, pero los temas de fondo, ásperos, los dice desde la poesía y allí radica su mérito, su más absoluta originalidad. De tal cuenta, ella va “ahí en el círculo más dulce /más pequeño /de la espiral de la vida y la cebolla”. Hermosa asociación que nos aparta de las sombras y es una ventana, como tanto gustan a la autora, a la felicidad sin remilgos. Por algo estos versos avalan su vitalidad y sinceridad poética: “La verdad sin cubiertos /se vuelve un pedazo de sandía”.

Fuente: Siglo21 [www.s21.com.gt]

 

Gerardo Guinea Diez
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