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Ni pesimismo ni voluntarismo (II)

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Pasadas las “alegres elecciones”, se inició la “tranquila transición”. El presidente interino se reúne con el presidente electo, para que sus respectivos equipos tecno-burocráticos, preparen el cambio de gobierno programado para el 14 de enero de 2016. Y así, “aquí no ha pasado nada”.

Tal es la visión edulcorada que desde el establishment se nos trasmite, con un llamado implícito a la “normalidad”: total, el cambio de un gobierno a otro será casi entre amigos, unidos por un sustrato ideológico común y un proyecto de nación igualmente compartido: ese que cree a pie juntillas en las bondades del mercado y la empresarialidad.

Así, no es extraño que algún connotado impulsor de la competitividad durante el derruido gobierno de Otto Pérez Molina, y con cuyo partido llegó a ocupar una curul en el Congreso de la República, ahora aparezca como el ideólogo de la propuesta económica del gobierno entrante.

Botón anecdótico de muestra, suficiente para recordar dónde dejamos el análisis hace una semana: el aparente gatopardismo perfecto, a través del cual el estatus quo busca revertir una situación amenazante para su dominio y que por momentos parecía transformarse en una auténtica crisis de hegemonía.

“Bueno, ese es su cálculo básico. Pero no todo está dicho, ni el asunto terminó el domingo 25 de octubre, ni terminará el 14 de enero de 2016. Al contrario, esto apenas empieza, aunque no en el sentido del voluntarismo radical”: así se cerró esta columna la semana pasada, con el anuncio de volver sobre la cuestión del pesimismo y el voluntarismo.

Una de las expresiones de este último parece inclinado a “recrear” forzadamente las manifestaciones de los sábados, bajo el supuesto de que el gobierno de Jimmy Morales, en tanto que expresión de los mismos intereses de clase y con soportes económicos, sociales, ideológicos y políticos similares a los de su antecesor, está condenado, casi automáticamente, a caer de la misma forma.

Partiendo de una crítica justa respecto de la esencia del gobierno, puede llegar a perderse de vista que, débil y precaria si se quiere, Morales rescató para el sistema la legitimidad perdida, se convirtió en su tabla de flotación con un voto ciudadano para nada despreciable. Hay una porción importante, la mayoría, que fue a votar contra “los políticos tradicionales” y, de paso, se apropió de la ilusión de que este, Morales, será distinto. Así, exactamente, funcionan los mecanismos de dominación hegemónica, o “los aparatos ideológicos de Estado”, en el sentido de Louis Althusser.

Partiendo de la misma premisa, sin embargo, se puede salir al paso al voluntarismo radical (por no decir, el infantilismo) y hacer un ejercicio de previsión que nutra desde ahora mismo la acción de las corrientes democráticas y progresistas del país.

Así como una parte de la sociedad fue seducida por la ilusión electoral, hay otro segmento considerable –incluyendo a muchos de quienes fueron a votar el 6 de septiembre y el 25 de octubre– que alcanzó alto grado de consciencia respecto de la naturaleza profunda de la crisis.

Son fuerzas sociales frescas que se asomaron al terreno de la política y a las que corresponde dar un norte programático y opciones organizativas, para canalizar su energía y voluntad de cambio.

Aquí es donde entra de nuevo Antonio Gramsci, quien nos recuerda que “prever significa únicamente ver claro el presente y el pasado en tanto que movimiento”. Ver claro, agrega, significa “identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso”.

Pero más importante, prever en términos de la transformación sociopolítica, implica tener un programa, un proyecto, que se quiere hacer triunfar. En otras palabras, si se carece de programa, de propuesta alternativa, difícilmente podrá constituirse la voluntad social para cambiar el rumbo del país.

Tanto por los previsibles tropiezos del nuevo gobierno (que por su naturaleza esencial y por sus características constitutivas podría no atender adecuadamente los desafíos de la coyuntura), como porque existe ese contingente social orientado hacia el cambio y se expresa por múltiples opciones organizativas novedosas, la tarea del momento es caminar en dirección de que el movimiento democrático y progresista se dote de un programa, que articule la voluntad transformadora.

Porque, para decirlo en palabras de Gramsci, “sólo en la medida en que el momento objetivo de la previsión se halla vinculado a un programa adquiere objetividad: porque sólo la pasión aguza el intelecto y coopera a hacer más clara la intuición”.

Edgar Celada Q.
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