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Interconexión y conciencia crítica

Mario Roberto Morales

En los años 60 surgieron los llamados “nuevos movimientos sociales” impulsando reivindicaciones específicas (como la raza, la etnia, el sexo, la cultura) frente a un sistema de poder al que no pretendían cambiar, a diferencia de los movimientos sociales a secas, cuyo principal objetivo era la toma del Estado para transformar la sociedad, pues eran movimientos “desde abajo” que buscaban hacer cambios sistémicos “desde arriba”. Esto, con el fin de transmutar la ideología y la cultura de los pueblos pero sólo después de incluirlos en una dinámica de trabajo productivo en la que fueran sujeto y no objeto del poder económico. Por el contrario, los “nuevos movimientos sociales” buscaban cambios graduales dentro del capitalismo. Y este criterio creció con la implosión del bloque socialista, pues eso destruyó cualquier “afuera” desde el cual oponérsele al sistema, de modo que la lucha debió hacerse forzadamente desde adentro. Y así llegamos a la posmodernidad culturalista de la acción política, en los 70.

La posmodernidad –construida sobre las ruinas del paradigma moderno (iluminista) de la industrialización pesada por la vía capitalista o la socialista– reivindicó al “sujeto” en su particularidad cultural, étnica, racial, sexual, poniendo en segundo plano su condición de clase. Esto, como reacción al desastre del socialismo real, que hizo del clasismo el eje de su propuesta revolucionaria, obviando las diferencias particulares. Por esto, la posmodernidad de izquierda buscó en la pluralidad de sujetos la construcción de un conglomerado para el cambio que –a veces propugnando por la toma del Estado y a veces impulsando un culturalismo “horizontalista” e “inorganizado” para hacer una revolución ideológica sin tomar el poder– superara la tragedia que el capitalismo le imponía al mundo promoviendo las guerras como mercados de armas, dañando ecológicamente el planeta y reduciendo al ser humano a una máquina consumidora de entretenimiento compulsivo, ya como partícipe pasivo de la sociedad del espectáculo, ya como ilusorio sujeto de la
comunicación interconectada por redes, en los 90.

La interconexión por redes se apoya en plataformas corporativas para la entretención banal, a las cuales se les puede cambiar esa función tomando distancia crítica de la idea –propia de la posmodernidad de derecha– de que sus medios suponen /per se/ una “democratización” del discurso y que por sí mismos “empoderan” los opinionismos erráticos al ecualizarlos con los juicios críticos que derivan su autoridad de la fundamentación demostrada. Estas plataformas son en su origen medios militares que luego se comercializaron para que sus usuarios asumieran la comunicación como entretenimiento. Pero la posmodernidad de izquierda les invirtió el sentido tornándolos instrumentos anti-sistémicos, tal como ocurría con el M-16 cuando pasaba de las manos del soldado a las del guerrillero.

El conocimiento y uso crítico de la interconexión es la exigencia básica para dotarla de una función emancipadora, en el entendido de que los cambios no los hacen los medios sino los individuos que les dan uso y sentido. Los medios como tales pueden ser simultáneamente consumidos para el regodeo en la trivialidad y/o manipulados para la concientización y la movilización política. Más que los medios /per se/, lo que define su función anti-sistémica es la conciencia crítica de sus usuarios. ¡Esa conciencia es la que urge desarrollar!

Mario Roberto Morales
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