Los nublados del día
Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com
El 28 de septiembre de 1821, cuando llegó copia del acta de independencia suscrita 13 días antes en Guatemala a León, entonces capital de Nicaragua, la diputación provincial hizo algo peculiar: se declaró independiente de Guatemala y pospuso “la independencia del Gobierno español, hasta tanto que se aclaren los nublados del día y pueda obrar esta provincia con arreglo a lo que exigen sus empeños religiosos y verdaderos intereses”.
Ni más, ni menos así está actuando el stablishment guatemalteco: optó por esperar a que “se aclaren los nublados del día” y se previno, por vía de la política del avestruz, del riesgo de que la movilización social se le escapara de la manos.
Así, defendiendo a voz en cuello la integridad del ya maltrecho fetiche del “orden constitucional”, amagó por la izquierda con presuntas reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP) pero en realidad quiere anotar por la derecha dejando que el tiempo corra para que, tal vez, las elecciones del 6 de septiembre disipen “los nublados del día”.
Es cierto que el curso de los acontecimientos en los últimos cinco meses y medio ha provocado, más que neblina, una gran polvareda que, por momentos, no deja ver con claridad en qué dirección se mueve la carcacha de la política nacional. Precisamente, una de las prácticas preferidas de la marrullería institucionalizada es el uso, y abuso, de las “cortinas de humo”.
Sin embargo, a estas alturas de la crisis política nacional, no hay más “nublados del día” que aquellos nacidos de la desfachatez, el cinismo y la ceguera de quienes suponen que es posible gobernando al país con los viejos métodos del engaño, la apariencia y tolerancia cómplice de una sociedad acostumbrada a ver para otro lado, con tal de “no meterse a problemas”.
Eso se terminó, en buena hora: el despertar ciudadano es bastante más que una afortunada síntesis discursiva.
Pero los políticos cleptocráticos hacen como si aquí no hubiera pasado nada. Se regocijan por el aparente reflujo de las manifestaciones en plazas y calles. “Ya no hay tantos pidiendo mi renuncia”, festejó el presidente, como quien se alegra de la canícula prolongada y cree que con ella ya pasó la tempestad.
En el Legislativo vuelven a jugar a la dilación de los asuntos urgentes, a meter remiendos, parches grotescos, a las propuestas de reforma a la LEPP procesadas a conciencia por el Tribunal Supremo Electoral, la Plataforma Nacional para la Reforma del Estado y aun en la mesa específica instalada por el mismo Congreso de la República.
Hasta donde se alcanza a ver, lo más probable es que acudamos a las urnas el 6 de septiembre. El stablishment (ahora no hablo únicamente de los más burdos profesionales de la marrullería y el engaño) está jugando a que los comicios oxigenen un sistema político desahuciado.
Lejos de despejar “los nublados del día”, el resultado trascenderá a la anecdótica pregunta de estos días respecto de si llegarán a segunda vuelta un payasón y un payasito. Lo que está cantado es que hacer elecciones en estas condiciones es empujar la carcacha nacional hacia el siguán de una crisis más profunda.
Un Ejecutivo débil (tanto o más que el fantasmagórico que hoy arrastra los pies hacia el 14 de enero, sin certeza de que la muleta diplomática en que se apoya no lo deje caer en algún momento de este agónico semestre restante); un Legislativo sin beneficio de la duda, atomizado en muchas bancadas difíciles de articular para un proyecto coherente de reforma del Estado; y decenas de gobiernos municipales al borde de la ingobernabilidad, a causa de reelecciones de dudosa legitimidad. Ese es el funesto escenario por delante.
No hay, sin embargo, lugar para el pesimismo. En la plaza y en la calle se escucha el rítmico canto de “esto apenas empieza”. Es cierto. En una perspectiva histórica dilatada, Guatemala apenas reinició su andar hacia una democracia de nuevo tipo, lejos del simulacro vivido durante más un cuarto de siglo.
Una democracia avanzada, único espacio de convivencia para superar el secular rezago económico y social. Una democracia con la que, parafraseando a Otto René Castillo, por fin esta patria nuestra pueda abrir sus alas a la mañana.
Sin embargo, a estas alturas de la crisis política nacional, no hay más “nublados del día” que aquellos nacidos de la desfachatez, el cinismo y la ceguera de quienes suponen que es posible gobernando al país con los viejos métodos del engaño, la apariencia y tolerancia cómplice de una sociedad acostumbrada a ver para otro lado, con tal de “no meterse a problemas”.
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