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Sobre lo que se debe (porque se puede) hacer políticamente en este momento de nuestra historia.

Todas las naciones modernas se fundan sobre las espaldas de quienes han quedado excluidos de los derechos ciudadanos. Los excluidos suelen pertenecer a estratos sociales subalternos y, en el caso de las sociedades multiculturales, a razas y etnias “de color”, es decir, diferentes a la llamada “raza blanca” que, a estas alturas, no es sino una referencia a la “centralidad” europea, fundada a partir de las “periferias” colonizadas.

Hay, pues, una contradicción de fondo en los orígenes de la nación moderna en el mundo colonizado, y es la que brota entre la teoría de la democracia y la realidad de la economía. O, para ponerlo más claro, entre la lírica del liberalismo (igualdad de oportunidades, libre competencia, Estado democrático) y sus prácticas económicas feudales y de capitalismo oligárquico (latifundio, sobreexplotación de la mano de obra agrícola, rentismo, monopolismo, Estado dictatorial).

Para salir de este estado de cosas, México hizo una revolución que trató de encajar la teoría liberal con la práctica económica libre. Al final, el ala criolla de la revolución se apoderó del proyecto y lo estancó donde le convino. Pero México logró un desarrollo material y cultural sin precedentes gracias a la modernización de su economía y su política acabando con la dictadura de Porfirio Díaz. Guatemala quiso hace exactamente lo mismo en 1944, con el desenlace de todos conocido. Los logros de diez años de modernización económica y política fueron anulados y la oligarquía y los sectores más reaccionarios del ejército hicieron retroceder al país casi a donde estaba en tiempos del dictador Ubico. La semilla de la revolución, empero, estaba sembrada en la conciencia popular.

La agenda política de la Guatemala actual pasa por la modernización de su economía, es decir, de su capitalismo, volviéndolo un capitalismo de libre competencia y sin prácticas monopolistas. Pasa también por la modernización de su política, fundando un Estado fuerte, probo y eficiente que garantice la igualdad de oportunidades, la educación y la salud para todos los ciudadanos, ubicando a los excluidos de siempre en la centralidad de la ciudadanía. Se trata pues de diseñar un proyecto económico que nos involucre a todos en el trabajo, el salario y el consumo a corto, mediano y largo plazo, y un proyecto político de refundación del Estado para hacerlo funcionalmente democrático.

La elite que fundó la nación todavía no ve la necesidad de modernizarla ampliándola e incluyendo en su seno a los excluidos como fuerza de trabajo. Para esta elite, su interés familiar está por encima del interés nacional. Por eso jamás pasó de ser clase dominante a ser clase dirigente. Por eso ha tenido que gobernar con la fuerza de las armas, mediante militares represores de su propio pueblo. Por eso le teme a la democracia, al capitalismo moderno (en el que cada vez haya más empresarios y más asalariados, más ricos y mayor clase media).

Es con este sistema fracasado con el que la política moderna tiene que romper. La crisis del Estado-nación no implica que éste se haya superado. Implica que tal como está no funciona y que hay que replantearlo. No que haya que tirarlo por la borda para que lo sustituyan las cámaras empresariales, como pretende el fascismo neoliberal, expresión fanática del conservadurismo oligárquico. Esta es la revolución posible y necesaria en este momento. Debemos desarrollar la economía para que sean posibles los derechos ciudadanos. La fórmula inversa no es más que un mantra oenegero.

[stextbox id=»warning»]La elite que fundó la nación todavía no ve la necesidad de modernizarla ampliándola e incluyendo en su seno a los excluidos como fuerza de trabajo. Para esta elite, su interés familiar está por encima del interés nacional. Por eso jamás pasó de ser clase dominante a ser clase dirigente.[/stextbox]

Mario Roberto Morales
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