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Disfrazar lo imposible de factible no sólo es inmoral e irresponsable, sino también impolítico.

En Guatemala no se puede instaurar el socialismo porque éste necesita un grado de desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas que lo faculte para socializar la producción y el consumo de mercancías; este desarrollo sólo se obtiene mediante un capitalismo moderno, y ocurre que el que vivimos en Guatemala es atrasado por oligárquico, ya que la producción y el consumo de mercancías y el control del Estado se hallan en manos de una docena de familias que no entiende que democratizando la economía, es decir, extendiéndola a más empresarios (medianos y pequeños), obtendría más y mejores beneficios; por el contrario, tiene miedo de permitir que haya más ricos porque ignora cómo sobrevivir en un país en cuya economía reine la libre competencia, la libertad económica y la igualdad ante la ley, pues está acostumbrada a vivir de manera rentista a partir de la sobreexplotación de una mano de obra desorganizada y sin prestaciones, y a comportarse como señora feudal entre siervos de toda laya: desde sucios “choleros” descamisados hasta arrastrados wannabes de cuello blanco.

Arbenz quiso hacer lo que al mismo tiempo hacía Chan Kai Chek en Taiwán: convertir a los terratenientes feudales en empresarios industriales y repartir los latifundios entre los campesinos, creando así un gran conglomerado de pequeños propietarios agrícolas bajo un capitalismo tutelado por el Estado; esto, con el fin de que la seguridad alimentaria local estuviera garantizada por la producción agrícola, y la industrialización de este producto llevara poco a poco a constituir al país en una potencia exportadora. La diferencia estribó en que, en Taiwán, Chan Kai Chek lo hizo bajo la ley marcial y con el apoyo irrestricto de Estados Unidos, mientras en Guatemala Arbenz lo hizo indemnizando a los propietarios de las tierras sujetas a la reforma agraria y con la oposición de Estados Unidos (por la cual Bill Clinton nos pidió disculpas, pues consideró el derrocamiento de Arbenz como un crimen histórico que hundió a Guatemala en la desgracia que todavía vive).

Por increíble que le parezca a la derecha más ignorante, la agenda de Arbenz sigue vigente porque Guatemala necesita con urgencia modernizar su capitalismo, es decir, ampliarlo a más y más empresarios, pequeños y medianos, como base de la modernización de su democracia y de su Estado, pues ¿qué democracia puede existir en un país cuya economía es controlada por una docena de familias? Con una base económica así, la democracia es pura retorica vacua. Esta es la razón de fondo por la que los candidatos de papel que tenemos no ofrecen planes de gobierno y se dirigen a la ciudadanía con eslóganes estúpidos como “Yo amo a Guatemala, soy patriota” o “Sólo la familia unida salva a Guatemala” o “Gutiérrez es empleo” o “Suger es diferente” y otros de afín superficialidad abismal.

Para modernizar el capitalismo, el Estado debe controlar la economía fomentando la pequeña y mediana empresa por medio del respaldo legal a la libre competencia y a la prohibición de las prácticas monopólicas, haciendo valer la igualdad de todos ante la ley. Sólo así el Estado puede garantizar la seguridad alimentaria mediante el estímulo a la pequeña producción agrícola local y a un proceso productivo tendente a crear un mercado interno vigoroso.

El situacionismo del 68 subvertía el conservadurismo burgués con eslóganes como “Sed realistas, exigid lo imposible”. Pero disfrazar lo imposible de factible no sólo es inmoral e irresponsable, sino también impolítico.

 

Mario Roberto Morales
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