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Maras y poderes ocultos en Guatemala

Marcelo Colussi

Hasta donde yo sé, tanto la policía como el ejército tienen gente infiltrada en las pandillas. Pero no como en las películas de Hollywood, donde el “bueno” se mete y se hace pasar por el “malo”. Aquí simplemente llega el chonte y arregla pelado con el pandillero: “necesito esto o lo otro”, se negocia y asunto arreglado. Si te agarran in fraganti, por ejemplo, él mismo te dice: “¡para la tarde traéme tanto y aquí no ha pasado nada!”. Se lo llevás, y así te quitás una bronca de encima y creás un vínculo con alguien que ya pasa a ser tu aliado. Y a través de ese policía luego te viene una orden de mucho más arriba, que podría involucrar a gente cabezona que jamás va a dar la cara. Así funciona la mara hoy día. (…) No soy sociólogo ni politólogo, pero me doy cuenta que hay una relación entre un chavo marero al que le dan la orden de cobrarle extorsión a todas las tiendas de una comunidad y el diputado que tiene una agencia de seguridad.
Testimonio de un ex pandillero

La mara, más allá de todo lo que se diga, sirve realmente a quienes ejercen el poder, a los grandes. En verdad es el sistema en su conjunto quien se beneficia: el Estado y los grandes grupos de poder, porque así se mantiene en zozobra a la población y se le aleja de sus verdaderos problemas, la economía, la salud, la educación. Es decir que funciona como un distractor.
Entrevista a un miembro del Sistema Penitenciario

La mara no podría existir si no tuviera vínculos con gente en el gobierno que les facilita las cosas. Por supuesto que hay conectes a ese nivel. Eso es imprescindible para sobrevivir.
Testimonio de un ex pandillero

Todo el tema de la mara se ha inflado mucho por los medios de comunicación; ellos tienen mucho que ver en este asunto, porque lo sobredimensionan. En realidad, la situación no es tan absolutamente caótica como se dice. Se puede caminar por la calle, pero el mensaje es que si caminás, fijo te asaltan. Por tanto: mejor quedarse quietecito en la casa.
Testimonio de un líder comunitario

 

 

Introducción

Investigar nunca es fácil. Es apasionante, sin dudas. Pero no fácil. Implica zambullirse en áreas desconocidas sin saber con qué se va a encontrar quien investiga.

Eso, por cierto, puede deparar maravillosos descubrimientos. La aventura de saber, de conocer lo hasta hoy desconocido, de ampliar los horizontes de la cultura, puede ser fabulosa. Pero también puede ocasionar sinsabores. Para el caso de la presente investigación, hay varios posibles sinsabores –por decirlo suavemente– en ciernes. Sinsabores, incluso, que fácilmente podrían ser más que eso. Podrían tener consecuencias nada agradables. ¿Peligrosas quizá? Probablemente.

Al igual que en todo proceso investigativo, no se sabe a priori cuáles son las dificultades del objeto investigado propiamente dicho. Podría ser que la complejidad del tema abordado desborde las capacidades del equipo de investigación, que el marco teórico sea insuficiente para comprender el objeto de estudio, que el procedimiento metodológico sea insuficiente, o precario. O simplemente erróneo, y halla que replantear el abordaje de la problemática en cuestión. Todas esas posibilidades están presentes aquí. Pero hay algo más, quizá más complejo, más enrevesado aún, por decirlo de un modo elegante. El tema que se intenta abordar ¡es peligroso!

Las maras existen en Guatemala desde hace ya más de tres décadas. En ese lapso de tiempo fueron evolucionando grandemente, y las primeras experiencias de los años 80 del siglo pasado, cuando grupos de muchachos defendían a puño limpio sus territorios en las colonias populares, ya no tienen nada que ver con su perfil actual.

Hoy por hoy, estos grupos juveniles pasaron a ser un enemigo público de proporciones gigantes. Y justamente ahí viene la pregunta que dispara la presente investigación: ¿son realmente las maras el problema a vencer en nuestra empobrecida sociedad post guerra, o hay ahí ocultas agendas mediático-políticas?

La insistente prédica de los medios masivos de comunicación ya desde hace años nos convenció que la violencia (identificada sin más con delincuencia) nos tiene de rodillas. De esa cuenta, sin análisis crítico de la cuestión, las maras se han venido presentando en forma creciente como uno de los grandes problemas nacionales. Por cierto, eso está sobredimensionado. Una simple lectura de los hechos indica que, en todo caso, el problema de fondo no son estos jóvenes en sí mismos sino las causas por las que se convierten en transgresores. De hecho, nadie sabe a ciencia cierta cuántos mareros hay. Llamativo, sin dudas. Las estimaciones van desde 3,000 hasta 200,000. Si de un problema de tal magnitud nacional se trata, ¿cómo sería posible que nadie tenga datos ciertos?

Efectivamente es cierto que, hoy por hoy, sus actos constituyen a veces demostraciones de la más espantosa crueldad y falta de solidaridad: matan, violan, descuartizan a sus víctimas, extorsionan. Ahora bien: ¿por qué se fue dando ese paso de grupo barrial juvenil a “demonio” temido, problema de seguridad nacional, con valor casi de nueva plaga bíblica?

El presente estudio pretende abrir preguntas sobre este perfil demonizado de las maras. Partimos de algunos supuestos, de algunas hipótesis que guían la investigación, justamente porque resulta un tanto extraño que en un país estructural y crónicamente pobre, con una pesada herencia de violencia, muerte y terror que dejó el recién pasado conflicto armado interno, todas las baterías actuales se dirijan a ese síntoma (la pandilla) y no a las causas que la generan.

¿Cómo es posible que un número no determinado, siempre impreciso de jóvenes marginalizados, subalimentados, con escasa o nula educación formal, provenientes de barriadas pobres, viviendo siempre en situaciones de aguda carencia, de precariedad extrema, pobremente equipados en términos comparativos con las fuerzas armadas regulares, sin ningún proyecto real de transformación político-social, tengan en vilo a toda una sociedad? ¿No es posible, si se trata de un problema de seguridad, que las fuerzas armadas oficiales den cuenta del fenómeno, que puedan controlar esa expresión de violencia desbordada? Cuesta creer que un grupo de jóvenes rebeldes constituyan un problema tan serio.

Ello fue lo que motivó poner en marcha el estudio. Pero más aún, una intuición que complejiza las cosas. Guatemala aún está saliendo –sin saberse con exactitud cuánto tiempo durará eso– de un clima post bélico que pareciera tender a perpetuarse. En concreto, hace ya cerca de dos décadas que se firmó formalmente la paz entre los grupos militarmente enfrentados: el movimiento revolucionario armado y el ejército nacional. Pero el clima de militarización y de guerra continúa. Las maras se inscriben en esa lógica.

Ahora bien: distintos indicios (por ejemplo, esa transformación que han ido teniendo en el tiempo, su papel hiperdimensionado en los medios de comunicación como nuevo demonio –lo que ayer era el guerrillero, el “delincuente subversivo”, hoy lo es el marero: la afrenta a la sociedad pacífica–, ciertas coincidencias llamativas en la esfera política) llevan a pensar que hay algo más que un grupo de jóvenes transgresores.

Como en todo proceso de investigación en el área social, la intuición no deja de estar presente. Fue eso lo que nos motivó a preguntarnos qué hay de cierto en este papel tan sobredimensionado de las maras. Y ahí vienen los “peligros” que se mencionaban.

Las maras –eso lo fue dejando ver el estudio– no son tan autónomas. Responden a patrones que van más allá de sus integrantes, jóvenes cada vez más jóvenes, con dudosa capacidad gerencial y estratégico-militar como para mantener en vilo a todo un país. ¿Están manejadas por otros actores? ¿Quién se beneficia de estos circuitos delincuenciales tan violentos? ¿Cuántos mareros existen en el país? Si tanto dinero manejan, ¿por qué los mareros continúan viviendo en la marginalidad y la pobreza?

Viendo que todos esos datos faltan, la intuición nos llevó a pensar que allí debía haber algo más que “jóvenes en conflicto con la ley penal”. Las piezas del rompecabezas estaban sueltas, y una investigación rigurosa nos permitiría unirlas. Pero allí surgen los problemas.

El tema en cuestión es delicado, álgido, particularmente espinoso. Al estudiar las maras se rozan poderes que funcionan en la clandestinidad, que se sabe que existen pero no dan la cara, que siguen moviéndose con la lógica de la contrainsurgencia que dominó al país por décadas durante la guerra interna. Y esos poderes, de un modo siempre difícil de demostrar, se ligan con las maras. En otros términos: las maras terminan siendo brazo operativo de mecanismos semi-clandestinos que se ocultan en los pliegues de la estructura de Estado, que gozan de impunidad, que detentan considerables cuotas de poder, y que por nada del mundo quieren ser sacados a la luz pública. De ahí la peligrosidad que mencionáramos.

A ello se suma, como otra dificultad para llevar adelante la investigación, la complejidad de poder investigar pertinentemente el objeto en cuestión. Visto que se trata de relaciones bastante, o muy, ocultas, poder develarlas no es nada sencillo. Nadie quiere/puede prestarse a dar mayor información. Más aún: nadie dispone de mayor información veraz al respecto. ¿Cómo presentar entonces resultados plausibles?

Ante estas dificultades surge la pregunta de cómo proceder metodológicamente entonces. Pues: como se pueda, así de simple.

O de complicado. Pues efectivamente obtener información válida en un campo donde se sabe poco, hay poco o nada investigado y donde casi nadie está dispuesto a hablar, se torna un enorme problema metodológico. De todos modos, con los recaudos del caso, pudimos avanzar.

Un obstáculo más que se suma en la investigación está dado por la fiabilidad de los datos obtenidos y por la posibilidad de demostrar fehacientemente, con pruebas contundentes en las manos, las hipótesis en juego. Sabido es que en ciencias sociales los esquemas epistemológicos son distintos a los de las ciencias exactas, las llamadas “ciencias duras”. Si pudimos hablar de “intuición” en un marco académico, es porque las ciencias sociales lo posibilitan. O más aún: lo requieren. De todos modos, eso siempre constituye un problema a vencer: cómo demostrar que las conclusiones obtenidas son válidas. Para el presente caso, contamos con las declaraciones de personas involucradas en el tema, y con datos generales. Establecer los vínculos entre todos los cabos sueltos es un difícil trabajo casi de orfebre, dificultoso, que impone un dosis de valentía intelectual para atreverse a decir lo que no siempre es “políticamente correcto”. Creemos, de todos modos, haber dado un primer paso muy importante.

Pero otro problema añadido, no menor, fue la dimensión del estudio. Sabemos que estamos ante un problema de enorme magnitud, con ribetes políticos de trascendencia nacional. Sabemos, por tanto, que estudiar a profundidad algo así rebasa infinitamente los recursos con que contamos para esta ocasión. Por tanto, sabiendo de todas estas limitaciones, nos planteamos una primera aproximación al tema, la cual deberá funcionar como puerta de entada a una necesaria, imprescindible profundización de lo aquí avanzado. Estamos claro que este informe no es sino un pequeño documento preliminar de una investigación mucho más rigurosa y extensa que debería estar por venir.

Se procedió a hacer un recorrido bibliográfico de todos aquellos documentos que pudieran dar pistas ciertas sobre la intuición/observación que disparó el estudio. Y como complemento, con la mayor reserva del caso (no se darán nunca los nombres de los entrevistados), se procedió a realizar entrevistas (en un caso un pequeño grupo focal) con informantes claves. Por razones de seguridad, mareros activos no fue posible contactar, pues ninguno de ellos puede dar información. Eso se considera alta traición a la mara, y se paga con la muerte. Los entrevistados fueron jóvenes que, por diferentes motivos, ya no operan.

Se tuvo contacto con seis ex pandilleros y con la ex pareja de otro pandillero actualmente privado de libertad condenado a 20 años de prisión. Igualmente nos entrevistamos con cuatro investigadores que también estudian el fenómeno (un médico, una psicóloga, un sociólogo y un economista), uno de ellos también dirigente de una organización dedicada a la reinserción de estos jóvenes, con dos abogados defensores de mareros, con dos policías de la PNC, con un líder comunitario de una llamada “zona roja” plagada de maras y con una funcionaria del Sistema Penitenciario.

A partir de esos contactos, con largas entrevistas personalizadas con preguntas semi-estructuradas, pudimos llegar a algunas conclusiones que, enfatizamos en esto, constituyen un primer avance en esta investigación, pero no resultados definitivos. De hecho ya se establecieron contactos con agencias donantes para poder ampliar el estudio para el año entrante, visto que un tema como el presente amerita necesariamente un equipo multidisciplinario de varias personas y muchos meses de trabajo. Lo actual fue sólo una breve introducción al tema.

Con la modestia del caso, lo aquí presentado –sujeto a revisiones, ampliaciones y todas las retroalimentaciones del caso– no pretende ser en modo alguno un producto final sino sólo el punto de arranque de un estudio más amplio que, entendemos, debería ser la continuidad de estas primeras y balbucientes ideas.

Es por eso, entonces, que no cerramos el trabajo con Recomendaciones, como suele hacerse en este tipo de presentaciones. No estamos aún en condiciones de recomendar nada concreto, sino llamar a profundizar el estudio y conocer más en detalle los vínculos entre las pandillas y los poderes político-económico-mafiosos que se sirven de ellas.

Objetivo del estudio

Iluminar cómo las maras en muchos casos han sido y son instrumentalizadas por poderes paralelos subsistentes en el país y cómo los mismos las utilizan para sus propios fines. De este modo, se hará un aporte al conocimiento de un ángulo poco estudiado de la problemática de las maras y se contribuirá a la lucha contra el clima de impunidad reinante.

Consideraciones preliminares

Desde hace ya unos años, y en forma siempre creciente, el fenómeno de las pandillas juveniles violentas ha pasado a ser un tema de relevancia nacional.

Se trata de un fenómeno urbano, pero que tiene raíces en la exclusión social del campo, en la huida desesperada de grandes masas rurales de la pobreza crónica de aquellas áreas, que se articula a su vez con la violencia de la guerra interna que asoló al país años atrás y que dio como consecuencia: 1) una cultura de violencia e impunidad que se extendió por toda la sociedad y aún persiste, ya vuelta “normal”, y 2) la salida del país de innumerable cantidad de población que, tanto por la guerra interna como por la situación de pobreza crónica, marchó a Estados Unidos, de donde muchos jóvenes regresaron deportados portando los valores de una nueva cultura pandilleril, desconocida años atrás en Guatemala.

Estas pandillas, surgidas siempre en las barriadas pobres de la capital o de las ciudades cada vez más atestadas y caóticas, son habitualmente conocidas como “maras” –término derivado de las hormigas marabuntas, que terminan con todo a su paso, metáfora para explicar lo que hacen estas “mara-buntas” humanas–. Las mismas, según la representación social que se generó estos últimos años, han pasado a ser el “nuevo demonio” todopoderoso.

Según el manipulado e insistente bombardeo mediático, son ellas las principal causa de inestabilidad y angustia de nuestra sociedad post conflicto, ya de por sí fragmentada, sufrida, siempre en crisis. De esa cuenta, es frecuente escuchar la machacona prédica que “las maras tienen de rodilla a la ciudadanía”.

El problema, por cierto, es muy complejo; categorizaciones esquemáticas no sirven para abordarlo, por ser incompletas, parciales y simplificantes. Entender, y eventualmente actuar, en relación a fenómenos como éste, implica relacionar un sinnúmero de elementos y verlos en su articulación y dinámica globales. Comprender a cabalidad de qué se habla cuando nos referimos a las maras no puede desconocer que se trata de algo que surge en los países más pobres del continente, con estructuras económico-sociales de un capitalismo periférico que resiste a modernizarse, viniendo todos ellos de terribles procesos de guerras civiles cruentas en estas últimas décadas, con pérdidas inconmensurables tanto en vidas humanas como en infraestructura, las cuales hipotecan su futuro.

O, en todo caso, surgen en los sectores más empobrecidos (inmigrantes latinos, poblaciones afrodescendientes) de una gran economía como es Estados Unidos, lugar desde donde la cultura pandilleril se difunde hacia los países más carenciados del continente, en buena medida por las deportaciones que realiza el gobierno federal de aquella nación.

Las maras en Guatemala, de esa forma, son una expresión patéticamente violenta de una sociedad ya de por sí producto de una larga historia de violencia, hija de una cultura de la impunidad de siglos de arrastre, de un país donde el Estado no es un verdadero regulador de la vida social y donde el desprecio por la vida no es infrecuente.

Empiezan a surgir para la década de los 80 del siglo pasado, aún con la guerra interna en curso. En un primer momento fueron grupos de jóvenes de sectores urbanos pobres, en muchos casos deportados desde Estados Unidos, que se unían ante su estructural desprotección. Hoy, ya varias décadas después, son mucho más que grupos juveniles: son “la representación misma del mal, el nuevo demonio violento que asola el orden social, los responsables del malestar en toda la región”…, al menos según las versiones oficiales, incorporadas ya como imaginario colectivo en la ciudadanía de a pie, repetido hasta el hartazgo por los medios masivos de comunicación.

El análisis de la situación realizado con el presente estudio permitió comprobar que se ha venido operando una profunda transformación en la composición y el papel social jugado por las maras. De grupos de defensa territorial, más cercanos a “salvaguardar el honor” de su barrio, han ido evolucionando a brazo indispensable del crimen organizado. En estos momentos, existen sobrados argumentos que demuestran que ya no son sólo grupos juveniles delincuenciales que entran en conflicto con la ley penal en función de satisfacer algunas de sus necesidades (drogas, alcohol, recreación, teléfonos celulares de moda, vestuario, etc.). Por el contrario, terminan funcionando como apéndice de poderes paralelos que los utilizan con fines políticos. En definitiva: control social.

Los mareros, cada vez más, deciden menos sobre sus planes, y en forma creciente se limitan a cumplir órdenes que “llegan de arriba”. El sicariato, cada vez más extendido, está pasando a ser una de sus principales actividades. Valga al respecto la cita de uno de los entrevistados: “Decían en Pavón estos días los chavos mareros, ahora detenidos, que están contentos porque el año que viene, año electoral, van a tener mucho trabajo. Eso quiere decir que se los va a usar para crear zozobra, para infundir miedo. Y por supuesto, hay estructuras ahí atrás que son las que dan las órdenes y les dicen a la mara qué hacer”.

No cabe ninguna duda que las maras son violentas; negarlo sería absurdo. Más aún: son llamativamente violentas, a veces con grados de sadismo que sorprende. No hay que perder de vista que la juventud es un momento difícil en la vida de todos los seres humanos, nunca falto de problemas. El paso de la niñez a la adultez, en ninguna cultura y en ningún momento histórico, es tarea fácil. Pero en sí mismo, ese momento al que llamamos adolescencia no se liga por fuerza a la violencia. ¿Por qué habría de ligarse? La violencia es una posibilidad de la especie humana en cualquier cultura, en cualquier posición social, en cualquier edad. No es, en absoluto, patrimonio de los jóvenes. Quienes deciden la guerra, la expresión máxima de la violencia (y se aprovechan de ella, por cierto), no son jóvenes precisamente. Eso nunca hay que olvidarlo.

De todos modos, algo ha ido sucediendo en los imaginarios colectivos en estos últimos años, puesto que hoy, al menos en la noción popularmente extendida que ronda en nuestro país, ser joven –según el discurso oficial dominante– es muy fácilmente sinónimo de ser violento. Y ser joven de barriadas pobres es ya un estigma que condena: según el difundido prejuicio que circula, provenir de allí es ya equivalente de violencia. La pobreza, en vez de abordarse como problema que toca a todos, como verdadera calamidad nacional que debería enfrentarse, se criminaliza. Si algo falta hoy en los planes de gobierno, son abordajes preventivos.

A esta visión apocalíptica de la pobreza como potencialmente sospechosa se une una violencia real por parte de las maras que no puede desconocerse, a veces con niveles increíbles de crueldad, por lo que la combinación de ambos elementos da un resultado fatal. De esa forma la mara pasó a estar profundamente satanizada: la mara devino así, al menos en la relación que se fue estableciendo, una de las causas principales del malestar social actual. La mara –¡y no la pobreza ni la impunidad crónica!– aparece como el “gran problema nacional” a resolver.

Se presentifican ahí agendas calculadas, distractores sociales, cortinas de humo: ¿pueden ser las pandillas juveniles violentas –que, a no dudarlo, son violentas, eso está fuera de discusión– el gran problema a resolver en un país con altos niveles de desigualdad y en post guerra, en vez de enormes cantidades de poblaciones por debajo de la línea de pobreza? (más de la mitad de la población guatemalteca: 50.9%, se encuentra por debajo de la línea de pobreza que establece Naciones Unidas, es decir: vive con un ingreso de dos (2) dólares diarios). ¿Pueden ser estos grupos juveniles violentos la causa de la impunidad reinante (“los derechos humanos defienden a los delincuentes”, suele escucharse), o son ellos, en todo caso, su consecuencia? El problema es infinitamente complejo, y respuestas simples y maniqueas (“buenos” versus “malos”) no ayudan a resolverlo.

Si fue posible desarticular movimientos revolucionarios armados apelando a guerras contrainsurgentes que no temieron arrasar poblados enteros, torturar, violar y masacrar para obtener una victoria en el plano militar, ¿es posible que realmente no se puedan desarticular estas maras desde el punto de vista estrictamente policíaco-militar? ¿O acaso conviene que haya maras? Pero, cui bono?, ¿a quién podría convenirle?

En la génesis de cualquier pandilla se encuentra una sumatoria de elementos: necesidad de pertenencia a un grupo de sostén que otorgue identidad, la dificultad en su acceso a los códigos del mundo adulto; en el caso de los grupos pobres de esas populosas barriadas de donde provienen, se suma la falta de proyecto vital a largo plazo. Por supuesto, por razones bastante obvias, esta falta de proyecto de largo aliento es más fácil encontrarlo en los sectores pobres que en los acomodados: jóvenes que no hallan su inserción en el mundo adulto, que no ven perspectivas, que se sienten sin posibilidades para el día de mañana, que a duras penas sobreviven el hoy, jóvenes que desde temprana edad viven un proceso de maduración forzada, trabajando en lo que puedan en la mayoría de los casos, sin mayores estímulos ni expectativas de mejoramiento a futuro, pueden entrar muy fácilmente en la lógica de la violencia pandilleril, que supuestamente otorga bondades, “dinero fácil”, reconocimiento social. “Bondades”, por supuesto, que encierran una carga mortal. Una vez establecidos en ese ámbito, por una sumatoria de motivos, se va tornando cada vez más difícil salir.

Es importante destacar que todo esto ya se sabe, está suficientemente estudiado, por lo que la presente investigación no aporta ningún elemento novedoso en ese sentido. Nos apuramos a puntualizarlo porque el sentido de lo aquí propuesto apunta hacia otra cosa. Si algo se quiere profundizar es en el manejo político macro a que pueda dar lugar la persistencia de este fenómeno de las maras. Una vez más: ¿quién se beneficia de ellas?

Lo que suele suceder con estos grupos es que, en vez de ser abordados en la lógica de poblaciones en situación de riesgo, son criminalizados. Tan grande es esa criminalización, que eso puede llevar a pensar que allí se juega algo más que un discurso adultocéntrico represivo y moralista sobre jóvenes en conflicto con la ley penal. ¿Por qué las maras son el nuevo demonio? Porque, definitivamente, no lo son. Al respecto, valgan las palabras de uno de los policías entrevistados: “A veces no es la mara la que comete los hechos delictivos, pero se le echa la culpa. Conviene tenerla como lo más temible, porque con eso se tiene atemorizada a la población. Y mucha gente realmente queda aterrorizada con todo lo que se dice y se cuenta de las maras. No todos los delitos que se cometen los hacen las maras. Hay muchos delincuentes que actúan por su cuenta, pero los medios se encargan de echarle siempre la responsabilidad a las maras (…) Hay una gran gama de delincuentes: robacarros, asaltabuses, narcotraficantes, robafurgones, personas individuales que delinquen y roban en un semáforo, y también maras. Hay de todo, no sólo mareros”.

¿Hay algo más tras esa continua prédica? Cuando un fenómeno determinado pasa a tener un valor cultural (mediático en este caso) desproporcionado con lo que representa en la realidad, por tan “llamativo”, justamente, puede estar indicando algo. ¿Es creíble acaso que grupos de jóvenes con relativamente escaso armamento (comparado con lo que dispone el Estado) y sin un proyecto político alternativo (porque definitivamente no lo tienen, no intentan subvertir ningún orden social) se constituyan en un problema de seguridad nacional en varios países al mismo tiempo, que puedan movilizar incluso los planes geoestratégicos de potencias militares extra-regionales? De hecho Estados Unidos en innumerables ocasiones se refirió a las maras como un problema de seguridad que afecta la gobernabilidad y la estabilidad democrática de la región y preocupa a su gobierno central en Washington. ¿Qué lógica hay allí?

Un ex pandillero decía al respecto en el grupo focal que desarrollamos: “Las pandillas funcionan como un distractor dentro del sistema: mientras pasa cualquier cosa a nivel político, se utiliza la mara como chivo expiatorio, y los titulares de la prensa o de la televisión no deja de remarcarlas como el gran problema”.

Todo lo anterior plantea las siguientes reflexiones, que guiaron las preguntas de investigación con la que nos dirigimos a los entrevistados:

• Las maras no son una alternativa/afrenta/contrapropuesta a los poderes constituidos, al Estado, a las fuerzas conservadoras de las sociedades. No son subversivas, no subvierten nada, no proponen ningún cambio de nada. Quizá no sean funcionales en forma directa a la iniciativa privada, a los grandes grupos de poder económico, pero sí son funcionales para ciertos poderes (poderes ocultos, paralelos, grupos de poder que se mueven en las sombras) que –así lo indica la experiencia– las utilizan. En definitiva, son funcionales para el mantenimiento sistémico como un todo, por lo que esos grandes poderes económicos, si bien no se benefician en modo directo, terminan aprovechando la misión final que cumplen las maras, que no es otro que el mantenimiento del statu quo. Pero esto hay que matizarlo: no son los poderes tradicionales quienes las utilizan (la cúpula económica tradicional, la aristocracia histórica ligada a la agroexportación, los grandes detentadores de las fortunas más abultadas) sino los nuevos poderes ligados a estructuras estatales y que continúan subrepticiamente con el Estado contrainsurgente creado durante la guerra interna, en general vinculados a negocios no muy respetables (contrabando, trata de personas, narcoactividad, crimen organizado). Es decir, aquello que llamamos –tal como el título de la investigación los nombra – “poderes paralelos”.

• Las maras no son delincuencia común. Es decir: aunque delinquen igual que cualquier delincuente violando las normativas legales existentes, todo indica que responderían a patrones calculadamente trazados que van más allá de las maras mismas. No sólo delinquen sino que, esto es lo fundamental, constituyen un mensaje para las poblaciones. Esto llevó a pensar que hay planes maestros, y por tanto, hay quienes los trazan. El presente estudio da algunas pistas al respecto.

• Si bien son un flagelo –porque, sin dudas, lo son–, no afectan la funcionalidad general del sistema económico-social. En todo caso, son un flagelo para los sectores más pobres de la sociedad, donde se mueven como su espacio natural: barriadas pobres de las grandes urbes. Es decir: golpean en los sectores que potencialmente más podrían alguna vez levantar protestas contra la estructura general de la sociedad. Sin presentarse así, por supuesto, cumplen un papel político. El mensaje, por tanto, sería una advertencia, un llamado a “estarse quieto”.

• No sólo desarrollan actividades delictivas sino que, básicamente, se constituyen como mecanismos de terror que sirven para mantener desorganizadas, silenciadas y en perpetuo estado de zozobra a las grandes mayorías populares urbanas. En ese sentido, funcionan como un virtual “ejército de ocupación”. Un abogado entrevistado, que defiende mareros, afirmaba: “La mara sirve a los poderes en tanto sistema, porque no cuestionan nada de fondo sino que ayudan a mantenerlo. Por ejemplo: ayudan a desmotivar organización sindical. O a veces se infiltran en las manifestaciones para provocar, todo lo cual beneficia, en definitiva, al mantenimiento del sistema en su conjunto”. Y una investigadora del tema afirmó: “En muchas colonias populares ya no se ve gente por la calle, porque es más seguro estar encerrado en la casa. Ya no hay convivencia social: hay puro temor. (…) Todo indicaría que esto está bien pensado, que no es tan causal. La mara nunca es solidaria con la población del barrio. Al contrario: la perjudica en todo, cobrando extorsión, y hasta obstaculizándola en su locomoción”.

• Disponen de organización y logística (armamento) que resulta un tanto llamativa para jovencitos de corta edad; las estructuras jerárquicas con que se mueven tienen una estudiada lógica de corte militar-empresarial, todo lo cual lleva a pensar que habría grupos interesados en ese grado de operatividad. Es altamente llamativo que jovencitos semi-analfabetas, sin ideología de transformación de nada, movidos por un superficial e inmediatista hedonismo simplista, dispongan de todo ese saber gerencial y ese poder de movilización. Ello llevó a pensar que hay algo más ahí. Y el estudio lo evidenció. Al respecto relató uno de los entrevistados, un ex pandillero: “En este momento ya casi no están lideradas por jóvenes. No son jóvenes los que dan las órdenes. En otros tiempos se hacían reuniones con chavos de todas las colonias donde se tomaban decisiones, y eran todos menores de 30 años. Hoy ya no es así. Ya no se hacen esas reuniones, que eran como asambleas, y hay viejos liderando. Ahora las órdenes son anónimas. Hay números de teléfono y correos electrónicos que dan las órdenes a jefes de clica, pero no se sabe bien de quién son. Te llega un correo, por ejemplo, con una orden, una foto y un pago adelantado de Q. 10,000, y ya está. Así se maneja hoy. (…) A veces el mismo guardia de la prisión llega con el marero y le da un teléfono, todo bajo de agua, diciéndole que en 5 minutos lo van a llamar. Tal vez el mismo guardia ni sabe quién va a llamar, ni para qué. Eso denota que ahí hay una estructura muy bien organizada: no va a llegar un guardia del aire y te va a dar un teléfono al que luego te llaman, y una voz que no conocés te da una indicación y te dice que hay Q. 15,000 para eso. Ustedes que están investigando deberían entrarle a estas estructuras. Ahí hay algo grueso, por supuesto”. Por lo estudiado, puede apreciarse que no son sólo jóvenes, cada vez más jóvenes, los que la organizan con ese tan algo grado de eficiencia. Una abogada entrevistada expresó: “Antes no tenían esa disciplina, ese grado de organización. Ahora sí, lo que lleva a deducir que algunos factores externos están influyendo ahí. Esa organización sin dudas está diseñada. Constituyen una estructura de poder, y hay gente preparada que la dirige”.

A lo anterior se suma como una problemática de orden nacional el hecho de haber ido desapareciendo, o reduciéndose sustancialmente, de la agenda gubernamental programas de corte preventivo como eran, por ejemplo, “Escuelas Abiertas” y el Servicio Cívico. Sin ningún lugar a dudas, las pandillas juveniles deben ser enfocadas como un problema social de múltiples aristas, y en vez de abordárselas desde un carácter represivo, debería abrirse una mirada más integradora y preventiva sobre el asunto. Intentar iluminar la relación que existe entre ellas y los poderes ocultos (crimen organizado, narcoactividad, mafias varias que se sirven de ellas) puede ayudar a definir políticas públicas sobre la juventud, y en particular sobre la juventud en situación de alto riesgo, que contribuyan a darle una respuesta positiva y consistente al problema. E igualmente, puede contribuir a golpear sobre la cultura de corrupción e impunidad que siguen campeando.

No quedan dudas que la sociedad guatemalteca en su conjunta se ve hoy envuelta en una cultura de corrupción e impunidad sin parangón. Si ello es histórico hundiendo sus raíces en la Colonia de siglos atrás, la situación actual presenta un grado de descomposición social notorio: las leyes son absolutamente eludidas como cosa común, el Sistema de Justicia se ve rebasado y los órganos de seguridad no aportan la más mínima sensación de tranquilidad y orden social. Para muestra, véase lo que sucede con el gremio de abogados. Decían algunos jóvenes entrevistados: “También hay vínculos con abogados bien conectados que ayudan a la mara, que les facilita las cosas. En realidad, no es una ayuda sino que son servicios, porque todo eso se paga. Y se paga muy bien. Hay licenciados que hacen mucho pisto con eso. (…) Cuando uno está metido, por supuesto que tiene buenos contactos que lo van a defender, que lo van a sacar de clavos. Pero eso cuesta. Digamos no menos de 20,000. No hablamos con el juez, sino con abogados que nos arreglan las cosas”. La corrupción e impunidad dominan el panorama. La mara no es sino una expresión –sangrienta y exagerada– de eso.

Todo lo anterior justifica investigar más a fondo el problema. Insistimos: no desde una visión psicológico-social, lo cual ya está suficientemente hecho. Lo que se intenta aquí es una lectura en relación al papel jugado por estas maras en relación a los poderes paralelos que siguen funcionando en el país y que, todo así lo indicaría, se valen de ellas para sus proyectos sectoriales.

De hecho, más de alguna vez distintos investigadores y/o académicos han intuido que hay algo más que un mero grupo juvenil delincuencial en todo esto. Como ejemplo, véase lo dicho ya años atrás en la obra “Guatemala: nunca más”. Informe REMHI, en su Tomo II (“Los mecanismos del horror”), Sub-tema: La infiltración.

El engaño de la muerte
El caso de los Estudiantes del 89

En el mes de agosto de 1989 varios dirigentes estudiantiles de la AEU fueron secuestrados y desaparecidos o asesinados en la ciudad de Guatemala. Los intentos de reorganizar el movimiento estudiantil, que estaba prácticamente desarticulado, se vieron así nuevamente golpeados por la acción contrainsurgente. Las sospechas iniciales de infiltración por parte de la inteligencia militar (EMP) se vieron posteriormente confirmadas por varios testimonios. (…) Se invitó a un grupo de estudiantes que se habían contactado para viajar a México, a un Encuentro de Estudiantes que se organizaba en Puebla. Contactaron a Willy Ligorría, que era presidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho (…). Ligorría fue posteriormente investigado por un estudiante quien informó sobre sus fuertes vínculos con una ‘mara’ de la zona 18, cuyos miembros andaban armados; siempre se sospechó que estas maras habían sido formadas por el ejército”. 1

O también lo expresado por un investigador de la Universidad de Berkeley, Anthony W. Fontes, que dedicó dos años al estudio del tema y publicó luego, además de su tesis de doctorado, un breve material que sintetiza su trabajo sobre esta faceta no muy dicha en relación a las maras, traducido al español y publicado en versión digital, “Asesinando por control: la evolución de la extorsión de las pandillas”, contenido en el libro “Sembrando utopía” (2013), divulgado en versión digital:

La autoridad que acumulan a través de su poder para matar o dejar vivir está desprovista de cualquier tipo de plataforma política, más allá de la acumulación de riqueza, haciendo de las pandillas unas entidades completamente neoliberales. Las pandillas extorsionistas son la máxima expresión de este dominio, donde la Mara Salvatrucha y la Mara 18 han construido un modelo de negocios exitoso, fuera de su poder sobre la vida y la muerte. Sin embargo, el control brutal de su espacio urbano y la riqueza que se deriva de este control, no sería posible sin la colusión del gobierno guatemalteco, instituciones bancarias y otras facetas estatales y de la sociedad civil. (…) A pesar del hecho que las pandillas tienden a emplear violencia –disimulada o abiertamente– para convencer a sus clientes de realizar los pagos, las comparaciones entre las prácticas de extorsión enormemente exitosas que utilizan y la floreciente industria de seguridad privada en Guatemala da algunas visiones muy perturbadoras, pero quizá útiles. Mientras que las pandillas y otras organizaciones criminales involucradas en la extorsión obtienen beneficios considerables, esto no es nada comparado a aquellos cosechados por la seguridad privada”. 2

A lo que podría sumarse la visión de un especialista en el tema, Rodolfo Kepfer, quien trabajó como médico por años con estos jóvenes en situación de privación de libertad: “La mara no es autónoma; hay poderes detrás de la mara. Dentro de ellas hay un complejo sistema de mandos, de subordinaciones y jerarquías. Eso se ve en su vida diaria, cuando actúan en las calles, pero más aún se ve en las prisiones. Hay un sistema de jerarquías bien establecido. Lo que voy a decir no lo puedo afirmar categóricamente con pruebas en la mano, pero después de trabajar varios años con ellos todo lleva a pensar que hay lógicas que las mueven que no se agotan en las maras mismas. Por ejemplo, hay períodos en que caen presos sólo miembros de una mara y no de otra, o que una mara en un momento determinado se dedica sólo a un tipo de delitos mientras que otra mara se especializa en otros. Todo eso hace pensar en qué lógicas hay ahí detrás, que hay planes maestros, que hay gente que piensa cómo hacer las cosas, hacia dónde deben dirigirse las acciones, cómo y cuándo hacerlas. Y todo ese “plan maestro”, permítasenos llamarlo así, no está elaborado por los muchachitos que integran las maras, estos en algunos casos niños, que son los operativos, los sicarios que van a matar (hay niños de 10 años que ya han matado)”. 3

Definitivamente, debe irse más allá de la idea criminalizadora que ve en las maras solamente una expresión de violencia casi satánica para conocer qué otros hilos se mueven ahí, conocer qué vasos comunicantes las unen con poderes paralelos.

Dado que insistentemente venimos hablando de estos poderes paralelos u ocultos, es necesario puntualizar exactamente qué entender por ellos. Al respecto se citarán dos conceptualizaciones de investigaciones que han ahondado en el tema, 1) de la organización de origen estadounidense WOLA, y 2) de la Fundación Myrna Mack.

La expresión poderes ocultos hace referencia a una red informal y amorfa de individuos poderosos de Guatemala que se sirven de sus posiciones y contactos en los sectores público y privado para enriquecerse a través de actividades ilegales y protegerse ante la persecución de los delitos que cometen. Esto representa una situación no ortodoxa en la que las autoridades legales del estado tienen todavía formalmente el poder pero, de hecho, son los miembros de la red informal quienes controlan el poder real en el país. Aunque su poder esté oculto, la influencia de la red es suficiente como para maniatar a los que amenazan sus intereses, incluidos los agentes del Estado” . 4

O igualmente: “Fuerzas ilegales que han existido por décadas enteras y siempre, a veces más a veces menos, han ejercido el poder real en forma paralela, a la sombra del poder formal del Estado” . 5

La composición político-social de Guatemala es compleja. El Estado nunca representó a las grandes mayorías. Sin llegar a decir que es un Estado fallido (concepto discutible, que puede tener un valor descriptivo pero que debe ser manejado con extremo cuidado por sus connotaciones ideológicas), es evidente que sus funciones como regulador de la vida social de toda la población que habita el territorio guatemalteco está muy lejos de ser una realidad.

Históricamente no ha funcionado para solventar la calidad de vida de todos los guatemaltecos; por el contrario, siempre de espaldas al interior indígena, centrado en la agroexportación y en distintos negocios para una minoría capitalina, su perfil dominante ha estado dado por la corrupción y la inoperancia, por la precariedad o inexistencia de servicios básicos. De todos modos, cuando tuvo que reaccionar para salvaguardar a la clase dominante ante el embate que representaba un movimiento revolucionario armado y un proceso de movilización política y social que amenazaba con cuestionar la estructura de base durante las décadas del 70 y del 80 del pasado siglo, funcionó. Y funcionó muy bien, al menos desde la lógica de la clase dirigente. La “amenaza comunista” fue destruida.

Fue ahí que, en el marco de la Guerra Fría que marcaba al mundo y de la Doctrina de Seguridad Nacional que trazaba el rumbo de los países latinoamericanos fijado por Washington, el Estado guatemalteco se tornó absolutamente represivo y contrainsurgente. Los militares se hicieron cargo de su conducción política, mostrando una cara anticomunista que signó la historia del país por varias décadas. Las clases dominantes, la gran cúpula económica a quien ese Estado deficiente siempre había favorecido, dejaron hacer. De esa cuenta, los militares fueron constituyéndose en un nuevo poder con cierto valor autónomo. Ciertos negocios no muy santos aparecieron rápidamente en escena.

Durante los años más álgidos del conflicto armado interno a inicios de los 80 del siglo pasado, y posteriormente luego de firmada la Paz Firme y Duradera en 1996, quienes condujeron ese Estado contrainsurgente pasaron a constituirse en un nuevo poder económico y político que comenzó a disputarle ciertos espacios a la aristocracia tradicional. La historia de estas últimas tres décadas es la historia de esa pugna. En este período de tiempo, desde el retorno formal de la democracia en 1986, el Estado ha sido ocupado por diversas administraciones, ligadas a la gran cúpula empresarial en algún caso o a los nuevos sectores emergentes en otros.

De todos modos, esos poderes “paralelos” u “ocultos” que se fueron enquistando en la estructura estatal, no han desaparecido, ni parece que fueran a hacerlo en el corto plazo. Se mueven con una lógica castrense aprendida en los oscuros años de la guerra antisubversiva y dominan a la perfección los ámbitos y métodos de la inteligencia militar. Su espacio natural es la secretividad, la táctica del espionaje, la guerra psicológica y de baja intensidad (guerra asimétrica, como le llaman los estrategas, guerra desde las sombras, guerra clandestina).

Todo eso puesto al servicio de proyectos económicos de manejo de negocios reñidos con la ley los fue constituyendo en una suerte de “mafia”, de grupo encubierto que nunca pasó a la clandestinidad formalmente dicha, pero que se maneja con esos criterios. Está claro que si hay una lógica militar en juego, ello no significa que se trata de militares en activo, de un proyecto institucional del ejército. En todo caso, los actores implicados han guardado o guardan vínculos diversos con la institución armada, pero no la representan oficialmente.

En ese ámbito es que aparecen lazos con las maras. Las pandillas juveniles, violentas, transgresoras, con una simple aspiración de pura sobrevivencia mientras se pueda, y centradas en un hedonismo bastante simplista (superar los 21 años es ya “ser viejo” en su subcultura) pueden servir perfectamente como brazo operativo para un proyecto con bastante carga de secreto, contrainsurgente, de algún modo: paralelo. Paralelo, entiéndase bien esto, al Estado formal y a los grandes poderes económicos tradicionales. Valga esta reflexión surgida de una entrevista, dicho por una persona que investiga el tema: “Alguien que se beneficia especialmente con la presencia de las maras son las agencias de seguridad. No se dan unas sin las otras. Es decir que se necesita un clima de violencia para que el negocio de las policías privadas funcione”.

La investigación permitió entrever que efectivamente sí existen nexos con estos poderes paralelos. Por ejemplo, por lo dicho por un investigador y director de un proyecto de reinserción social de mareros: “Por supuesto que hay vínculos con poderes ocultos. Alguna vez, cuando habíamos logrado sacar una buena cantidad de muchachos de las maras, se acercó a mí alguien bien vestido, no como pandillero, y me dijo: “tenga cuidado; me está sacando mis muchachos”.

Lo que podremos ver a través del análisis de las entrevistas siguientes nos permite concluir que hay sí hay nexos. Eso, en este punto, es incuestionable. En un futuro debería profundizarse ese estudio y, en la medida de lo posible, se deberán indicar algunas pistas para ver por dónde se podría caminar para remediar la situación actual.

Resumen de las entrevistas

Presentamos a continuación el extracto más significativo de lo surgido en las entrevistas y el grupo focal desarrollados con los distintos actores investigados.

Ex pandillero

La pandilla en sí no es el problema. La pandilla es una organización juvenil muy bien organizada, con objetivos claros, y capaz de hacer todo lo que se propone. Sucede que está ganada por el narcotráfico y por poderes oscuros.

La mara actúa, sin dudas, pero también hay otros poderes oscuros que actúan y hacen cosas peores.

La mara, sin dudas, para muchos jóvenes es una familia. Cuando un patojo no encuentra comprensión, cariño, un lugar en su familia, todo eso lo encuentra en la mara. Incluso el ocio, que por supuesto es muy importante en la vida.

Al sistema hoy le conviene el pandillero, que se ha convertido en el enemigo público principal. Es el guerrillero de los años 80. Es el enemigo que justifica muchas cosas: la violencia, la paranoia colectiva que se vive. Los poderes han sabido aprovechar este fenómeno.

Las pandillas, en estos años, han evolucionado y han cambiado muchísimo. Hoy día ya no tienen el espíritu solidario de grupo que tenían antes. Han cambiado mucho sus objetivos.

En este momento ya casi no están lideradas por jóvenes. No son jóvenes los que dan las órdenes. En otros tiempos se hacían reuniones con chavos de todas las colonias donde se tomaban decisiones, y eran todos menores de 30 años. Hoy ya no es así. Ya no se hacen esas reuniones, que eran como asambleas. Hoy día hay viejos liderando. Ahora las órdenes son anónimas.

Hoy día ningún marero sabe de dónde le vienen las órdenes. Simplemente la recibe y la cumple. Hay toda una estructura anónima que conduce. Se tiene relación sólo con el jefe inmediato, y nada más. Obviamente hay un plan ahí atrás.

Los jóvenes de los 90, los que ya se hicieron viejos, hoy son utilizados para el sicariato. Se sabe que hoy las maras tienen relaciones con jefes políticos, con diputados en muchos casos. De ahí vienen las órdenes que hay que cumplir.

Muchos chavos activos dicen que la muerte de tantos pilotos de buses en zona 18 es en cumplimiento de órdenes que llegan desde la Municipalidad para limpiar el camino al Transmetro.

Los mandos medios, digámoslo así, son ranfleros, son jefes pandilleros, esos que agarran a veces y salen por televisión. Pero ellos ejecutan a su vez órdenes que le llegan por un celular. Y no se sabe quién está del otro lado del teléfono. Hay números de teléfono y correos electrónicos que dan las órdenes a jefes de clica, pero no se sabe bien de quién son. Te llega un correo, por ejemplo, con una orden, una foto y un pago adelantado de Q. 10,000, y ya está. Así se maneja hoy.

Cada grupo, cada clica tiene características propias. Había una clica, por ejemplo, que era particularmente sanguinaria. Eso, porque recibía entrenamiento de un kaibil. Este don estuvo en la guerra en su momento, luego se volvió narcotraficante, y así fue que tomó contacto con los patojos y los empezó a entrenar con todas estas técnicas de terror. Por donde esta gente operaba, vez pasada encontraron un lanzamisil tierra-aire, para derribar helicópteros. Ahí llegaba todo tipo de armas, y los muchachos aprendieron a usarlas.

Hay una facilidad increíble para conseguir todo tipo de armas, y eso deja ver que hay nexos con otro tipo de poderes. Ahí se manejan sólo 9 milímetros, pistolas 45, subametralladoras, fusiles, escopetas, un misil tierra-aire… Eso no lo pueden fabricar los chavos que están en la mara, no son armas hechizas.

Hasta donde yo sé, tanto la policía como el ejército tienen gente infiltrada en las pandillas. Pero no como en las películas de Hollywood, donde el “bueno” se mete y se hace pasar por el “malo”. Aquí simplemente llega el chonte y arregla pelado con el pandillero: necesito esto o lo otro, se negocia y asunto arreglado. Si te agarran in fraganti, por ejemplo, él mismo te dice: “¡para la tarde traéme tanto y aquí no ha pasado nada!”. Se lo llevás, y así te quitás una bronca de encima y creás un vínculo con alguien que ya pasa a ser tu aliado. Y a través de ese policía luego te viene una orden de mucho más arriba, que podría involucrar a gente cabezona que jamás va a dar la cara. Así funciona la mara hoy día.

Hay corrupción a nivel personal de muchos policías que se hacen un sueldito extra con esas mordidas al joven pandillero. Pero también hay algo más orgánico, más organizado, más estratégico se podría decir. Eso también se ve en las cárceles, donde el guardia primero empieza a ganarse la confianza del marero, y después de un tiempo le avisa que por ahí hay un trabajito, y se lo ofrece de una vez.

A veces el mismo guardia de la prisión llega con el marero y le da un teléfono, todo bajo de agua, diciéndole que en 5 minutos lo van a llamar. Tal vez el mismo guardia ni sabe quién va a llamar, ni para qué. Eso denota que ahí hay una estructura muy bien organizada: no va a llegar un guardia del aire y te va a dar un teléfono al que luego te llaman, y una voz que no conocés te da una indicación y te dice que hay Q. 15,000 para eso. Ustedes que están investigando deberían entrarle a estas estructuras. Ahí hay algo grueso, por supuesto.

A las poblaciones se las puede manejar creándoles miedo. Con la mara se ha creado ese clima: todo el mundo vive aterrorizado. El miedo es una forma de control social, y hay quien se aprovecha de todo eso. Es muy difícil ponerle rostro a esto, dar nombres, pero sin dudas si uno piensa cómo los poderes manejan las cosas, no quedan dudas que ese miedo es funcional a las estrategias de control social.

Decían en Pavón estos días los chavos mareros, ahora detenidos, que están contentos porque el año que viene, año electoral, van a tener mucho trabajo. Eso quiere decir que se los va a usar para crear zozobra, para infundir miedo. Y por supuesto, hay estructuras ahí atrás que son las que dan las órdenes y les dicen a la mara qué hacer.

No soy sociólogo ni politólogo, pero me doy cuenta que hay una relación entre un chavo marero al que le dan la orden de cobrarle extorsión a todas las tiendas de una comunidad y el diputado que tiene una agencia de seguridad.

En los años 80 se hablaba del enemigo interno. Eso no ha cambiado sustancialmente: el guerrillero se reemplazó hoy por el pandillero. Es el enemigo a vencer: el rebelde, el culpable de todo, el que además está armado, el peligroso. Por todo eso hay que controlarlo, buscarlo. No importa si así nos llevamos entre las patas a toda la población civil.

Con todo ese control social que se ejerce, con el miedo a la mara, con la zozobra generalizada que se ha ido creando, no muy distinta a la de la época del conflicto, la gente ya no piensa en reunirse, en organizarse. Estos días, aunque no sé si eso es constitucional, en Ciudad Quetzal pusieron toque de queda: a las 7 de la noche todo el mundo a su casa. Lo increíble es que las extorsiones se siguen pagando pese a 300 soldados en un destacamento militar que andan patrullando por la zona.

El miedo paraliza. No te atrevés a nada: ni a pensar, ni a decirlo en voz alta, mucho menos a organizarte y decirlo en grupo. El miedo te domina.

Los mareros activos, en general no piensan en todo esto: se limitan a cumplir las órdenes recibidas y punto. Pero hay quienes se dan cuenta de los mecanismos en juego. Algunos reaccionan, y de hecho han tenido problemas por no querer acatar las órdenes, quizá por un dejo de conciencia, por lo pensaron, porque reaccionaron a tiempo.

Muchos chavos tienen una actitud de recelo. Dicen, por ejemplo: “si saltan las cosas y sale mi nombre, yo también voy a poner el dedo”. Obviamente saben muchas cosas y tienen relaciones con personajes a los que no hay que tocar.

La situación se pone cada vez más violenta; ahora se descuartiza, por ejemplo. Yo diría que hay una estrategia ahí atrás, y de eso también participan los medios de comunicación. La idea es aterrorizar cada vez más a la población.

Las maras de ahora cambiaron mucho en relación a lo que fueron 20 o 15 años atrás. Por ejemplo, en aquel entonces había drogas que estaban prohibidas, o se permitían sólo en ciertas épocas, como el crack o las drogas químicas. Y se sabe que esas drogas te ponen especialmente loco. Te ayudan a “levantar la productividad”, digamos. Todo eso permite ver que la organización se ha ido llevando a otros niveles. Ya no es sólo el grupo de muchachos del barrio: hay algo más ahí.

Ex pandillero

Con las maras muchísimas personas salen beneficiadas. Ante todo, todos los que venden seguridad, todas las agencias privadas de seguridad.

El narcotráfico también se beneficia de las pandillas, porque ahí hay un vínculo fuerte.

Hay autoridades, funcionarios públicos que sacan provecho de la mara, porque le venden armas bajo de agua, armas que consiguen por ahí, robadas o desviadas de sus almacenes naturales.

También se benefician los familiares de los mismos mareros. Hoy día, en las colonias, la mayoría de los negocios grandes (tiendas, abarroterías, panaderías, peluquerías) los manejan familiares de mareros. Incluso en esos negocios hay también distribución de drogas.

El negocio fuerte de las drogas no lo manejan las maras. Eso es patrimonio de los narcos; el marero es vendedor. En todo caso, los narcos le facilitan las cosas a la mara, le pasan armas, traen la mercadería para vender. Ellos son los que hacen el negocio grande. La mara controla el barrio, y ahí vende.

En la mara todo es con violencia. Si hay fuga de información y la pandilla te descubre, el castigo es la muerte de una vez.

La mara mantiene lazos con la policía. Eso siempre ha sido así. La policía cuida a la mara.

Los mareros disponen de todo tipo de armas, sofisticadas, mejores que las de la policía. Por ejemplo, la tira no tiene silenciadores; la mara sí. Se consiguen de distintas maneras: porque los narcos las proveen, o por conectes con militares. Lo cierto es que hay arsenales bien equipados, armas de guerra, fusiles de asalto, granadas.

La CICIG hace poco habló de la corrupción que hay con el tráfico de armas, donde está implicado el ejército. Nosotros eso lo sabíamos desde años atrás, porque siempre estuvimos metidos en eso.

La mara no podría existir si no tuviera vínculos con gente en el gobierno que les facilita las cosas. Por supuesto que hay conectes a ese nivel. Eso es imprescindible para sobrevivir.

También hay vínculos con abogados bien conectados que ayudan a la mara, que les facilita las cosas. En realidad, no es una ayuda sino que son servicios, porque todo eso se paga. Y se paga muy bien. Hay licenciados que hacen mucho pisto con eso.

La estructura de la mara es bien piramidal: hay un presidente, después un vicepresidente, y después vienen cargos hasta abajo, hasta los soldados. En cada colonia hay un líder de la clica, que se encarga de mantener informado al mero líder, la cabezón máximo a nivel de país.

El líder máximo está bien guardado, bien protegido, y dispone de mucho efectivo, de millones y millones. No es fácil dar con él, porque los mismos mareros lo cuidan y están dispuestos a dar la vida por él. Pero además la colonia lo cuida, no lo entrega. Aunque los extorsionen, por el miedo que hay no lo van a delatar. Al contrario: lo protegen bien.

El marero no le importa la gente. Él solamente quiere el dinero, y eso es lo que le da poder. Por eso no importa cómo lo consigue. Si tiene que matar: mata, y no se tienta el alma. La gente le teme porque sabe de lo que es capaz.

Pagan todos, hasta incluso grandes empresas. Ellas no quieren meterse en problemas, y prefieren pagar para evitar líos. Si hasta ellos pagan, ¡cómo no va a pagar la gente común de las colonias! A veces se mata a algún vecino para mostrar que la extorsión va en serio. Y así, la gente paga.

La mara controla bien a su vecindario, conoce cada paso de la gente, cuánto gana, qué hace, y en base a eso es que pide las extorsiones. No siempre va a ser un marero tatuado el que lo hace; también hay gente entacuchada, que no parece marero, pero que también pertenece a la mara. Están muy bien organizados.

Como se dispone de pisto, hay también contactos en hospitales privados. Ahí hay gente que trabaja para las maras.

En general la mara cuida mucho a su gente, se ocupa de ella, los atiende.

Cuando uno cae preso, la primera vez quizá se asusta. Después ya es una costumbre, no se la pasa mal. Al contrario: hasta se puede vivir muy bien adentro.

Tres ex pandilleros (pequeño grupo focal)

La mara surgió originalmente como una fuerza para defender el barrio. Pero con el tiempo fue degenerando y se fue haciendo un negocio. Hoy día son más externos a la pandilla que muchachos miembros de ella los que se benefician.

La vida de los mareros, aunque parezca que están llenos de dinero y la pasan sin trabajar, no es así. Mueren todos pobres, y nunca en una mansión con carros lujosos o cosa por el estilo. Mueren todos en condiciones terribles.

En definitiva, quien menos se beneficia con las maras son los mismos mareros. Aunque parezca que mueven mucho pisto, no hay que olvidar que eso se reparte entre muchos actores: la policía, por ejemplo, se lleva su buena parte.

El pandillero vivo es dueño de lo que tiene puesto, no más. Cuando muere, la pandilla llega a la casa y recoge las pertenencias que obtuvo a través de la mara. Y la familia queda descubierta.

Si alguien hace dinero realmente, ya no es pandillero. En todo caso, se transforma en narco. El pandillero activo, el soldado, vive al día.

El error del sistema es creer que con más cárceles se puede terminar con las maras. El muchacho pandillero no le teme a la cárcel; la ve como un centro de capacitación, un lugar donde coordinar cosas, socializar.

Un marero nunca se va a poner bajo el mando de un civil; puede prestarle un servicio quizá, como sicario, pero en definitiva responde a su lógica de la mara. El civil, en todo caso, es un cliente que le paga, no más. De ningún modo, entonces, va a querer entrar en su mundo.

Un pandillero no llega nunca a viejo. Si pasa los 21 años, ya es un viejo. Si llega a 25, o a 28, ya es un anciano.

En Estados Unidos hay pandilleros que se encargan específicamente de reclutar nuevos elementos. Aquí en Guatemala, por el contrario, la pandilla pone en espera a los aspirantes, lo pone en una fase de observación hasta que puedan ingresar.

Un patojo se mete a la pandilla no por motivación económica sino que eso le da estatus en su medio, se lo respeta.

El número exacto de pandilleros activos es bajo. Además, hoy día la gran mayoría está en la cárcel, y ya son viejos. La mayoría en la actualidad son jóvenes de 12, 13 o 14 años que recién están empezando.

En la cárcel vive una enorme cantidad de pandilleros. Y no la pasan mal, porque desde ahí pueden seguir delinquiendo, además de tener muchas comodidades y facilidades. Pero los que se quieren salir de las pandillas viven en las peores condiciones dentro de los centros de detención. Los activos son respetados incluso por los guardias de la cárcel. Los que se quieren salir son despreciados.

En muchas comunidades la única autoridad real es la pandilla.

Las pandillas funcionan como un distractor dentro del sistema: mientras pasa cualquier cosa a nivel político, se utiliza la mara como chivo expiatorio, y los titulares de la prensa o de la televisión no deja de remarcarlas como el gran problema.

Hay todo un show mediático, propagandístico, montando en torno a las pandillas. Siempre que la policía detiene a un marero, lo exhiben sin camisa para que se le vean los tatuajes, o lo muestran evidenciando su lenguaje corporal, para crear un mensaje de terror. Además, cuando detienen a alguien, aunque sea de un perfil muy bajito, siempre dicen del detenido que es un jefe de clica, cuando no es así. Se exagera muchísimo.

Por eso, para evitar esa estigmatización, la pandilla ya no se está tatuando. Incluso ya no usan los colores y las ropas que antes eran obligatorias. Ahora se pueden vestir como quieran. Antes había que respetar marcas y estilos; hoy ya no.

Las maras manejan muchas armas. Se consiguen. A veces los trabajos que se le hacen a un narco se pide que se paguen con armas. Hoy día, por ejemplo, en la calle hay mucho AK 47, que era el fusil que usaba la guerrilla, y no tanto M16, el fusil de asalto gringo que usa el ejército. Se consigue de todo. Una granada se consigue por Q. 40. En un penal una 9 milímetros se consigue por 5,000 varas, porque hay que pagar muchas mordidas de las autoridades.

Hoy día no se puede dar la infiltración de policías en la mara, por la forma en que está organizado todo. El grupo Panda, de la PNC, no se infiltra, sino que busca información hablando con vecinos, con informantes. Pero no se puede ingresar a la mara. Para pasar a formar parte, la pandilla te exige que le demuestres fidelidad matando a alguien que puede ser significativo para tu vida, tu hermano de pronto. Nadie que está trabajando se atrevería a hacer eso. Un futuro marero, sí.

La policía negocia con los ranfleros a veces, para poder mantener su imagen. Piden a los jefes de la mara, por ejemplo, que cada tanto entreguen un par de muchachos de bajo calibre para hacerlos pasar antes las cámaras como líderes de clica, y así mostrar que se está trabajando para desarticular a las maras. Todo está negociado, y por supuesto tiene su precio.

Ex pandillero y luego narco

Los cabezones nunca dan la cara, están escondidos. De marero pasé a narco. Con lo de la mara solo no me alcanzaba.

Cuando me fui involucrando conocí a mucha gente de poder que me podía dar una mano cuando lo necesitaba.

La mara funciona como una familia, y muchas veces te da más calor que tu propia familia, porque te protege, te cobija.

Cuando uno está bien metido, cuesta mucho salir. Uno se va acostumbrando a esa vida, y después no es fácil dejarla.

Mi familia era bien problemática. Mi papá era borracho.

Cuando estaba bien metido, la vida no era fácil, porque me perseguían todo el tiempo. La guerra entre maras es fuerte, pero más fuerte todavía es la guerra entre narcos. Entre mareros es fácil darse cuenta quién es miembro de una mara; con los narcos, no. Se respeta un poco más al narco, porque es más grueso.

El narco ya se siente un poco más arriba que el marero, por eso cambia de hábitos, de vestuario.

Alguna vez, cuando me perseguían, fui a pedir posada a mi papá; pero no me la dio. Eso fue muy duro para mí.

Salir de todo esto no es nada fácil. El dinero fácil te tienta, te tienta mucho.

Cuando uno está metido, por supuesto que tiene buenos contactos que lo van a defender, que lo van a sacar de clavos. Pero eso cuesta. Digamos no menos de 20,000. No hablamos con el juez, sino con abogados que nos arreglan las cosas.

Con la policía también hay que cuidarse: cuando vendíamos droga, por ejemplo, si poníamos una bandera blanca significaba que no había problemas. Bandera roja quería decir que había chontes a la vista. Pero siempre va a haber algún policía con el que se pueden arreglar las cosas. Algunos lo hacen por necesidad, pero otros lo hacen por ambición.

Con el ejército las cosas no son tan fáciles. Ellos no es tan fácil que se vendan.

Con los políticos también teníamos relaciones.

Dentro de los narcos también hay traiciones, infidencias, orejas. Hay orejas de la policía, y a veces orejas para otras bandas de narcos. En la mara hay más unión, no se dan esas traiciones.

Los narcos usan a los mareros como mano de obra para distintos trabajos. En general se los recluta en la cárcel, y se toman por igual de la MS como de la 18.

Con la policía también se hacen arreglos para que dejen pasar la droga. Ellos saben cuándo se puede pasar, y por dónde. Está todo arreglado.

Tanto los mareros como los narcos tienen mejor armamento que la policía.

Pero estar en estas cosas es siempre muy peligroso, porque uno vive siempre perseguido, y al final siempre lo matan. El que entra en estas cosas sabe que tarde o temprano lo van a matar.

A veces se puede salir por medio de iglesias. Pero cuesta mucho.

Antes casi no había maras. Ahora cualquiera lo hacen pasar por marero, aunque no lo sea. Y la verdad es que la mayoría de mareros hoy está presa.

Investigador

La mara está sobredimensionada. La mara surge a partir de la pobreza y la exclusión. Son delincuentes. No hay que sobredimensionarlos ni subestimarlos.

Redistribuyen ingreso en la colonia. No salen de la colonia, y ahí mismo gastan lo que roban.

El Estado la reprime pero al mismo tiempo, a través de poderes paraestatales, se sirve de la mara.

En las cárceles juegan un papel bien importante. Hay una gran corrupción por parte de las autoridades, y la mara dirige en buena medida la vida dentro de los centros de detención.

La mara trasiega la droga del narco en su barrio. Esa es una de sus funciones.

A veces cumple una función “social” con los vecinos: presta dinero, apoya.

Otra función: sicariato. La clase dominante se sirve de la mara a través del sicariato. Quien paga por todo, como los ricos, pagan también para sacarse de encima a alguien.

La principal fuente de ingresos de la mara es la extorsión. Muchos pagan, y no lo dicen.

La mara extorsiona también a las grandes empresas, como Pollo Campero.

Todo eso contribuye a mantener el clima de impunidad.

Se carga de culpa a la mara; es el causante de todos los males sociales.

Pero mucha gente de billetes contrata sus servicios, para matar o dar una paliza. Por una “entera” (una bolsita cerrada, “entera”, de crack) hacen un “trabajito”.

A veces se los contrata estando preso; las autoridades del centro carcelario, cobrando lo suyo, permiten que salgan y hagan el “trabajito”, y luego regresan a la prisión.

Las leyes no se cumplen; el sistema está basado en la más absoluta corrupción e impunidad.

La mara es funcional al sistema en definitiva, al sistema de corrupción.

La mara tiene autenticidad, aunque no formalidad. No está inscripta en ninguna instancia oficial, pero de todos modos tiene un peso específico considerable, se la respeta.

En las cárceles o se es “panda” (miembro de una pandilla) o “paisa” (no miembro).

Funciona como una familia. En general no fuerza a que alguien se incorpore. Da identidad. Un patojo de sectores marginales se identifica más con el Chapo Guzmán que con Álvaro Arzú.

Mientras la mara cumpla todas esas funciones sociales, no va a desaparecer.

En El Trébol hay una clica sólo de mujeres. Ellas le cobran la extorsión a las sexoservidoras. Prefieren trabajar sólo mujeres, porque los varones se drogan mucho y pierden el control de lo que hacen.

Si la mara existe es porque cumple una función social.

Dos abogados

Es un tema muy complejo. Es un problema social. Alguien las utiliza. En principio la mara es útil a sí misma, para su propia sobrevivencia. Funciona como una familia sustituta.

Es una estructura muy bien organizada. Tienen su propio servicio de inteligencia. Tienen sus reglas: en definitiva, su propia normalidad.

También le es útil al crimen organizado, como brazo operativo.

Al empresariado o a la clase política, para “trabajos sucios”. Y también a la policía.

No al ejército, porque esta institución es muy cerrada en sus operaciones y no se mezclan con la sociedad civil. Su trabajo sólo lo hacen con personal propio, de alta. No admiten mareros en sus filas.

La mara tiene un discurso anti sistema (anti Estado, anti empresa privada), pero no por alternativos sino por pura transgresión.

Con la firma de la paz terminó el reclutamiento forzoso de jóvenes que había años atrás. Muchos jóvenes que antes podrían haber ido a parar al ejército, ahora van a las maras. Antes, esos jóvenes asumían los valores de un ejército en guerra; ahora esos valores no están, por eso es más fácil que estos jóvenes se incorporen a un discurso marero.

Hoy día las maras dan estructura a muchos jóvenes. Son malas, pero a muchos jóvenes les sirven, por eso entran ahí, porque hay algo que los acoge.

Tiene lógica militar. No necesariamente viene de la institución castrense, no es una política institucional. Pero sí hay grupos de poder que las utilizan. Funcionan como una estructura paramilitar. Mueven el negocio de las armas, directa o indirectamente, por eso, y sin saberlo quizá, brindan un beneficio a sectores poderosos que se aprovechan de eso.

Un país convulsionado como está Guatemala, a los poderes extraterritoriales en definitiva les sirve.

La mara sirve a los poderes en tanto sistema, porque no cuestionan nada de fondo sino que ayudan a mantenerlo. Por ejemplo: ayudan a desmotivar organización sindical. O a veces se infiltran en las manifestaciones para provocar, todo lo cual beneficia, en definitiva, al mantenimiento del sistema en su conjunto.

La mara evolucionó, se perfeccionó. Hoy día ya no andan tatuados necesariamente. Así pasan desapercibidos. Hay mareros que van en Mercedes Benz o en BMW.

Hay empresarios y políticos que se aprovechan de estos muchachos.

La mara creció exponencialmente después de los Acuerdos de Paz; eso puede llevar a pensar que hubo un plan bien trazado ahí, porque se expandieron sin parar, ganando lugar en la sociedad. Alguien les dio ese protagonismo.
Antes no tenían esa disciplina, ese grado de organización. Ahora sí, lo que lleva a deducir que algunos factores externos están influyendo ahí. Esa organización sin dudas está diseñada. Constituyen una estructura de poder, y hay gente preparada que la dirige.

Ex pareja de marero

Las maras de antes no eran como las de ahora. Antes era raro que un marero cargara una pistola.

Antes sólo se robaba, no había extorsiones. Robaban para tomar, para comprar drogas. Lo que más se usaba era marihuana.

Muchos se benefician que haya maras: por ejemplo, los que venden drogas, porque los mareros son buenos clientes.

Además, están asociados con todo eso la misma policía, y hasta diputados. Antes era raro que tuvieran armas; hoy ya hay sicarios a los 10 años.

Muchas veces entraban presos, y el mismo día salían, o al día siguiente. Pagaban fianzas. Antes no había tanta corrupción como se ve ahora, con los jueces, o los policías o los abogados.

Si violaban, después le pagaban a la familia de la ofendida para que no dijera nada, que no denunciara.

Había rivalidad con otras maras. Se mataban entre ellos, pero más que nada era por custodiar el propio territorio. No se veía tanto esto del sicariato. Eso antes no se daba.

Antes se veían pocas mujeres en las maras; ahora hay más. Y en general las maras eran menos gruesas que lo que se ve ahora. Ahora hacen cualquier cosa.

Hoy día, y cada vez más, lo policía está implicada con ellos. Los dejan hacer abiertamente cualquier cosa. Saben en lo que andan, pero nunca los tocan.

Policía

A veces no es la mara la que comete los hechos delictivos, pero se le echa la culpa. Conviene tenerla como lo más temible, porque con eso se tiene atemorizada a la población. Y mucha gente realmente queda aterrorizada con todo lo que se dice y se cuenta de las maras.

No todos los delitos que se cometen los hacen las maras. Hay muchos delincuentes que actúan por su cuenta, pero los medios se encargan de echarle siempre la responsabilidad a las maras.

Con las extorsiones de los buses, además de las maras se benefician muchos empresarios transportistas. Los más grandes, por supuesto, no todos. Con eso consiguen ir ampliándose ellos, y haciendo que los empresarios más pequeños tengan que venderles su unidad a bajo costo.

Hay una gran gama de delincuentes: robacarros, asaltabuses, narcotraficantes, robafurgones, personas individuales que delinquen y roban en un semáforo, y también maras. Hay de todo, no sólo mareros.

El marero, aunque puede manejar mucho dinero, nunca se supera. La Mara 18 se quedó en el barrio, en los asentamientos, mientras que la Salvatrucha creció muchísimo más. La 18 casi no sale de su barrio; delinque ahí mismo.

Muchos mareros hacen también trabajitos por encargo, muchas veces como sicarios. Y también venden drogas.

Es difícil saber el número exacto de mareros activos. Es muy complicado, porque cada institución maneja un número diferente.

Quienes realmente se benefician de las maras son los cabezones de la cúpula. Como siempre, los más poderosos. Aunque se declare que todo esto es muy malo y peligroso para la sociedad, en definitiva a los poderosos les conviene este clima de zozobra.

La G2, la inteligencia del gobierno, no se dedica a las maras. Antes se dedicaba a sacarse de encima la gente molesta para el Estado, la gente que protestaba. Pero hoy no se mete con las maras.

Limpieza social sigue habiendo; por ejemplo, en las cárceles a veces se deshacen de un marero. Pero son cosas hechas muy bajo de agua. En la época de la guerra se veían más las evidencias de esa matancinga. Hoy no.

Investigadora

Se ve el fenómeno muy desde el punto de vista mediático, pero no tal como realmente es. La mara, en sus orígenes, no nació para delinquir sino para defender su territorio, para desarrollar su propia cohesión. Era un apoyo para muchos jóvenes. Luego vino la rivalidad entre pandillas, pero aún sin armas de fuego. Eso fue cambiando con el tiempo.

Hoy día las maras son utilizadas por el narcotráfico como vendedores o para cuidar los sectores donde se vende. En esas zonas es muy raro que haya enfrentamiento entre las maras rivales.

La policía sabe todo eso, pero no se mete. Cobra su parte y deja hacer. Y cuando hay retenes militares cuidando el barrio, la situación no cambia: en todo caso, los mareros tienen que pagar el impuesto también a ellos, además de a la policía.

La policía debe cumplir con una determinada cuota de detenidos semanales; es por eso que arreglan con la mara cuántos se llevan presos, y en general son los más jóvenes los apresados, sin pruebas, por lo que en general los jóvenes salen rápidamente libres.

Todo lo que tiene que ver con la mara es muy mediático. Cada tanto la policía monta estos shows donde supuestamente se detiene un grupo de mareros, y se avisa que se desarticuló una clica de “peligrosos delincuentes”. Lo muestran sin camisa exhibiendo sus tatuajes, siendo patojitos que se sabe van a salir libres por falta de pruebas al día siguiente. Vez pasada, para aumentar el show, mostraron una macetita de la que se dijo que, con su captura, se había dado un golpe a la producción de marihuana.

A los jefes, los ranfleros, rara vez la policía los toca. Y si están detenidos, se les permite seguir delinquiendo desde la prisión.

La población del barrio no tiene muchas alternativas, y tiene que aprender a convivir con la mara. Esa población ya se resignó ante ello, haciéndose a la idea que no puede hacer más que ir al trabajo y volver a encerrarse a su casa, por la inseguridad reinante.

Todo indicaría que esto está bien pensado, que no es tan causal. La mara nunca es solidaria con la población del barrio. Al contrario: la perjudica en todo, cobrando extorsión, y hasta obstaculizándola en su locomoción.

En muchas colonias populares ya no se ve gente por la calle, porque es más seguro estar encerrado en la casa. Ya no hay convivencia social: hay puro temor.

Tanta violencia hace pensar en algún plan que podría haber ahí atrás. Por ejemplo: ahora quitan los buses de la ruta Maya en zona 18 porque está demasiado peligroso para los choferes, porque los están matando mucho, y ahí aparece el Transmetro. Eso hace pensar en cómo se maneja el asunto. Tanta violencia, ¿es sólo producto de la mara, o hay otros planes tras ellos? Da para pensar.

La mara tiene controlado a todo el barrio. Todos los negocios pagan, y hay sectores donde también pagan las casas. La población, si bien está muy golpeada por todo esto, no se organiza para defenderse, porque tiene mucho miedo.

Al militarizar las colonias, la gente no necesariamente se siente más segura. Al contrario: se refuerza el clima de miedo que se vive. La gente de más edad tiene la idea que el ejército protege a los ciudadanos; los más jóvenes no lo ven así. Lo que sí es cierto es que, al menos como percepción, los militares son menos corruptos que la PNC.

Sin necesidad de pensarlo mucho, cualquiera se da cuenta que los mareros pasan cobrando la extorsión por todos lados y la policía al lado de ellos mira para otro lado. Es demasiado evidente que ahí hay algún acuerdo.

Los jóvenes con que trabajo nos dicen que la policía, más que ir a buscarlos, les avisa cuándo va a haber requisas o cateos. En vez de defender a la población, la policía es más bien un aliado de las maras.

Una vez que se entra a la mara, es difícil salir, pero además el dinero fácil atrapa. Ese es el gancho más fuerte. Los más jóvenes que ven eso, lo toman como modelo, y así se cierra el círculo vicioso. Matar el primero cuesta; el segundo ya es más divertido. El tercero causa placer.

Las maras están muy bien organizadas, tal como una empresa, mejor que muchas dependencias del Estado.

Alguien que se beneficia especialmente con la presencia de las maras son las agencias de seguridad. No se dan unas sin las otras. Es decir que se necesita un clima de violencia para que el negocio de las policías privadas funcione.

La venta de armas también funciona a las mil maravillas a través de las maras. Si uno quiere comprar cualquier arma, del calibre que sea, la mara te la consigue. Si uno paga, sin decir una palabra, al rato tenés tu arma. Ese es un negocio muy bien aceitado, y que hace pensar que hay alguien atrás de los mareros que puede facilitar la mercadería en cuestión.

Investigador

Las maras son un fenómeno que nos viene de Estados Unidos. Son jóvenes alienados en el consumismo y sin conciencia de clase, sin conciencia de justicia social.

Los jóvenes que antes salían a protestar porque aumentaron el pasaje, eso ya no existe. Las maras no tienen nada que ver con eso. Se dedican a robarle a otro pobre como ellos, mientras las clases acomodadas siguen muy tranquilas en sus barrios amurallados. Los problemas, como siempre, los tiene la población más pobre.

Su ideología, en definitiva, tiene que ver con la muerte, no con ninguna visión crítica. Es algo importado de Estados Unidos, de donde vienen.

Con todo esto se beneficia el crimen organizado, que obtiene mano de obra. Las autoridades corruptas, porque también hacen parte del negocio. Las agencias de seguridad privada, dado que el Estado aparentemente queda corto para atender el tema de la seguridad.

En definitiva, quien se beneficia es el modelo económico en su conjunto, porque tiene así un distractor: el enemigo a vencer ya no son los problemas estructurales, sino ese nuevo problema social que viene dado por las maras.

Estos jóvenes están ganados por el consumismo barato. En el más cabal sentido de la palabra: están alienados. Los productos de moda que ofrece el mercado son su único objetivo.

Las grandes empresas, por ejemplo la cervecera, que ya no puede repartir en algunas colonias, no por eso deja de vender su producto. Es decir: a quien perjudica el fenómeno de las maras no es al gran capital. Es al mismo pobrerío de donde surge.

Los jóvenes que ya están incorporados en la mara por nada del mundo van a salirse de ahí para ingresar al mercado laboral normal, porque el ingreso que obtendrían ahí no tiene el más mínimo punto de comparación con los ingresos que obtienen delinquiendo.

Los medios de comunicación, que son parte del gran poder dominante, han puesto las maras como lo más importante del país, y así se distrae de otros problemas realmente más acuciantes. ¿Por qué no se habla de la falta de oportunidades de los jóvenes, de su precariedad estructural? De eso se debería hablar, y no aterrorizarnos con mensajes de violencia.

Se ha estigmatizado las maras y los mareros. Pero no va por ahí el problema.

Es muy difícil establecer los nexos con poderes políticos que pudieran tener, pero algunas cosas abren preguntas, por ejemplo: el acceso a armas de guerra que tienen.

Es sabido que tanto policías como militares alquilan su arma reglamentaria para la mara.

La industria del sicariato crece. Matones a sueldo siempre ha habido, pero hoy día el negocio ha crecido en forma exponencial.

Si bien formalmente terminó la guerra, la lógica militar sigue imperando; en todo caso, hubo una mutación, porque ahora la violación a los derechos humanos se sigue dando, pero está todo disfrazado, camuflado con el tema de la violencia. Y ahí juegan un papel muy importante las maras, a las que se sobredimensiona.

El marero sabe que no va a llegar a viejo; sabe que tiene siempre sus días contados, que no va a llegar a viejo.

La rehabilitación de estos muchachos es siempre muy precaria, porque dejaron de delinquir, pero si están en grupos de autoayuda, siguen con sus conductas transgresoras, quedándose con los vueltos, cobrando viáticos por actividades que no existen. Siguen siendo “licenciosos”.

La sociedad guatemalteca en su conjunto facilita la aparición de las conductas transgresoras, de las que la mara es una expresión, porque vivimos una absoluta falta de cultura del cumplimiento de la ley. Se actúa con total descaro en general, porque por todos lados prima la impunidad.

Investigador y ex director de proyecto de reinserción

La pandilla funciona como familia sustituta, es también una forma de defensa territorial. Para sus integrantes llegar a ser un sicario exitoso es el máximo ideal al que pueden aspirar.

Las pandillas son diferentes entre sí: la 18 tiene una dinámica, la Salvatrucha tiene otra, y existen otras menores con su dinámica propia también. El fenómeno crece y se complejiza, en parte también por los nuevos jóvenes deportados que llegan al país.

El fenómeno nos viene de afuera. Estados Unidos deporta una cantidad de pandilleros aún a sabiendas que aquí eso constituye un enorme problema social.

Son niños que no completaron todo su proceso de crecimiento: les falta terminar de crecer, por lo que a veces pueden ser muy dulces, pero al mismo tiempo pueden ser extremadamente crueles. Funcionan como una familia rara, donde se dan relaciones amorosas de las que nacen niños, los cuales son hijos de la pandilla, hijos de todos. Es un mundo con una lógica propia, incomprensible vista desde afuera.

La mara nace como un contrasentido al sistema, sin cuestionarlo. Históricamente, en muy buena medida son hijos de desplazados por la guerra. En un estudio de hace algunos años, el 93% de la población pandillera de las cárceles se consideraba indígena.

El marero es alguien abandonado por el sistema al que le sobra el tiempo para meterse en problemas. Y tiene mucho que ver con la población migrante, que fue y vino.

Los asentamientos viejos tienen otro tipo de estructura criminal.

En las pandillas son muy pocos los jóvenes activos, de los que la gran mayoría está en prisión, pero sí son numerosos quienes constituyen toda la periferia. Hoy día, por ese fenómeno de tantas detenciones, las pandillas son cada vez más jóvenes, casi infantiles.

Dado el patrón mediático en juego, las pandillas están agigantadas.

Los activos tienen un promedio de 5 delitos a la semana. Es un promedio muy alto.

Hoy día están en estrecha relación con el narcotráfico y con el tráfico de armas.

La Salvatrucha tiene una estructura piramidal muy marcada, con vínculos regionales e internacionales. La 18 se mueve más por clicas. Ambas son muy agresivas entre sí y con sus víctimas. Ambas, también, mandan mensajes aterrorizantes hacia la comunidad, para hacerse temer y respetar.

El sistema, en definitiva, puede aprovecharse de esta lógica de guerra que mantiene la mara. Por ejemplo: el sicariato, que no es ajeno a la práctica política en el país.

Por supuesto que hay vínculos con poderes ocultos. Alguna vez, cuando habíamos logrado sacar una buena cantidad de muchachos de las maras, se acercó a mí alguien bien vestido, no como pandillero, y me dijo: “tenga cuidado; me está sacando mis muchachos”.

Hay niveles superiores que hacen uso del muchacho pandillero, ligados a distintos sectores que van del narco a la política.

Hay redes muy bien montadas de tráfico de drogas y de armas que se hacen a través de taxis, y las maras prestan seguridad a ese negocio. Hay más varones que mujeres en esto; pero en el tráfico de armas hay implicadas bastante mujeres.

Las pandillas, quizá no todas, y no siempre en la misma medida, constituyen un eslabón más del tráfico de armas y de drogas ilegales, con vínculos internacionales.

En general los mareros vienen de los sectores más pobres, pero ocasionalmente pueden encontrarse gente de clase media alta que también se integran, por motivos distintos, pero que realizan las mismas actividades que todos.

Las pandillas son básicamente urbanas, pero ahora el fenómeno se ha extendido al interior. Son muy distintas entre sí. En el interior los muchachos trabajan, no se dedican enteramente a las actividades criminales. Es decir: no están totalmente divorciados de su comunidad. Sus motivos de ingreso, incluso, son distintos.

Los pandilleros urbanos tienen como referente Estados Unidos. Por eso imitan sus gustos, sus hábitos, sus acciones. Claro que todo eso adecuado al contexto de Guatemala.

La mayor parte de pandilleros vienen de familias desintegradas, con padres ausentes, criados por sus abuelos.

En Oriente no hay pandillas porque ahí el territorio lo maneja el narcotráfico.

La mara casi no sale de su territorio, a no ser para delinquir o para realizar algún trabajo hecho por encargo. Están hondamente arraigados a su barrio, a su sector. Viven en un clima de zozobra psicológica muy grande, de ahí que se ayudan todo el tiempo con sustancias psicoactivas: alcohol o drogas ilegales. De ahí que para salir de su situación de marginalidad en muchos casos, casi todos, apelan a iniciativas espirituales, como grupos religiosos.

Orgánicamente el ejército no mantiene relación con las pandillas, a no ser la inteligencia que hace para estudiar el fenómeno. Pero sí hay muchos ex soldados, ahora integrados a las maras. “Ejotes” los llaman los mareros, por lo verde del uniforme.

La policía es mucho más precaria que el ejército en la inteligencia que realiza sobre las pandillas.

En las barriadas populares ningún muchacho puede estar al margen de las pandillas, porque están en la dinámica cotidiana normal del sector.

Hay muchos jóvenes con síndrome de abstinencia, o con delirios de persecución. También los hay con balas en la cabeza, con todas las implicancias que eso pueda tener.

La idea urbana clasemediera y prejuiciosa de arreglar el problema poniendo a trabajar a los mareros, más allá de buena intención, es incorrecta, porque se desconoce todo los determinantes que allí se juegan. ¿De qué sirve enseñarles un oficio si luego no hay salida laboral?

Líder comunitario

La mara es una expresión de la descomposición social que vivimos. Cuando falla la familia, la mara los acoge. Esa familia sustituta atrae, atrapa.

A los gobiernos no les interesa educar bien a toda la población; si así fuera, pierden su negocio, porque la gente sería más pensante, más lista.

Las maras traen violencia, y la violencia es negocio para algunos. Por ejemplo, para todos los que venden seguridad. Ahí está su ganancia.

Se instalan cámaras por todos lados, pero… ¿con eso se terminará el problema de las maras? Si es la misma policía de siempre la que controla esas cámaras, es más fácil pensar que con eso van a controlar al ciudadano honesto, viendo si cambió el carro por ejemplo, que no al marero que anda extorsionando.

La policía conoce acerca de las maras; sabe dónde venden la droga, dónde y cuándo extorsionan, etc., etc., pero no actúa. Es que es parte del negocio también. Es algo complejo, porque quizá arranca por el agente de base, y eso sube hacia los jefes.

La corrupción aparece también en los soldados que andan por ahí custodiando. Eso le hace perder credibilidad como institución, y se van pareciendo más a la PNC, que está totalmente desacreditada.

La militarización de las zonas rojas puede hacer bajar el índice de muertos, pero no de robos y asaltos, ni de extorsiones.

La policía, finalmente, trabaja para proteger a las maras. Por alguno que detienen por allí, son muchos más los que siguen sueltos robando y extorsionando. Al policía común eso le conviene, porque le asegura un ingreso extra nada despreciable. Si no hay un cambio radical en la cúpula, no cambia nada. Estamos ganados por una cultura de corrupción.

Todo el tema de la mara se ha inflado mucho por los medios de comunicación; ellos tienen mucho que ver en este asunto, porque lo sobredimensionan. En realidad, la situación no es tan absolutamente caótica como se dice. Se puede caminar por la calle, pero el mensaje es que si caminás, fijo te asaltan. Por tanto: mejor quedarse quietecito en la casa.

Los programas preventivos en relación a las maras están pobremente planteados, porque todos trabajan con gran escasez de recursos, y así no se puede desarrollar nada serio. Pareciera que no hay un verdadero interés del Estado por entrarle seriamente al tema.

El conflicto armado también sirvió para mantener bajo control a la gente, igual que las maras hoy día. Para algunos todas esas cosas son negocio. Hoy sigue dándose lo mismo: se atemoriza a la gente con toda esta violencia, y se la mantiene controlada. El Estado debería trabajar con políticas públicas sostenibles todo el tema de la violencia, pero no lo hace ni le interesa hacerlo.

Funcionaria del Sistema Penitenciario

La mara, más allá de todo lo que se diga, sirve realmente a quienes ejercen el poder, a los grandes. En verdad es el sistema en su conjunto quien se beneficia: el Estado y los grandes grupos de poder, porque así se mantiene en zozobra a la población y se le aleja de sus verdaderos problemas, la economía, la salud, la educación. Es decir que funciona como un distractor.

Cada vez se ingresa a las maras a una edad más temprana. Ahora se hace a los 8 o 9 años. ¡Es patético!, pero es la cruda realidad.

Actúan donde están los sectores más pobres, porque en los sectores donde está el poder no se meten.

Los grandes grupos de poder económico no se inmutan por las maras, porque a ellos no los tocan, pero sin dudas le sirven como un distractor, y el Estado se encarga de mantener esa visión. Demoniza a las maras, aunque en realidad nunca las toca en serio.

Gracias a esto que se presenta como el gran problema nacional que serían las maras, se ataca los llamados “puntos rojos” o “áreas rojas”, pero que en realidad son los lugares más débiles, más postergados.

Se dice que hay empresas que pagan los servicios de las maras para que les ayuden en su guerra comercial contra otras empresas competidoras. Veamos el caso de las telefónicas: Tigo entra en zona 18, las otras telefónicas no. ¿Qué habrá ahí?

La mara funciona porque ejerce enormes cuotas de poder en los lugares donde actúa, se le tiene miedo, se la respeta. Eso lo logró imponiéndose por la fuerza.

Dentro de la mara existe un complejo sistema de jerarquías. Hay movilidad, pero no es fácil. Hay que ganarse los ascensos, y eso se hace en base a crueldad, a terror.

Aunque es difícil de mostrarlo y dar nombre, se sabe que la mara guarda relación con poderes políticos. Le hace trabajitos sucios, cumple encargos. Eso no es ninguna novedad.

En la persecución de las maras hay arreglos con la policía. Se agarra algo, por ejemplo un poco de droga, pero sólo para “taparle el ojo al macho”, porque con ese distractor se permite que sigan pasando otras cosas más allá. Agarran unos dólares por ahí, mientras pasan millones por atrás.

El marero tiene que demostrar que es muy macho. Los tatuajes, entre otras cosas, tienen que ver con eso. Es doloroso hacérselos, y más aún si te llenás el cuerpo todo completo. Pero en aguantar el dolor está la demostración de tu valentía.

Se dice que “las maras tienen de rodilla a la población”, pero para los grupos poderosos no es así. Ellos, al final, tienen de rodillas a las maras. Las maras mandan en los barrios pobres, pero a los barrios ricos no pueden acercarse. En todo caso, alguien de billete puede contratar los servicios de algún marero, pero en realidad, como grupo, no se inquietan, porque saben que a los de arriba la mara no los toca.

En las barriadas pobres donde actúan no comparten lo que roban, lo que sacan con las extorsiones. Son un grupo cerrado en sí mismo. Y a su vez, los poderosos los terminan usando, porque les sirve para mantener distraída y aterrorizada a la población. En otros términos: sin saberlo quizá, la mara les está haciendo un favor.

En zona 18 hay colonias residenciales clase media que pertenecen a las maras.

Hay un doble discurso: el Estado dice que persigue a las maras, pero al mismo tiempo, ya una vez puestas en prisión, se las deja actuar porque muchos se benefician con eso. Es como la situación del Capitán Byron Lima. ¿Por qué se actuó ahora? Hay entretelones que no sabemos, al menos por ahora. ¿Por qué no se actúa de verdad contra las maras? Porque no se desea, aunque es más que sabido que desde dentro de las prisiones siguen haciendo sus negocios.

Hoy día, aunque nadie lo va a reconocer oficialmente, sigue habiendo limpieza social. Todos los días aparecen chavos muertos sin identificar, que claramente son mareros. Aunque de esa manera el fenómeno de la mara no se puede terminar.

Policía

En el 2003 se dio el rompimiento del Pacto de Sur, cuando la MS realiza una matanza horrenda contra miembros de la Mara 18. A partir de ahí yo estoy involucrado en el tema.

El tema de las maras es muy complejo, porque la mara va evolucionando con el tiempo. Cuando se conoce de verdad cómo es el fenómeno, muchas veces hay reacciones políticas desde altos niveles exigiendo que no se digan ciertas cosas, políticamente no correctas.

Cuando en el 2009 y 2010, ante la gran cantidad de pilotos de bus muertos, dijimos que eso no era sólo producto de las extorsiones de las maras sino que se debía en muy buena medida a las mafias de empresarios que manejan el transporte público, en coordinación con los pandilleros, nos dijeron que eso no podía ser así, y tuvimos que cambiar el libreto. Nosotros vimos que había 3 muertos diarios, pero la información oficial hablaba de entre 16 y 19. Hubo que rectificar entonces.

La información del gobierno que se maneja como dato oficial, tanto para dentro del país como para la comunidad internacional, habla de más de 100,000 pandilleros (70,000 de la Salvatrucha y 140,000 de la 18). Pero eso no es así, y nunca lo va a ser. El número real de mareros activos es muy difícil de precisar, pero es infinitamente menor a eso que se dice.

La mara tiene una estructura muy bien organizada: está el ranflero, que es el jefe. Después viene la primera palabra y la segunda palabra, que son como los subjefes. Luego vienen los brincados, es decir: todos aquellos que apoyan la organización de la clica. Cada uno tiene funciones: apoyo y logística, atención a la víctima, encargado de operaciones. Los demás, que son muy numerosos, son de la periferia: son banderas, paros, colaboradores varios, y ellos no reciben los beneficios de los miembros plenos de las clicas.

Mucha gente se beneficia de las maras. La policía, porque mejora su preparación para el combate contra ellas, y todas las capacitaciones que recibe, en muchos casos fuera del país, si es que a eso se le puede llamar beneficio.

Los empresarios transportistas, es decir: aquellos que tienen muchas unidades, no el piloto que con su esfuerzo llegó a ser dueño de una camioneta, los grandes empresarios que tienen más de 10 buses, esa gente entra en el negocio de la extorsión y como si fuera un cuchubal, cada mes recibe su cuota de Q. 54,000. A ese empresario no le molesta la extorsión, sino que le beneficia, porque le llega ese dinero por aparte del subsidio que le da el gobierno y por aparte de la cuota que le pide al piloto. Dado que todo esto se mueve en un ámbito mafioso, se beneficia no sólo la mara que cobra la extorsión, sino también el empresario que entra en esas redes.

El gobierno también se beneficia de las maras, porque eso hace que lleguen apoyos internacionales para apoyar su combate.

Se benefician también los medios de comunicación, que agrandan la cosa. Muchas veces matan pilotos porque discuten con un pasajero –yo vi un caso de esos directamente, viajando en bus– pero luego sale en los medios que “pandilleros mataron a un chofer porque no quiso pagar la extorsión”. Hay muertos por la extorsión, pero no tantos como se vende por ahí. La mara ayuda a vender, sin dudas; por eso se infla su perfil.

Se benefician también los Comités de Seguridad de los mercados, porque para defenderse de las maras cobran una cuota a cada mercader, aunque las extorsiones se hagan igual. O sea que la cuota por seguridad que tiene que pagar cada comerciante es otra forma de extorsión.

Si se estudia cómo evolucionaron las maras, la Salvatrucha fundamentalmente, vemos que ya no son sólo muchachitos pobres de barrio. Esa es la imagen que se tenía antes; eso cambió ahora. Esta mara es ya crimen organizado. Tiene empresas a su nombre.

Ninguna mara trabaja para algún empresario. Trabajan sólo para ellas mismas. Ocasionalmente pueden trabajar por encargo con algún empresario, pero sólo en forma puntual.

Se habla a veces de clicas de 50, de 80 miembros, pero eso no es así. Está exagerado, sobredimensionado. Una clica realmente no tiene mucha gente, quizá 10 personas. En realidad, habrá activos no más de 3,000 mareros hoy día. Pero se infla mucho todo lo que tiene que ver con las maras, por todos los beneficios que hay en juego si se las sobredimensiona.

La 18 es una estructura bastante desorganizada, asentada básicamente en los barrios pobres. Por el contrario, la MS es muy organizada, que ya se ha salido del barrio. Después del rompimiento del pacto de no agresión que tenían, vinieron pandilleros de Estados Unidos; la 18 no los aceptó. La MS sí. Ellos ahora viven en colonias más residenciales, no en las colonias populares. En el 2009 se capturaron dos MS que tenían octavo semestre de la carrera de Derecho: uno de la San Carlos, otro de la Landívar.

Hoy día la Salvatrucha ya no se tatúa. Sólo se lo permiten a los que tienen condenas muy largas, de más de 15 años. Maneja mucho dinero, y compra a mucha gente. La 18 no es así; sigue actuando en los asentamientos y colonias marginales. La Salvatrucha ya está en las universidades, y se maneja empresarialmente: tiene buses, taxis, predios de carros usados, se dice que también estos negocios de pollos, que ahora están de moda. El gobierno no quiere que nada de esto se sepa, por supuesto.

El pandillero tatuado y vestido con su indumentaria tan característica, al menos en la MS 13 quedó atrás.

Manejan muchas armas, eso es cierto. Pero quien se ocupa del control de esas armas es DIGECAM, que depende directamente del Ministerio de la Defensa. Y de ahí no sale una palabra. Son sólo ellos los que manejan ese tema, y la población esta desinformada al respecto, igual que la PNC.

Conclusiones

Nuestra ignorancia está planificada por una gran sabiduría”.
Raúl Scalabrini Ortiz

1. Dentro de las instituciones sociales que se encuentran en Guatemala la primera, y probablemente la más influyente en nuestras vidas, es la familia. La familia cumple un rol formador e introductorio ante la sociedad que brinda ciertos valores que contribuyen a ser seres sociales y que a su vez otorgan seguridad para desenvolvernos a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, la misma realidad y contexto con el que algunas (muchas) personas se enfrentan al mundo se da sin esta primera seguridad que brinda un núcleo familiar. Crecen así sin esa pertenencia a un grupo, sin ese sentido de introducirse a la sociedad de una forma congruente a las normas sociales. Aquí, de ese modo, cobra importancia la filiación a las maras con la que muchos jóvenes provenientes de una dura realidad marcada por carencias varias se identifican: al carecer de un grupo familiar y encontrar cierta seguridad, orientación y pertenencia en las maras, es muy fácil que una persona en su etapa adolescente –que, cabe mencionar, es la etapa de la búsqueda de la identidad– quiera/necesite formar parte de este grupo. Es por esto que las maras toman el papel de familia ante los ojos de muchos integrantes de las mismas. El fenómeno, valga enfatizarlo, se da por abrumadora mayoría en los sectores más postergados de nuestra sociedad. Y si se analiza comparativamente con otros países, es dable apreciar que se liga en todos los casos con sociedades pobres e históricamente violentadas o, como en el caso de Estados Unidos donde tienen su nacimiento las pandillas, con los sectores más postergados de ella. Por tanto, puede decirse que las maras constituyen un síntoma social que habla de carencias básicas y estructurales.

2. En general se presenta todo el fenómeno de las maras como un problema de seguridad pública, y si bien no se puede minusvalorizar esta característica, tampoco puede categorizársela únicamente por ella. Es necesaria, entonces, la lectura que ve en las maras un fenómeno socio-político-cultural complejo con intrincadas causas, siempre interactuantes, dinámicas y muy cambiantes. Su área social puede que sea la más sobresaliente cuando el análisis es proveniente de un estudio que se basa en un grupo social, anómico desde luego en el momento en que es un colectivo que no se rige por las normas política y jurídicamente impuestas. Esto último nos dirige hacia el ámbito político. Es un fenómeno de índole eminentemente político, ya que influye en los poderes que rigen al país y, directa o indirectamente, toca a toda la población, influyendo en la convivencia de los otros miembros de la sociedad a nivel comunitario en cuanto a la cotidianidad de cada uno. La forma en que las maras desarrollan el ejercicio de la cuota de poder de que disponen, y por otro lado el poder que es ejercido sobre ellas desde hilos no perceptibles para el ojo común, vuelve todo el fenómeno una expresión de la situación política dominante. Por lo pronto es un fenómeno cultural porque el concepto de “mara”, con todo lo que eso conlleva, es adaptado e integrado a las formas de vida de la población, teniendo ya una historia creciente y que, a su vez, se vuelve herencia a nuevas generaciones. Este concepto se introduce a la cultura cuando las maras se vuelven una forma de vida; quiere decir que ser partícipe de una mara se convierte en una identidad, un ingreso económico, una forma de relacionarse y una forma de pertenecer; se vuelve una forma de vivir en sociedad. No cabe ninguna duda, más allá de ver los motivos que la impulsan, que hoy por hoy constituyen un referente de la más descarnada violencia que puede encontrarse en la sociedad post conflicto: asesinan, violan, descuartizan. Todo eso no es gratuito: habla de una herencia de violencia secular y de crueldad, magnificada por la pasada guerra interna, y de una cultura de impunidad dominante en el país. Así como la mara es síntoma de la exclusión y pobreza estructurales de vastos sectores, es también expresión sintomática de la cultura de violencia y de impunidad que ya se ha entronizado como totalmente normal en la sociedad guatemalteca.

3. No es sorpresa que el miedo que producen las maras sea cotidiano y normalizado en las relaciones sociales. Ello se ha vuelto un modus vivendi. La población vive a la expectativa de las noticias, no sin cierta carga de ansiedad, y vive con las precauciones necesarias como para crear estrategias que eviten situaciones de peligro. En otros términos: la mara se ha constituido en un enemigo público. Esto es consecuencia de un presunto plan secretamente pensado; un plan difícil de demostrar cuyo objetivo es hacer prevalecer el miedo y la angustia socializada. El cumplimiento de este objetivo es posible gracias a toda una estrategia para sobredimensionar a las maras con fines de control de la población y sus relaciones interpersonales, lo que resulta conveniente para la lógica del poder, ya que bajo un contexto de remilitarización y posicionamiento de economías internacionales crecientes en el país que afectan grandemente a la población, en su mayoría campesina, evita –o, al menos, torna muy complicada– en términos prácticos la organización comunitaria, pues quebranta el tejido social desde lo más básico: la convivencia, la confianza mínima, la solidaridad.

4. Los medios de comunicación toman un papel de capital importancia en esta estrategia. En su calidad de servidores a los poderes establecidos –siendo ellos mismos parte también esa estructura de poder– propagan la idea que las maras superan el número de participantes activos de los que en realidad existen, creando la expectativa atemorizante que se está ante todo un ejército que pretende destruir a la sociedad cuando, en realidad, no son en verdad un fuerza militar real con proyecto político transformador alguno. Sin menospreciar el daño que efectivamente sí hacen, es mucho menor de lo que se da a conocer. Por lo pronto, el número real de mareros activos no parece superar los 3,000. Toda esta estrategia remarca el vínculo que tienen las maras con poderes paralelos. Ello es de difícil demostración con pruebas contundentes, dado el grado de secretividad con que todo esto se maneja, pero el presente estudio permite comprobar que esa vinculación sí es existente. Cuando se hace mención de estos poderes, los podemos relacionar con instituciones y organizaciones que se benefician de las maras haciendo uso de ellas o más bien, de los “servicios” que prestan para satisfacer los objetivos de la mencionada estrategia de control social. Hacer uso de estos mecanismos se vuelve fácil al reconocer que las maras son un grupo desideologizado, sin una propuesta subversiva, contestaria, cuestionadora del actual esquema político-socio-económico, y que al tener esta característica de grupos despolitizados se vuelve especialmente fácil manipularlas para el beneficio de poderes jerárquicamente posicionadas por sobre ellas. Ningún marero, en definitiva, sale enriquecido de su participación en las maras. Si bien manejan dinero, su territorio se agota en el barrio que controlan no saliendo de la marginalidad, más allá de cierta ostentación en el consumo de algunos productos suntuarios, sin incidencia política en la toma real de decisiones a nivel nacional, presentado la particularidad que, si siguen activos, todos los jóvenes mareros que no pagan penas en prisión con largas condenas, a veces con cadena perpetua, mueren a temprana edad (25 años). Su esfuerzo, finalmente, es apropiado por otros (léase: poderes paralelos u ocultos).

5. Al decir “poderes paralelos” que se aprovechan de las maras, se hace mención a un amplio círculo de instancias que se entrecruzan, todas con vocación de supremacía, a veces con agendas propias diversas entre sí, pero con el común denominador de utilizar los mecanismos de la violencia y la generación de miedo en la población como recurso para mantener el statu quo. En ese amplio abanico pueden ubicarse actores dispares: crimen organizado, mafias políticas, instancias ligadas a los servicios de seguridad en su sentido más general (institución castrense, agencias de policía privada). No hay participación orgánica de poderes estatales formales reconocibles, pero el estudio permitió detectar ramificaciones de esos grupos de poder en las estructuras del Estado, amparados en las redes de inteligencia creadas en el marco de la guerra antisubversiva de décadas atrás, aún operantes.

6. En una lectura global del fenómeno, si bien es cierto que las maras constituyen un problema de seguridad ciudadana, puede constatarse que no existe una preocupación en tanto proyecto de nación de las clases dirigentes de abordar ese pretendido asunto de “ingobernabilidad” que producirían estos grupos juveniles. Se les persigue penalmente, pero al mismo tiempo el sistema en su conjunto se aprovecha el fenómeno: 1) como mano de obra siempre disponible para ciertos trabajos ligados a la arista más “mafiosa” de la práctica política (sicariato, por ejemplo; generación de zozobra social, desarticulación de organización sindical), y 2) como “demonio” con el que mantener aterrorizada a la población a través de un bombardeo mediático constante, evitando así la organización y posible movilización en pro de mejoras de sus condiciones de vida de las grandes mayorías.

7. Si bien es cierto que las maras son un grupo desestabilizador en alguna manera, por cuanto rompen el orden social y la tranquilidad pública de la ciudadanía de a pie, no “duelen” al sistema en su conjunto como ocurrió décadas atrás con propuestas de transformación, y no sólo de desestabilización, como pueden haber sido los grupos políticos revolucionarios, en muchos casos alzados en armas, que confrontaron con el Estado y con el sistema en su conjunto. Y tampoco conllevan la carga de resistencia al sistema económico imperante como lo pueden ser los actuales movimientos sociales que reivindican derechos puntuales, por ejemplo: luchas de los pueblos originarios, movilización contra las industrias exctractivas (minería a cielo abierto, hidroeléctricas, monoproducción de agrocarburantes), organizaciones populares de base que propugnan reforma agraria. Todas esas expresiones no son toleradas por el sistema dominante, de ahí su represión; las maras, por el contrario, si bien son perseguidas judicialmente en tanto delincuentes, no dejan de ser aprovechadas por una lógica de mantenimiento sistémico, haciéndolas funcionar como mecanismo de continuidad del todo a través de sutiles (y muy perversas) agendas de manipulación social.

8. La delincuencia acrecentada a niveles intolerables que torna la vida cotidiana casi un infierno, que condena –en el área urbana– a ir de la casa al puesto de trabajo y viceversa sin detenerse ni convivir en el espacio público (la calle se volvió terriblemente peligrosa), pareciera un mecanismo ampliamente difundido por toda Latinoamérica y no sólo exclusivo de las maras en Guatemala, o en la región centroamericana. Ello puede llevar a concluir que la actual explosión de violencia delincuencial que se vive en la región –que hace identificar sin más y en modo casi mecánico “violencia” con “delincuencia”– podría obedecer a planes estratégicos. En tal sentido, las maras, en tanto nuevo “demonio” mediático, estarían en definitiva al servicio de estrategias contrainsurgentes de control político y mantenimiento del orden social.

Guatemala, agosto de 2016

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Notas al píe de página

1. Proyecto REMHI, ODHAG, Guatemala, 1998.

2. Fontes, A. (2013) “Asesinando por control: la evolución de la extorsión de las pandillas”. En “Sembrando utopía”, disponible en versión digital en http://www.albedrio.org/htm/documentos/vvaaSembrandoutopia.pdf

3. “Las sociedades latinoamericanas tienen múltiples expresiones de la violencia; las ‘maras’ son una de ellas”, entrevista a Rodolfo Kepfer. Disponible en: http://www.argenpress.info/2010/05/entrevista-rodolfo-kepfer-las.html, 2010.

4. Peacock, S. y Beltrán, A. (2006) “Poderes ocultos. Grupos ilegales armados en la Guatemala post conflicto y las fuerzas detrás de ellos”. Washington: WOLA.

5. Robles Montoya, J. (2002) “El ‘Poder Oculto’”. Guatemala: Fundación Myrna Mack.

 

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