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Irmalicia Velásquez Nimatuj

Sin caer en falsos romanticismos frente al papel que han asumido algunos sectores de los pueblos indígenas en la actual crisis por la que atraviesa el Estado guatemalteco y concretamente el gobierno de Alejandro Giammattei, no se puede ignorar que son los actores que en este momento, con profunda dignidad, están liderando a nivel nacional las luchas de resistencia y la organización de las protestas en contra de las decisiones arbitrarias y corruptas del presidente y de la fiscal general, Consuelo Porras.

Pareciera contradictorio que sea el sujeto indígena -que es el que menos servicios obtiene del Estado criollo y criminal- el que está movilizándose por una patria ajena que lo ha racializado, excluido y expoliado permanentemente.  Sin embargo, su actoría tiene raíces en esa permanente inequidad que impacta y erosiona su vida individual, familiar, comunitaria y rural.  

Es importante hacer notar que quienes están resistiendo y levantando la voz son mujeres y hombres comunitarios indígenas que enfrentan diversos grados de pobreza, pero que al mismo tiempo poseen una envidiable riqueza materializada en red de apoyos y vínculos comunitarios que les permiten respaldarse, cuidarse, producir, intercambiar, formarse políticamente y actuar organizadamente en momentos como estos.  Elementos que, lamentablemente las comunidades indígenas que han sido obligadas a migrar a la urbanidad no tienen ya el privilegio de poseer porque no solo han perdido sus vínculos sociales y culturales sino, además, han sido presa fácil del control ideológico y material que usan las elites y el Estado para controlarlos.  Esto evidencia cómo el sistema económico al obligarlos a migrar logra despolitizar a la mayoría de los indígenas al insertarlos en una lógica de sobrevivencia diaria que es profundamente individualista.

Otro rasgo característico es que se trata de comunidades para quienes sus lógicas económicas se han mantenido a flote gracias a ingresos internacionales como las remesas que envían principalmente de EE.UU pero también de otros países, esto indica, que por primera vez en la historia de Guatemala, los pueblos indígenas rurales ya no dependen del precario trabajo que genera la oligarquía, las fincas agroexportadoras y menos la destructiva minería, sino de los ingresos por servicios o inversiones que realizan en el extranjero, evidenciando así cómo estos pueblos, a pesar del costo familiar tan alto que han debido pagar, han sido capaces de maniobrar algunos de los espacios de la globalización económica.

Frente a la diversidad de los pueblos no debe homogenizarse el movimiento en términos de propuestas ideológicas, tampoco caer en la trampa de magnificar las diferencias que a lo interno existen y menos asumir que tienen la responsabilidad de salvar al fracasado Estado, porque responden a diversas necesidades geográficas e históricas.  Sin embargo, para que el Estado funcione, no debe construirse al margen de las aspiraciones de los pueblos que lo conforman.

por primera vez en la historia de Guatemala, los pueblos indígenas rurales ya no dependen del precario trabajo que genera la oligarquía, las fincas agroexportadoras y menos la destructiva minería, sino de los ingresos por servicios o inversiones que realizan en el extranjero

Fuente: [elperiodico.com.gt]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Irma Alicia Velásquez Nimatuj