Mañana 17 de julio, se cumplen 32 años del asesinato de Mario René Matute Iriarte, el Tutuy, como lo nominamos desde sus primeros días de vida, por uno de esos «bautizos» originales y muy de familia que a mi padre, don Arturo Matute, se le ocurrían con mucha originalidad y familiaridad.
Mi segunda esposa, Olga Jiménez Muñoz, y yo habíamos tenido que salir meses antes y en diferentes momentos de Guatemala para librarnos del terrorismo de Estado, entronizado cada vez con mayor violencia y destrucción desde los años 60. Nos acabábamos de reencontrar, casi por casualidad, hacía pocos días, en San José de Costa Rica.
Estábamos instalados momentáneamente en casa de Dina, hermana de mi esposa. En la mañana de aquel día, se nos volvían a prender innúmeras interrogantes y dudas sobre nuestra situación y sobre las respuestas más apropiadas y más inteligentes ante tanto vacío y tanta incertidumbre de aquella experiencia existencial tan abarcadora y tan dominante.
Como a las 11 y media sonó el teléfono ahí cerca de mi, lo levanté y respondí amablemente, mi interlocutor, un amigazo y paisano también recién llegado a Costa Rica, me pareció un tanto confundido y me pidió que llamara a mi esposa, como ella estaba a unos pasos, así lo hice y le entregué el aparato.
Ella pronunció dos o tres palabras y luego de colgar el teléfono, caminó por detrás mío y vino a abrazarme sin pronunciar palabra, teniéndome así durante algunos momentos, hasta que al fin se separó un poco y me dijo con una voz angustiada: «¡Acaban de matar a Tutuy…!»
En mi conciencia la vida giró vertiginosamente sin que yo pudiera definir adonde ir, qué hacer, cómo responder a aquella cascada de maldiciones que me descargaba la existencia. Entré al dormitorio y me senté en la cama desconcertado, sin siquiera ningún movimiento ni palabra de protesta. Deseaba gritar, golpear el piso con los pies, gritar desde alguna altura que los asesinos que tenían el poder en Guatemala eran como una mueca infernal y maldita de la ignominia y de la negación de lo humano, pero el silencio y la parálisis se apretaban contra mi poderosamente.
Yo había podido enviarles a mediados de junio a mis 3 hijos una carta por medio de alguien que viajó a Guatemala sin ningún problema político, les pedía que «Salieran de circulación». Tutuy, en la que fue probablemente su última misiva, logró responderme por la misma vía y me decía, ingenuamente que, «Yo ya salí de circulación». Consideró quizá que no asistir a la Universidad y vivir exclusivamente en casa de la abuela, era algo así como salir de circulación.
Un amigo de nombre Jaime, cuyo apellido se me escapa de momento, que vivía frente a la casa de la madre de Olga Marina, la mamá de mis hijos, en la colonia 20 de octubre, observó el desdichado acontecimiento desde la puerta de su casa y así me lo ha narrado varias veces: «Eran como las 7 de la mañana, la calle estaba todavía casi sin movimiento, yo salí a la puerta indeciso, tenía varias cosas que hacer pero me quedé ahí observando un rato. Mario René salió de la casa frente a la mía y miró hacia todas partes, creo que se apoyó un momento en la pared y, al ver sus zapatos, se dio cuenta que uno estaba con la pita desatada.
Mientras tanto allá, en la esquina norte de la calle, allí donde se cruza con la 30 calle, un carro frenó y del mismo bajaron dos sujetos jóvenes, con vestimenta civil, que comenzaron a avanzar sobre esta avenida arrabalera, se movieron con precisión y seguridad, yo me di cuenta que traían armas. Mario René se encuclilló y comenzó a amarrarse la cinta del zapato. Yo entendía que iría a correr al campo de Marte que está de estas casas a dos cuadritas al sur.
Los dos sujetos llegaron frente a donde estaba Mario René y uno de ellos dijo con voz clara: «Matute». Mario René se puso de pie y preguntó algo. En ese instante descargaron las dos metralletas y continuaron sus pasos sin más ni más…
Dicen que el carro ya había rodeado las dos manzanas y que los estaba esperando allí en la avenida siguiente, que los dos asesinos lo abordaron y el vehículo arrancó y se fue velozmente hacia el campo de Marte.
Toda esta información y la sospecha de que pudo ser una acción de alguno de los múltiples grupos paramilitares que proliferaron en aquella época de sangre y muerte patrocinada por un Estado asesino y corrupto que obligó a sufrir todos sus despropósitos a un pueblo indefenso y cada vez mas hundido en un terrorismo colectivo incontrolable y doloroso.
Fueron centenas de jóvenes masacrados como Mario René y miles y miles de campesinos, obreros y ciudadanos de las capas medias que debimos soportar y responder a aquella modificación horrorizante de la historia sobre nuestros accionar social y valorativo de la existencia.
El terror ha cuajado hondamente en el accionar de casi todo el país y esa descomposición patológica despliega su poder destructivo hasta en las más inimaginables formas y maneras de dominio y embrutecimiento que puedan concebirse.
Mario René, Tutuy, permanece en aquella colina de mártires de la injusticia y del crimen.
Yo lo saludo camaraderilmente desde mi silencio y mi soledad, con el respeto de padre, compañero de sueños y esperanzas y anhelos de un futuro menos podrido para mi patria.
Mario René Matute.
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