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El soldado desconocido

De cómo la Historia ajusta cuentas con sus falseadores.

En su libro Cortés et son double. Enquête sur une mystification (París: Seuil, 2013), el historiador francés Christian Duverger asienta que Bernal Díaz del Castillo no es el autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, y que quien escribió la monumental obra no pudo haber sido otro que Hernán Cortés.

A lo largo de su relato, el autor establece la condición iletrada y plebeya de Bernal Díaz, así como la falta de escrúpulos de su hijo Francisco, quien fue el que hizo de su padre un falso noble y el simulado autor de la obra de marras. Pues, por su parte –afirma Duverger–, el inculto y nuevo rico encomendero habría sido incapaz de semejante estafa histórica. El académico también nos cuenta que el manuscrito de la obra llega a Guatemala en febrero de 1568, cuando Bernal es ya un septuagenario. Y que Francisco se lo apropia y lo altera para hacer aparecer al padre como su protagonista y autor. En 1575 el manuscrito falseado arriba a España. Nueve años después muere Bernal en Antigua Guatemala, ajeno a aquellas maniobras. Y la obra de Cortés –con Bernal como autor– se publica en Madrid en 1632.

¿Pero por qué Cortés habría de escribir un libro cuyo narrador es un soldado casi iletrado y cuyo punto de vista al relatar la gesta en la que supuestamente se vio envuelto es la de un sujeto popular español? Pues –aduce Duverger– porque al crear ese personaje de ficción, Cortés validaba “desde abajo” todo lo que había hecho desde un poder militar vertical, y ofrecía a la posteridad una imagen suya que no provenía de sí mismo, como ocurría en sus Cartas de Relación, en las que siempre aparecía –dudosamente– en el centro de todos los acontecimientos. Ahora sería un “desconocido” el que daría fe de lo actuado por el conquistador, incluso mediante ciertas licencias ficcionales que cuestionaban levemente al jefe militar. Esto compensaba con mucho el anonimato del verdadero y del falso autor de la obra. Porque Cortés nunca le puso nombre a este soldado. Lo dejó en calidad de desconocido. El nombre se lo endilgó Francisco Díaz del Castillo con la finalidad de lograr prebendas de la Corona para su familia.

Refiriéndose a la fecha en que el manuscrito viajó a España, Duverger se pregunta “¿Quién –en aquel momento, en Santiago de Guatemala– habría podido imaginar que el oscuro Bernal Díaz del Castillo, rico propietario terrateniente de pluma desafortunada, habría de convertirse un día en un autor de renombre mundial?” (Traducción mía). ¿Y quién –pregunto yo a la luz de este libro–, hasta hace menos de un año, habría podido imaginar que el célebre Bernal Díaz, de supuesta pluma efectivísima, no era el autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, sino un usurpador y plagiario inocente de Hernán Cortés?

Además de ilustrar cómo la ficción se torna eje articulador de la Historia –aunque ésta se remita a lo concreto–, el libro de Duverger viene a demoler uno de los cimientos sobre los que se erige el pedigrí colonial que otorga identidad racista a una facción de la oligarquía criolla de Guatemala; misma que extrae su orgullo de casta de la hoy desmentida condición de literato y noble del cuasi analfabeto encomendero Bernal Díaz del Castillo. Con ello, la Historia ajusta cuentas con sus falseadores tal y como lo hace hoy, estableciendo con testimonios que sí hubo genocidio en la Guatemala de los años 80.

Mario Roberto Morales
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