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Un mundo de ilusiones

Breve variación sobre el intelicidio y el individuo light (1).

Mario Roberto Morales

Después de más de medio siglo de sistemático intelicidio masivo por medio de la inducida adicción al consumo compulsivo de imágenes y sonidos de “contestatario” contenido banal (desde el Rebelde sin causa, de James Dean hasta Sheldon, habiendo pasado por Elvis Presley, el rock, el punk, el rap y toda forma de “contracultura”), y después de que la adhesión hedonista a la “rebeldía” —entendida ésta como un amplio abanico de consumos “alternativos” y “transgresores” ligados a mediáticas modas juveniles de “ruptura”— ha parido legiones de “revolucionarios” con el trasero pegado a un escritorio y la mirada fija en el narcisismo interconectado en redes sociales, es necesario —para quienes entienden la necesidad de un cambio en las correlaciones de poder en el mundo del futuro inmediato— forjar un nuevo sujeto popular consciente, crítico y comprometido con la especie humana, cuya esencia social es libre y creadora y, por ello, la única capacitada para hacer cambios materiales a su favor.

Mario Roberto Morales

No digo con esto que todas los productos de la industria cultural sean despreciables. Los hay críticos. Digo que la mayoría de contenidos del código audiovisual —que ha sustituido al código letrado en millones de mentes por varias generaciones— contribuyen al intelicidio global que los medios masivos perpetran al sustituir el pensamiento crítico por la banalidad instantánea del fragmento inconexo para consumo hedonista, y al promover la absurda idea de que las redes sociales “democratizan” (y no banalizan) la comunicación, así como el perverso espejismo de que en las redes todos somos iguales y tenemos el mismo derecho moral a opinar —narcisista y erráticamente— que el que tiene quien con pensamiento crítico hace análisis concretos de la situación concreta. En otras palabras, y parafraseando a Umberto Eco, el idiota del pueblo dejó de ser una excepción para convertirse (oh, intelicidio) en sujeto global. Tal engaño planetario es —en lo espiritual e ideológico— el acto más cruel que el capitalismo corporativo transnacional ha perpetrado sobre la humanidad desde el bullying de Hiroshima y Nagasaki (para aplacar la rebelión de los países víctimas del saqueo legalizado haciendo que sus juventudes buscaran el acomodamiento, el alineamiento, el seguidismo y el estilo de vida conservador) y, después, del miedo instaurado por la químicamente inventada enfermedad del sida (para reprimir la sexualidad libre de las juventudes de la era Reagan, que estaba dando al traste con el matrimonio y la familia tradicionales y, en consecuencia, con el más abarcador control poblacional religioso de familias y no de individuos).

Con una humanidad poblada por sujetos light que ilusoriamente creen ser libres y tomadores de decisiones por su cuenta (cuando en realidad extraen sus criterios de los mensajes de los medios audiovisuales), el pensamiento crítico agoniza. Porque creer que la entretención audiovisual compulsiva y banal y las redes sociales constituyen la gran democratización de la comunicación en el siglo XXI, es expresar el “criterio” de una víctima (agradecida, además) del intelicidio. O sea, de un miembro de la especie que ha sepultado su esencia libre y creadora echándole encima un mundo de ilusiones virtuales que lo hacen soñar despierto. Bastaría con que Narciso dejara de hacerse selfies de su ombligo por un instante —y le diera un vistazo a la geopolítica global— para que despertara de su ensueño.

Mario Roberto Morales
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