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El simulacro es verdadero

Pero es una verdad que encubre otra que debe permanecer oculta.

Mario Roberto Morales

En materia de manipulación, el simulacro no es una mentira total que oculta una verdad total. Es más bien una verdad patente que sirve para encubrir otra que al poder le interesa mantener oculta o que se perciba como mentira. Por ejemplo, el ataque a las torres gemelas no fue un simulacro, sino una verdad. Pero esta verdad sirvió para montar el simulacro de la “amenaza terrorista”, que justificó la invasión a Afganistán y otros países del norte de África y el Medio Oriente para expropiar sus recursos estratégicos. La “guerra contra el terrorismo” –que es real– se desató gracias al simulacro de la “amenaza terrorista”. De modo que cuando se dice que la “guerra contra el terrorismo” es un simulacro, lo que se quiere decir es que éste es una verdad que oculta otra, la cual no debe ser descubierta por las masas manipuladas, pues éstas son las que autorizan al poder para perpetrar actos reñidos con su propio interés, en vista de que –gracias a su inducida incapacidad para detectar los límites entre realidad y simulacro– necesitan aparecer ante sí mismas como las absolutas autoras de su destino. Por lo tanto, el simulacro –como dice Baudrillard– es verdadero. Es un instrumento real y concreto que sirve para disfrazar planes, acciones y objetivos de poder. Por eso, lo que interesa al pensamiento crítico es justo aquello que el simulacro oculta. Y esto obliga a desmontarlo.

Así como la “guerra contra el terrorismo” es un simulacro, también lo es la “guerra contra el narcotráfico” y la “lucha contra la corrupción”, entre otras “guerras” y “luchas” que son reales porque movilizan gente que a menudo muere protagonizando el simulacro, pero que sirven sólo para ocultar verdades tales como que el terrorismo y el narcotráfico son un gran negocio para la industria armamentista y energética, y que apelar al sentimentalismo culposo y “bueno” de las masas cristianas mediante la “lucha contra la corrupción”, tiende un velo sobre que es el sistema económico la causa de la corrupción pública y no al revés, y que, al igual que el terrorismo y el narcotráfico, este sistema no puede darse el lujo de acabar con la corrupción porque atentaría contra su propio mecanismo reproductivo. La verdad oculta en este caso es que la “lucha contra la corrupción” desvía la organización popular anti-sistémica hacia el sueño de opio de que es posible tener gobiernos absolutamente transparentes que, por serlo, producirían países felices en los que habría trabajo, consumo, paz y prosperidad sin cambiar un sistema económico que es esencialmente corrupto porque basa su reproducción en la apropiación privada del producto del trabajo social. Esta es la verdad. El resto es simulacro.

De aquí no se sigue que no se luche contra la corrupción. Se sigue que esa lucha debe ubicarse en el lugar que le corresponde dentro de las luchas intra-sistémicas, con las limitaciones que estas implican. También, como un mecanismo del poder para cambiar gobiernos inconvenientes para sus planes geopolíticos, a fin de lo cual recurre a otro simulacro: el de la “espontaneidad” de la movilización de masas, el cual oculta la verdad de que estas movilizaciones se inducen mediante otros simulacros (mediáticos) para que esas masas no sean capaces de discernir entre puesta en escena y realidad, ni hasta dónde sus decisiones “espontáneas” lo son.

Vivimos en la verdad del simulacro. Conozcamos también la verdad que éste busca encubrir.

Fuente: [www.marioroberto.morales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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