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El país del error y la tristeza

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Hace poco más de doscientos años, el 7 de agosto de 1814 para ser exactos, el aún entonces no llamado sabio José Cecilio del Valle, describió a Guatemala como el país del error.

Conviene decir unas palabras sobre el contexto de su afirmación, bastante actual, por cierto.

Solicitado por la Sociedad Económica de Amigos del País para pronunciar una alocución fúnebre a la memoria del entonces recién fallecido José Antonio de Liendo y Goycoechea (reformador de la Universidad de San Carlos y promotor de las ideas de la ilustración en el antiguo Reino de Guatemala) Valle hizo en su discurso una tipología de los países, clasificándolos según el grado de presencia que tuviesen “las luces”, refulgentes con intensidad desde el siglo XVIII.

Así, según quien siete años después llegaría a redactar el Acta de Independencia, los pueblos pasaban por tres momentos históricos: en el primero de ellos, el de la ignorancia y en el tercer “estado”, llegaban a la ilustración.
Guatemala estaba, según Valle, en el segundo “estado”: “Guatemala no era un pueblo ignorante, ni una capital ilustrada. Era el país del error”, aseguraba el Auditor de Guerra, entonces cercano colaborador de nuestro primer gobernante de “mano dura”, José de Bustamante y Guerra.

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Cuando se juzga el acontecer contemporáneo del país, resulta difícil evadir la tentación de mirarlo con los ojos de Valle, o al menos no acudir a su lapidaria clasificación de Guatemala como el país del error.
De qué otra manera, por ejemplo, podemos calificar que aquí se apruebe, por unanimidad, “de urgencia nacional” e ignorando los reclamos de la sociedad civil, una legislación como la llamada “Ley Anticoyotes”, Decreto 10-2015, aprobado el jueves último.

Presuntamente dirigidas a erradicar los abusos de los traficantes de personas, las reformas al Decreto 95-98, Ley de Migración, son en realidad el calco guatemalteco de las peores disposiciones legales anti inmigrantes tomadas por algunos de los estados de EE. UU. Así, en Arizona se aplican severas penas a quienes den apoyo o empleo a los indocumentados. Los patronos están obligados a dar cuenta de la situación legal de los trabajadores migrantes.
Y aquí, la ley aprobada la semana anterior establece que “comete delito de facilitación ilícita de trabajadores migrantes extranjero quien o quienes con el fin de obtener directa o indirectamente un beneficio económico o cualquier beneficio de orden material, faciliten o favorezcan a entidades privadas que operan en territorio nacional la contratación de personas migrantes extranjeras sin las autorizaciones correspondientes. El responsable será sancionado con prisión de seis a ocho años”.

Y así podríamos citar otras linduras de un Legislativo, atento a escuchar la voz del amo. Más papistas que el papa, corrieron los diputados a satisfacer uno de los prerrequisitos de la no nata Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica: contener las corrientes migratorias, las cuales son percibidas de manera creciente como una amenaza a la seguridad de EE.UU.

El resultado es una legislación que criminaliza la totalidad del fenómeno migratorio y condena a los migrantes a ser víctimas de abusos mucho mayores a los que actualmente padecen. Porque, como bien señaló Siglo Veintiuno en su editorial del 20 de noviembre, “no es el ‘coyotaje’ y toda la corrupción estatal que la rodea quienes crean las corrientes migratorias, y éstas no se detendrán si el énfasis se pone en querer meter a la cárcel a los ‘coyotes’ y sus cómplices, usualmente agentes del Estado”.

En efecto, la emigración de cientos de miles de guatemaltecas y guatemaltecos responde a la incapacidad de la economía de nuestro país para ofrecer puestos de trabajo suficientes, con salarios justos y condiciones laborales dignas.

Responde, asimismo, a la hipocresía de un régimen económico, social y político que no se sonroja con la recepción de seis mil quinientos millones de dólares, anuales, por concepto de remesas familiares, pero es capaz alimentar la delación, el chantaje y la falta de solidaridad con los migrantes guatemaltecos, centroamericanos o de otras nacionalidades con disposiciones tan “novedosas” como oprobiosas, que tipifican el “delito de tráfico ilícito de guatemaltecos” y dan pié para todo tipo de abusos de los agentes del Estado.

“Exponete a todos los riesgos de escapar de la persecución que ahora empieza en Guatemala, seguirá en México y será permanente en EE:UU., dejá a tu familia, jugátela como migrante, y estate tranquilo que aquí los bancos seguirán engordando con el diferencial cambiario y el jineteo de tus remesas”: eso dijeron las y los diputados a Juan Sieteleguas.

Tenía razón Valle, este es el país del error. Pero tal vez la tenía más el diplomático y novelista mexicano Federico Gamboa: Guatemala es el país de la tristeza.

Edgar Celada Q.
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