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La plaza y el presidente

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

En su discurso de toma de posesión, el presidente Jimmy Morales incluyó en los agradecimientos iniciales, anteriores al vocativo protocolario, el que dirigió “a los que caminaron, a los que se plantaron en las plazas, a los que entregaron rosas, a los que abogaron por las elecciones, a los que creyeron”.

Gracias a ellos, añadió Morales Cabrera, “el mundo entero volteó a ver la verdadera cara de Guatemala”.
Pocos minutos antes había agradecido, también, “a todos los que lucharon contra la corrupción y la forma tradicional de hacer política en el país, a los que lucharon porque no se rompiera el orden constitucional de nuestra joven democracia”.

edgar celada

El discurso de Morales ha sido objeto de numerosas críticas, incluidas algunas del autor de estas líneas, muchas de ellas totalmente pertinentes. Pero una pieza oratoria como ésta tiene mensajes atrás de los mensajes. Dice más de lo que dice.

Tal es el caso de los agradecimientos citados: ellos suponen un reconocimiento explícito de la deuda que Jimmy Morales y su vicepresidente, Jafeth Cabrera, tienen con un actor colectivo que no necesariamente puede considerarse, de manera íntegra, como su base social y política.

Cometerían un grave error, si así lo creyeran.

Pero en lo que no parece equivocarse el presidente Morales es en la intuición de que, para bien o para mal de su gobierno, tiene que contar con ese actor colectivo, cuyos contingentes más activos (y ahora, evidentemente, más estructurados orgánicamente) salieron de nuevo a la plaza el 16 de enero.

¿Cuál es y será la relación del presidente con la plaza, es decir, con quienes la transformaron en el espacio para expresar su indignación, su vigilancia activa, sus aspiraciones de un proceso que vaya más allá de los cambios cosméticos?

La pregunta tuvo una respuesta anticipada en el agradecimiento presidencial. Hay un coqueteo, un “vení acá” para nada disimulado. Intento de seducción que sirve tanto a los propósitos de legitimación (“yo estoy aquí, gracias a ustedes, porque yo soy lo que ustedes querían”), como a los cálculos inevitablemente orientados a ganar a una parte de ese actor colectivo, neutralizar a quienes sigan siendo escépticos y aislar a los “irreductibles”.

Porque, estemos claros, finalmente “la plaza” no es homogénea. Esto lo entiende Jimmy Morales, a quien se puede señalar por su inexperiencia de Estado o por su cultura política superficial, pero no de padecer pendejez.

Esta última idea lleva a un asunto de la mayor relevancia para la lucha ideológica y política que está en marcha: el riesgo de suponer que con el ninguneo o la descalificación puede ganarse la batalla por y en la plaza.

Ni los memes o las pancartas más ingeniosas pueden suplantar la decisión racional que finalmente mueve a las personas, como tampoco podría un gobierno ganar legitimidad o respaldo social únicamente con apelaciones vacías al himno nacional o al juramento a la bandera.

Es bueno decir las cosas como son, para no vendernos espejismos: el 14 de enero asumió un gobierno de corte conservador, orientado a mantener sin cambios fundamentales el modelo económico, social y político que nos llevó al desastre del gobierno de Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti.

Esta es una realidad que no puede cambiarse con un superficial bullying político. La plaza no “se inventó” para eso. Si vamos a esas, dijo certeramente en Facebook un destacado luchador social, mejor convoquemos a un chinique sabatino para salir a jocotear con los cuates.

A esa orientación sociopolítica gubernamental, en torno a la cual se ha reagrupado ya buena parte de los poderes fácticos de este país, solo cabe oponerle una alternativa nacional popular, aún en construcción teórica y orgánica.
En esa alternativa nacional popular caben desde quienes van a la plaza sinceramente convencidos de que la tarea principal del momento es la vigilancia ciudadana contra la corrupción, hasta quienes sabemos por formación y experiencia que aquella, la corrupción, es solamente una de las expresiones perversas de un tipo de organización económica y social basada en la explotación de las y los trabajadores, y en la depredación de la naturaleza.

La relación entre el presidente y la plaza depende no solo de la astucia, los mensajes engañosos o los previsibles errores gubernamentales, también desde este lado de la cancha debemos tener quiebre de cintura: por lo pronto, cuidar y no desgastar la movilización como forma de lucha. Es que #esto apenas empieza.

Fuente: [http://www.s21.com.gt/mirador-kaminal/2016/01/19/plaza-presidente]

Edgar Celada Q.
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