Sobrevivir a la rebelión popular
Acerca de oligarcas, perros de presa y nuevos ricos.
Poco a poco, la Política de Seguridad Nacional del actual gobierno –que consiste en militarizar la sociedad civil y en criminalizar la protesta social contra el envenenamiento del ambiente por las mineras, las hidroeléctricas y las plantaciones de palma africana, así como las acciones legales en contra de civiles y militares acusados de genocidio– ha ido afinando el torvo recurso contrainsurgente de la “represión preventiva”, por medio de la cual elimina a dirigentes populares que habitan en territorios en los que se afincan las transnacionales de la extracción de metales e hidrocarburos.
Este tipo de represión se realiza “por sospecha”, como se perpetraron las masacres de indígenas civiles desarmados en los años 80, las cuales han quedado tipificadas mundialmente como crímenes de lesa humanidad. Estas sospechas adquieren forma a partir del señalamiento de “comunistas” y “terroristas” que corre a cargo de una derecha ultramontana constituida por civiles y militares anticomunistas de guerra fría, la cual tiene acceso a las bases de datos de los servicios de inteligencia civil y militar que operan en el país, y que actúa escondida en asociaciones patrióticas, fundaciones fascistas e institutos neoliberales “de investigación”. Estas instituciones forman una red oligárquico-neoliberal-militar encargada de mantener a sangre y fuego el orden conservador que ahoga al país en la pobreza y la miseria.
A este orden económico debemos el monumental empeoramiento de la calidad de vida de los pequeños y medianos empresarios, las capas medias asalariadas y los estratos populares que se ven obligados a emigrar para sostener esta economía improductiva con sus remesas de dólares. El actual gobierno es el equipo de perros de presa encargado de administrar la desigualdad creciente a base de represión militar, y el premio para tan fieles mastines sale del endeudamiento público que quienes administran el Estado perpetran para convertirse en vulgares nuevos ricos de la noche a la mañana.
Desde 1996, la consigna neoliberal de aplastar al Estado es vista por la inculta oligarquía local como la oportunidad de convertirse en socia minoritaria de todas las formas de capital corporativo transnacional que logre atraer. Y las atrae mediante una promesa de lucro basada en la paz de los sepulcros de los dirigentes populares, en la asfixia de la pequeña y mediana empresa y en la pasividad de una clase política sin más horizonte que salir de pobre dedicándose –como sus amos oligarcas y militares– a rubros empresariales propios de lo que llaman –con fingida preocupación– crimen organizado.
Nuestra oligarquía es delincuencial, como lo prueban el genocidio y las limpiezas sociales perpetradas por algunos de sus más conspicuos miembros. Esta oligarquía es un delincuente torvo y casi iletrado que se divierte tirando al blanco de los habitantes de su finca, a los cuales culpa de su pobreza aduciendo que tienen demasiados hijos y que por ello son irresponsables. Esta oligarquía es un asesino en serie que desprecia al pueblo que forma su mercado, pues es a ese pueblo a quien le vende sus baratijas y a cuya fuerza de trabajo explota hasta la muerte por inanición.
¿Cuándo va a entender que necesita pasar a un proceso de modernización capitalista basada en la expansión sin límites de la pequeña y mediana empresa, si es que quiere sobrevivir a la rebelión popular?
Esta oligarquía es un delincuente torvo y casi iletrado que se divierte tirando al blanco de los habitantes de su finca, a los cuales culpa de su pobreza aduciendo que tienen demasiados hijos y que por ello son irresponsables.
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