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Amores imposibles

Mario Roberto Morales

El notable seductor veneciano del siglo XVIII, Giacomo Casanova, dejó dicho que “Un hombre sensato solamente puede amar si tiene la fundada esperanza de ser correspondido”. Como se sabe, la sensatez es un atributo humano que brota de la cordura, del equilibrio entre el impulso y su represión conveniente, entre la audacia y la prudencia. Según Casanova, resulta insensato amar sin ser amado; algo que, por otra parte, es el lugar común del melodrama en todas sus variantes, y también de la visión y la manera melodramática de vivir la vida por parte de millones de seres humanos, sobre todo a partir del siglo XVIII, que fue la época en que se consolidaron las naciones europeas modernas dando lugar con ello a la ideología del romanticismo —esa forma patética de asumir los nacionalismos sacrificando la propia vida por la patria—, así como a la idea de que hay una mujer (sucedánea de la patria misma) que ha nacido para ser nuestra “media naranja”. Esto originó una veta inagotable (hasta la fecha) de literatura y arte que se articulan en torno al ideologema amor-muerte/mujer-patria, que sigue causando estragos inútiles como el de los plañideros “amores imposibles”.

Pero el aserto de Casanova es más profundo de lo que se pueda pensar, pues no se agota en un mero egoísmo según el cual “si me das te doy”. Al contrario, se funda en la capacidad (escasa en la especie) de forjar las emociones amorosas sobre cimientos sólidos que les garanticen vigencia y sentido. Un sentido cuyo contenido no es otro que el de la reciprocidad, pues amar sin ser amado es tan absurdo como ser bueno sin tener un previo conocimiento del mal. Ya lo dice nuestro seductor favorito cuando nos relata que “Se me había acusado de ateo, de creer en el Diablo. ¡Como si creencia tan estúpida —en caso de existir— no implicara necesariamente creer en Dios!” Porque no se puede creer en una de las dos partes de una unidad pretendiendo que la otra de esas mitades no existe. Y a quienes me salgan con la especie biempensante de que el amor es desinteresado y sufrido recordándome la propagandística Primera Carta a los Corintios (13:1-13) del intolerante y violento Pablo de Tarso, les respondo que nuestro seductor se refiere al amor entre un hombre y una mujer y no al principio de cohesión universal que predican todas las doctrinas espirituales de la humanidad, y que hay una diferencia notable entre una y la otra clase de amor. Pues mientras el amor como principio de cohesión universal se remite al impulso primigenio hacia la vida, el amor de pareja se restringe a las posibilidades de fundirse con un prójimo por el que se siente atracción sexual, es decir, impulso de posesión y de fusión irracional. ¿Cómo, ante esta específica forma de amor, puede alguien entregarse sin ser correspondido y no caer en la insensatez? De acá puede deducirse que quienes sufren de “amores imposibles” no son sino narcisistas cuyo exhibicionismo no tiene más límite que la indiferencia, pues incluso el rechazo público constituiría para ellos motivo de regocijo escénico.

También dejó dicho Casanova que “En mi locura de querer ser amado, mi imaginación siempre ha inventado amores sublimes”. Éstos empero poco tienen que ver con las formas concretas de amar y ser correspondido, las cuales (créanme) son mucho más gratificantes que cualquier fantasía que queramos poner en escena, ya sea en la cama o en el altar.

Mario Roberto Morales
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