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Votar nulo, derecho ciudadano

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Hace una semana en el horizonte inmediato dominaban las interrogantes sobre las movilizaciones sociales, que culminarían el 27 de agosto. Nadie, ni aun el más exaltado de los activistas, podía anticipar la magnitud de la respuesta ciudadana a la convocatoria al paro nacional.

Se estima que cerca de un cuarto millón de personas se movilizó en todo el país, en esa fecha ya memorable.

Una formidable energía social fue liberada y se mantiene en ebullición, a la espera de las decisiones y las acciones que diversos actores deben tomar en los próximos días.

Decisiones y acciones que para la sociedad indignada en movimiento solamente deben tener un resultado: la población quiere a Otto Pérez Molina fuera de la presidencia y respondiendo ante los órganos de justicia, por los graves cargos de corrupción formulados por el Ministerio Público y la Cicig.

Ese asunto debería quedar resuelto esta misma semana. Y del modo en que se conduzcan quienes tienen en sus manos las llaves de las varias puertas de salida posibles, dependerá la respuesta de cientos de miles de personas que, al salir a calles y plazas, tomaron la decisión de no ser meras espectadoras en el acontecer nacional.

Hay quienes apuestan (en esto concuerdan OPM y la cúpula empresarial) a que las elecciones generales del próximo 6 de septiembre sirvan para recanalizar el malestar sociopolítico. Que con ellas todo volverá a la “normalidad”.

En otras palabras, quisieran que el 7 de septiembre se diga: “Terminó la fiesta, cada quien para su casa”.

Sin embargo el baile no termina el 6 de septiembre. Frente a la lectura errónea de la crisis en la que han incurrido el presidente, sus asesores y sus aliados del partido rojo, hay suficientes señales que anuncian el hundimiento no sólo de un gobierno, sino de un sistema político excluyente, enfermo de antidemocracia.

No importa qué digamos, el hecho indudable es que hay una energía social liberada cuya canalización será objeto de la lucha política e ideológica por venir, pero que por lo pronto se hará sentir en las urnas el próximo domingo.

Y del mismo modo que nadie pudo imaginar la contundencia de la respuesta ciudadana del 27 de agosto, la jornada electoral puede deparar verdaderas sorpresas.

En eso radica, ahora, la importancia de los comicios. Hasta el más acérrimo crítico de las condiciones en que se realizan las elecciones, debería reconocer que ellas son trascendentes para el porvenir político del país.

No se escenificará en las urnas la batalla final, ni el asalto al Palacio de Invierno, pero de ahí no puede derivarse un ninguneo ciego e ingenuo.

Por eso, muchos nos inclinamos por el rechazo activo a la mascarada electoral, en las urnas mismas. No basta con el abstencionismo: dar la espalda es una opción, pero no la mejor.

Sin culpa y en pleno ejercicio del derecho ciudadano a disentir, el voto nulo es la mejor forma para expresar el rechazo ciudadano, no solo al gobierno cleptocrático que se hunde, sino a todo el sistema del cual es producto.

Ni la señora autoritaria disfrazada de socialdemócrata, ni los “partidos chiquitos” son alternativa frente al proyecto de continuidad del sistema encarnado por el rey del “copia y pegar”. Si éste llega a triunfar no será por el voto nulo, sino porque el proceso está viciado desde el principio.

La decisión es absolutamente personal, pero es legítimo reivindicar el derecho a no avalar un proceso que pudo ser reorientado, pero que se escamoteó porque el sistema político mismo se resiste hasta a los tímidos cambios propuestos. Ni siquiera de gatopardistas se les puede señalar, por eso se hundirán con todo.

A eso puede contribuir el voto nulo: hacer numéricamente visible la ilegitimidad del sistema, de sus candidatos y la partidocracia corrupta. No caben los espejismos del voto útil o “estratégico”: quienes los esgrimen esfuman los grados de complicidad con las prácticas del sistema y la carencia de propuesta. La desventaja de “los chiquitos” no excusa la complicidad.

El 6 de septiembre nos espera de nuevo la calle, pero esta vez para decir con letras grandes en la papeleta: NO A LA FARSA ELECTORAL.

Sin culpa y en pleno ejercicio del derecho ciudadano a disentir, el voto nulo es la mejor forma para expresar el rechazo ciudadano, no solo al gobierno cleptocrático que se hunde, sino a todo el sistema del cual es producto.

Edgar Celada Q.
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