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Breve divertimento sobre el altruismo filisteo y la identidad de marca.

Una de las fábulas de Tito Monterroso, “Sansón y los filisteos”, dice así: “Hubo una vez un animal que quiso discutir con Sansón a las patadas. No se imaginan cómo le fue. Pero ya ven cómo le fue después a Sansón con Dalila aliada a los filisteos. /Si quieres triunfar contra Sansón, únete a los filisteos. Si quieres triunfar sobre Dalila, únete a los filisteos. /Únete siempre a los filisteos”.

El DRAE define filisteo como el “individuo de una pequeña nación que ocupaba la costa del Mediterráneo al norte de Egipto, y que luchó contra los israelitas”, lo cual le provee un trasfondo histórico a la fábula de Monterroso. Pero también lo define como una “persona de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística y literaria”, lo cual constituye el campo semántico de donde Tito extrae la dimensión satírica de la fábula –sobre todo de la moraleja, la cual desconstruye (mediante un invertido consejo altruista) la pragmática ética del lucro y la “natural” moral del egoísmo. En este ámbito de sentido los filisteos son, pues, lo peorcito de nuestra especie.

Por su parte, Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo, precisa filisteo como “Aquel cuya mente es producto de su medio, y cuyos pensamientos y sentimientos están dictados por la moda. A veces es culto, a menudo próspero, generalmente limpio y siempre solemne”. En otras palabras, es veleidoso, superficial y rígidamente pulcro. Es decir, hipócrita; al margen de que tenga o no dinero y sea culto o no.

Unirse siempre a los filisteos es la consigna política y el imperativo moral de la liviandad posmoderna del engominado “triunfador” neoliberal. Por eso, el filisteísmo se emparenta de manera natural con la ética farisaica, lo cual es particularmente evidente en las campañas publicitarias que abogan por una positividad unilateral de pensamiento como remedio para los males sociales, los cuales –según esta lógica– son causados por una manera negativa de pensar y no por formas de propiedad y acumulación de capital basadas en relaciones de sobreexplotación. Cuando se leen frases como “Por medio de la compañía Pepsi se quiere transmitir un mensaje de positivismo a todos los guatemaltecos”, y se sabe que la “identidad de la marca” es un sentido arbitrario que la compañía le endilga a aquella para vender su mercancía, no vale la pena protestar porque quien fabrica un producto dañino para la salud pretenda transmitir valores “positivos” mediante la incitación a su consumo.

Lo que divierte es desmantelar la lógica discursiva de la pretendida positividad de estas campañas para develar su hipocresía. Por ejemplo, para que la frase “Apostarte a ti es apostarle a Guatemala” tenga el trasfondo edificante que pretende, este tendría que ser un país que no obligara a sus habitantes a emigrar para obtener empleo. Pero la frase dicha a secas y en estos tiempos, no significa sino que apostarte a ti es apostarle al país que tenemos y, por tanto, a que permanezca igual y que no cambie, pues el aludido “mensaje de positivismo” es que, aunque no tengamos empleo, traguemos sin cesar bebidas híper azucaradas para elevarnos un instante sobre nuestra miseria y “ser mejores” mientras dure el efecto. Por eso la campaña aconseja: Triunfa solo, sin los demás. Pues tú eres tu país y no los necesitas. Basta que te unas a la marca de los filisteos y que tragues ríos de verba no sustantiva.

Mario Roberto Morales
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