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Recobrar la sociedad civil

Sin esto, la lucha por el Estado es tiempo perdido.

Mario Roberto Morales

La sustitución del interés de clase de las mayorías por varias reivindicaciones culturalistas es una gran victoria ideológica del capital corporativo transnacional –y de su aparato académico– sobre la posibilidad emancipadora de las mayorías. Esto, porque financiando luchas culturalistas con fines divisionistas, este capital fragmenta a la sociedad civil y la hace aliada política del poder constituido, además de oportunista y desleal entre sí ante las agencias de financiamiento; en suma, la vuelve tan corrupta como el Estado, e incapaz de forjar una unidad diversa que fiscalice a quienes lo controlan desde el interés oligárquico. Localmente, la tarea de la sociedad civil sería parir la única unidad posible en esta era de relativismos “posmo”: la unidad política en torno a un objetivo de desarrollo nacional multiclasista e interétnico. Pero así como está, sólo sirve para fortalecer el viejo régimen.

La posmodernidad mató la universalidad moderna de la clase social como criterio de organización popular, y lo hizo mediante la fragmentación económica e ideológica del sujeto y su consecuente desactivación como actor unificado del cambio. Ahora, ese actor es diverso y fragmentado. Por eso dice Zizek que hoy “La única verdadera universalidad a la que tenemos acceso es la universalidad política, que no equivale a cierto sentido idealista abstracto, sino a una solidaridad en la lucha. Si estamos comprometidos en la misma lucha, si descubrimos que –y éste para mí es el auténtico momento de solidaridad– feministas y ecologistas, o feministas y obreros, todos tenemos de repente esta misma revelación: Oh Dios, ¡pero si nuestra lucha era en última instancia la misma!, esta universalidad política sería la única auténtica universalidad. Y esto, claro, es lo que falta hoy, porque hoy la política no es más que una mera negociación de compromisos entre diferentes posiciones”.

Si hoy la política es eso, hacer política hoy equivale a un febril activismo que busca cambiar particularidades para que el poder tradicional se fortalezca renovándose, y nada más. No busca el cambio radical porque nunca va a la raíz de los problemas, sino siempre se anda por las ramas del culturalismo, la corrección política y los moralismos puritanos y conductistas propios de la “indignación” que nunca supera el exhibicionismo hipócrita (religioso) de legiones de individuos de clase media y sin empleo, productos del odio que el régimen oligárquico le tiene a la cultura letrada y a los saberes subalternos.

El camino emancipador es pues la unidad de la lucha política contra el enemigo estratégico: el capital corporativo (sobre todo en su versión especulativa, de la cual Soros y su Open Society Foundations es vanguardia que financia sociedades civiles corrompidas) y su socia minoritaria, la oligarquía y su aparato neoliberal de gestión política. Lo demás es un conjunto de distractores culturalistas si juegan el papel de sustituir la unidad de la lucha con la atomización popular fratricida. Pero si los intereses de etnia, raza y sexo se incorporaran al criterio de clase para organizar la unidad popular, la cosa cambiaría radicalmente y podríamos forjar un gran frente con la pequeña burguesía para quien los oligarcas son el único obstáculo a su prosperidad, con las capas medias que ansían mejores salarios y con los trabajadores agrícolas de la “Guatemala profunda”. Sólo así podríamos recobrar la sociedad civil.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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