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Rescatar a la sociedad civil

Mario Roberto Morales

Es deseable que la sociedad civil hegemonice sobre la sociedad política porque en aquélla se encuentran los ciudadanos conscientes de que la soberanía reside en el pueblo y no en el Estado ni en sus funcionarios. Pero esto sólo es posible si la sociedad civil está liderada por individuos autónomos que ejercen el poder ciudadano para fiscalizar al Estado y hacerlo trabajar con el pueblo (la sociedad civil) y no sólo con una clase política al servicio de una élite oligárquica que lo usa para no someterse a la libre competencia, la igualdad de oportunidades, el control de monopolios y la ley.

En este marco, fue un hecho perversamente genial el que luego de un contrainsurgente “proceso de democratización” –después de tres décadas de guerra interna–, la cooperación internacional le propusiera a Arzú “fortalecer a la sociedad civil” pero no financiando movimientos emancipadores, sino a una variopinta constelación de oenegés, cada una con una agenda multiculturalista separada y a menudo contrapuesta la una frente a la otra, para que sus burócratas (que no líderes) fingieran vivir “luchando contra la impunidad”, contra “la corrupción”, contra “el racismo”, por los “derechos de los pueblos”, de “las minorías sexuales” etcétera, y enderezando sus luchas contra el Estado, a fin de suplantarlo (no como sociedad política, sino) como sociedad civil. Lo cual es un dislate, porque la meta histórica de la sociedad civil es la de hegemonizar, sí, sobre la sociedad política (el Estado y sus instituciones) pero como conjunto de entidades y movimientos no-estatales, cívicos y autónomos. No como Estado. Por tanto, la financiación foránea de una sociedad civil local da como resultado que las luchas de esa fuerza social respondan a la agenda de los países donantes y no a las necesidades del país recipiendario. Y si a esto agregamos que esos financiamientos se dan segmentados por separado y sin procurar que la sociedad civil presente un frente diverso pero unido ante la sociedad política, su naturaleza resulta ficticia y proteica, y su accionar disperso, centrífugo e inocuo como el de un hormiguero enloquecido por repentinos pesticidas.

Esto se entronizó aquí con los Acuerdos de Paz y la ola privatizadora. Se montó un simulacro de democratización mediante un simulacro de sociedad civil, armándola como un mosaico de oenegés, cada una con agendas particularísimas que compiten deslealmente entre sí por los financiamientos externos. Es explicable que en un país de muertos de hambre, con una clase media depauperada y una progresía y una izquierda desempleadas, la cooperación internacional capte a estos conglomerados (al borde de la marginalidad) y los rehabilite con salarios de respetables burócratas de oenegés que “luchan” por todas las reivindicaciones particulares pensables, enderezando sus baterías contra un Estado también financiado por la misma cooperación, pero no para depurarlo y hacerlo eficiente, sino para empequeñecerlo y volverlo inocuo, siguiendo así la agenda neoliberal, que es la que impulsan la mayoría de agencias de cooperación especializadas en financiar oenegés progres y de izquierda rosada, lila, fucsia y magenta.

Rescatemos, sí, al Estado pero rescatando a la sociedad civil –depurándola y haciéndola un movimiento diverso, unificado, autónomo y autofinanciado– como proyecto alternativo de país. No como vil y corrompida cómplice del intervencionismo foráneo en asuntos internos.

Fuente: [www.mariorobertomorales.info]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Mario Roberto Morales
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