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Preguntas

Gerardo Guinea Diez

Lo ocurrido la semana pasada en Francia es como una ola fría o los amargos restos de lo que pudo haber sido este siglo y no es. Las imágenes del camión atropellando a cientos de ciudadanos recuerda a una vieja luz de maldad reptando por las paredes de este presente sin identidad. También obliga a pensar que cada cinco días, en Guatemala muere la misma cantidad de personas, de acuerdo con el último informe del GAM.

Hay algo que no funciona, una anomalía contemporánea que desnuda la dimensión de la orfandad. Las señales abundan y la congestión del tiempo no ayuda. Ya no interesan las preguntas honestas; necesitamos respuestas forjadas al calor del mejor libro de autoayuda.

Hace décadas, la humanidad creyó entrever una época de paz, bienestar y civilidad. El fin de la Guerra Fría auguraba un mundo menos ríspido y más seguro. El neoliberalismo barrió esos sueños y de algún modo, todo se convirtió en nada. Es más, el caos y la fragilidad impiden evaluar ciertos logros.

De esa cuenta, interpelamos el hoy sin saber bien por dónde empezar. El por qué, poco importa. Como sostiene Manuel Rivas: “Un espacio sin porqués acaba siendo siempre lo que César Vallejo llamó tierra indolente: donde cavar un adiós”. Como sea, la historia de nosotros mismos es un callejón sin salida. Primo Levi lo cuenta en Si esto es un hombre, al dar una respuesta terminal: “Aquí no hay ningún porqué”.

Ayer fue Francia, hoy Siria, Irak, México, el Triángulo Norte de Centroamérica y esa musiquilla de la “no vida”, oyéndose en la cárcel del insomnio y la falta de esperanza. Y esos porqués sí que tienen una réplica o varias. De acuerdo con Ignacio Vidal-Folch, siguiendo al filósofo alemán Byung-Chul Han, padecemos una sociedad del rendimiento, la cual provoca “enfermedades neuronales, infartos, depresión, hiperactividad ausente, fatiga o estrés crónicos, trastornos límite de la personalidad”.

Pero, sin duda, ausencia de memoria (hogar de los porqués). Olvidamos pronto que el último estadio del neoliberalismo lleva al individuo no solo a explotar a los demás, al planeta, sino a sí mismo. Quizá vivimos un final largo, que abrió las puertas en 1989 y, como escribe Edelberto Torres-Rivas, “la gente del último tercio del siglo XX fue testigo del hundimiento de una parte del mundo moderno, que ocurrió con rapidez, sin violencia y sin guerra”.

Después, la aldea global de la fatiga y el cansancio, pero a su vez, del caos, las guerras, las migraciones masivas, las religiones crispadas, la desigualdad, el cambio climático. Aburrimiento, desesperanza, uniformidad de una melancolía que no consuela en la medida que las preguntas esenciales siguen ausentes de nuestras conversaciones públicas y privadas. Lo indecible es el sello que marca la visión de los acontecimientos. Saber y la nada, fundiéndose en la bóveda de lo imposible.

A pesar de ello, la humanidad no ceja en el empeño y cree, como Georges Steiner, que es preciso tener el “permiso para cometer ese gran error que es la esperanza”. He ahí, el norte, la conquista de lo imposible, una pequeña ilusión ante el futuro que no se apura. Solo eso.

Olvidamos pronto que el último estadio del neoliberalismo lleva al individuo no solo a explotar a los demás, al planeta, sino a sí mismo.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/07/preguntas/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Gerardo Guinea Diez
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