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Fin de año

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

Desde hace varias semanas se volvió un lugar común escuchar los consabidos buenos deseos para el año que viene. El problema es que no tenemos una Guía para ir hacia esa bienaventuranza tan anunciada por doquier. Así, nos enfrentamos a los miles de adeptos dedicados a salvar almas o convencer a los que tienen tarjeta de crédito de que en sus manos está una felicidad por adelantado. Otros, los menos, nos dictan su irrenunciable creencia que en el 2016 dejaremos todo aquello que nos pesa para ir por la vida, cómodos y ligeros de equipaje. Tampoco es que el primero de enero vociferemos que resulta inevitable hallar el afán por encontrar el logos de lo cotidiano. Demasiada solemnidad ante la pesadez de lo real.

Entonces, frente a muchas preguntas y escasas respuestas, se nos viene encima el año, lo que hicimos y dejamos de hacer. Nuestros miedos y dudas. No sabemos cómo será el próximo gobierno, si continuarán las manifestaciones, si la economía se recuperará, pero sobre todo, si la clase política encontrará el sentido común. Por lo pronto, prefiero el encierro y veo mi escritorio lleno de libros, revistas e informes a medio leer. Brinco de uno a otro. Repaso qué libros leí, qué autores descubrí. Y en esa soledad recuerdo a María Zambrano al referirse a Xavier Zubiri, el cual le descubrió a Aristóteles y ella se sintió en “una penumbra tocada de alegría”. Porque, en esa penumbra de preguntas entiendo el sentido y la razón de Zambrano cuando escribe: “y al ver y sentir que aquello que hicimos antes sigue siendo nuestro en el después”.

Gerardo Guinea

Hace ocho meses no imaginábamos el torbellino que se vendría. Y el país cambió, muy poco, escasamente si se quiere, pero al menos cierto orgullo de pertenencia de una generación airada hizo un pequeño boceto de la dignidad y pudo que el futuro no sea un destino clausurado por la desesperanza y la apatía. Logros modestos, pero jamás vistos en muchas décadas. Al menos contradecimos por unos meses las palabras de Monteforte Toledo: “Ser de un país pequeño es tener sueños pequeños”.

El filósofo José Antonio Marina, al hablar de la rebeldía ante la sumisión lo dice con mejor propiedad: “Hay que tener el temple de la renovación” y esta “hondura metafísica, es como una parábola de la libertad”. He ahí ese enorme capital ciudadano de este inédito tiempo guatemalteco. Vuelvo a Zambrano: “Porque sólo lo que se ha podido dejar de querer, ni aun queriendo, nos pertenece”. Nos pertenecen las calles, los sueños, la ilusión de escribir un dictado melancólico sobre nuestro postergado edén. Aunque, el año cierra con la encuesta sobre la pobreza que arruina el mejor de los optimismos porque detrás de los fríos porcentajes están los personajes angustiados, la desesperanza, la existencia monótona, los proyectos fracasados, el hambre, en resumen como una novela de Onetti, quien hizo suya una emblemática frase de William Faulkner: “La vida tiene imaginación y fuerza suficientes para inventar e imponer infiernos privados y efímeros paraísos subjetivos”. Pero Marina es más optimista: “sin inventar no vemos nada”.

Fuente: [http://www.s21.com.gt/m/fiticon/2015/12/29/fin-ano]

Gerardo Guinea Diez
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