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“Perdidosos”

Gerardo Guinea Diez

En una memorable cátedra, Mario Monteforte Toledo, pocos meses antes de su muerte, hizo una breve reseña de la historia del país. En ella, dijo que habíamos echado a perder la reforma de Mariano Gálvez, la Revolución Liberal de 1871, la insurrección unionista de 1920, la Revolución del 44. Y cerró sus palabras de manera premonitoria: “Estamos a punto de echar a perder los Acuerdos de Paz.

Pero, ese adjetivo puede, por fin, resultar desmentido con las protestas que marcan un parteaguas en la historia política. Y es que no hay que olvidar los infortunios de la aritmética: durante el siglo XX, Guatemala vivió alrededor de 80 años bajo dictaduras, guerra, golpes de Estado y represión sistemática de la oposición.

Así, desde 1996, la hibridación y la corrección política plantaron sus señas de identidad en una sociedad fragmentada, donde aún operan las segregaciones de todo tipo, sin decir del pensamiento único que intentó hegemonizar la narrativa de nuestro tiempo. El colofón es lo ocurrido el sábado anterior en toda la república. La protesta va más allá de la renuncia de las autoridades del Ejecutivo. Exige una reforma de los partidos políticos, colapsados y sin ninguna capacidad de constituirse en una bisagra entre el Estado y la sociedad, inmersos en esquemas clientelares y de corrupción.

La alegría, la indignación y el enojo de miles de ciudadanos, señaladamente, jóvenes, se emparentan con unas líneas de Fabio Morabito: “El verdadero sentido de las ruinas no es devolvernos al pasado sino salvarnos de él˝. Ello se palpó en los rostros y los gestos de los que abarrotaron varias plazas.

En esta coyuntura, no existen líderes ni organizaciones que impulsen el movimiento de protesta. Es su carácter espontáneo, su frescura, su sinceridad humana y el ferviente deseo por una vida decente, lo que mueve los resortes del enfado ciudadano. Las protestas son contra la incapacidad de generar tradición republicana e institucional, la ausencia de continuidad en los planes de desarrollo, la incapacidad de mediar y generar consensos reales, más allá de las componendas corruptas, entre otros. Como sea, contra los viejos vicios del sistema autoritario.

Sin duda, lo esencial es el derrumbe del sistema político, incapaz de apuntalar un escenario que cae a pedazos. Savater lo señala: “…la política no siempre es ni mucho menos buena, pero su minimización o desprestigio resulta invariablemente en un síntoma mucho peor˝. Y eso es lo que puede atisbarse en el horizonte, la crónica de una muerte anunciada del proceso electoral. Desde su energía y buen ánimo, los jóvenes dicen lo que Octavio Paz escribió en Posdata: “Si la política es una dimensión de la historia, es también crítica política y moral. En nuestra época, la imaginación es crítica y esta es el aprendizaje de la imaginación˝. Algo que sobra por estos días, donde la realidad se reagrupó en diversas dimensiones, y desde un plano de asombros y terquedades, ahora sí hay hacia dónde mirar.

En esta coyuntura, no existen líderes ni organizaciones que impulsen el movimiento de protesta. Es su carácter espontáneo, su frescura, su sinceridad humana y el ferviente deseo por una vida decente, lo que mueve los resortes del enfado ciudadano.

Gerardo Guinea Diez
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