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Engañarse al derecho y al revés

Breve epístola a los pobres de espíritu.

Mario Roberto Morales

Decía Unamuno que “Sólo el que sabe es libre y más libre el que más sabe. No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas”. Con estas palabras asumía su compromiso intelectual con la realidad factual y no sólo con el “mundo de las ideas”, pues si bien pregonaba el conocimiento crítico como basamento de la libertad, no se contentaba con enunciar esta máxima, sino que exhortaba a las personas de conocimiento a “dar alas”, a “hacer algo” para que los demás aprendieran y se echaran a volar.

En su novelita San Manuel Bueno, mártir (1931), un cura que ha perdido la fe y que padece una profunda crisis espiritual y un lacerante cuestionamiento acerca de su sinceridad para ejercer como pastor de almas, decide continuar con aquel oficio a pesar de haber aceptado y asumido por completo su falta de convicción religiosa, pues comprende que humanamente se debe a su feligresía y que el dogma en el que ha dejado de creer, así como sus tribulaciones de conciencia, importan mucho menos que la solidaridad humana y el bienestar del prójimo, “aunque el consuelo que les doy no sea el mío”.

He aquí una manera de practicar el cristianismo obviando el dogma –esa invención de los Padres de la Iglesia a lo largo de los Concilios medievales– pero asumiendo el amor al prójimo tal como lo encarnó el Cristo histórico. Un amor que, más que a una religiosidad ritual, responde a una filosofía de la vida que da sentido a la decisión moral del cura de marras. Esta filosofía de la vida es patentizada por nuestro autor cuando en otro lado dice que “Antes hay que desconfiar del que busca razones por las que nos beneficia, que del que nos beneficia sin buscar razones”. Lo cual me hace pensar en el vulgar autobombo de los “creadores de empleo y de riqueza” y en la torpe jerga de los políticos que se ofrecen como solución a los problemas de sus ciudadanías, así como en los merolicos de la fe, quienes, en nombre de sus dioses, juzgan, condenan y absuelven a los desorientados, ignorantes y manipulables pobres de espíritu.

Ahora bien, Unamuno creía que el pueblo, es decir, los ignorantes y pobres de espíritu, necesitan ser engañados para poder vivir. En una ocasión, hablando de su San Manuel Bueno, mártir, le dijo al novelista griego Nikos Kazantzakis (autor de Libertad o muerte, de Zorba el griego y de La última tentación de Cristo): “Así es la vida. Engañar, engañar al pueblo para que el miserable tenga la fuerza y el gusto de vivir. Si supiera la verdad, ya no podría, ya no querría vivir. El pueblo tiene necesidad de mitos, de ilusiones, el pueblo tiene necesidad de ser engañado. Esto es lo que lo sostiene en la vida”. ¿Debe seguirse de esto que hay que dedicarse a engañar a los pobres de espíritu? El héroe de la novela de Unamuno no actúa así, sino que adecúa su conducta a las necesidades espirituales de los que no son libres porque no saben nada y procura darles alas para volar en libertad. Por eso nuestro autor escribe en un artículo de 1933: “… hay que despertar al durmiente que sueña el sueño que es la vida… [para] que pierda el consuelo del engaño vital”. Estar despierto es estar consciente. Y estar consciente implica ejercer el criterio, el pensamiento crítico.

¿Y qué hay de los que se engañan “al revés” creyendo que tienen todas las respuestas? Sobre éstos decía Unamuno: “Lo sabe todo, absolutamente todo. Figúrense lo tonto que será”. Quien tenga oídos para oír que oiga.

Mario Roberto Morales
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