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Mario Payeras en la Zona Reina

Yolanda Colom

Conocí a Mario Payeras en los días que concluía los Poemas de la Zona Reina y vivía Los días de la selva. Era el mes de junio de 1974 y realizaba mi primera visita al destacamento guerrillero del cual él formaba parte. Por caminos y experiencias distintas coincidimos militando en el Ejército Guerrillero de los Pobres.

Llegué a impartir un cursillo sobre criterios y metodología de alfabetización a compañeros que trabajaban en la organización y a dirigentes comunales que simpatizaban con nosotros. El analfabetismo en esa región era tan grande como el deseo de aprender y emanciparse. Debíamos preparar alfabetizadores para nuestras bases. Mario y una compañera habían ido a nuestro encuentro a solicitud del compañero guía, quien se había adelantado a pedir ayuda. La noche estaba por caer y avanzábamos lentamente a causa de la inexperiencia y el exceso de carga. Nos conocimos, entonces, en una trilla alfombrada de musgo y cubierta por un bosque centenario y silencioso. Oscurecía y quienes llegábamos habíamos caminado dos noches y un día continuos. Estábamos empapados, enlodados y extenuados. No habíamos dormido ni comido durante la caminata. La compañera y Mario nos llevaron bebida de chocolate y tomaron nuestras cargas.

En esa oportunidad los compañeros se encontraban acampados al noroeste de Juil, aldea de Chajul, en la zona Ixil. Estaban a unos 3 mil metros de altura sobre el nivel del mar, en una de las cumbres más altas de Los Cuchumatanes, en el departamento de Quiché. El campamento se situaba en una ladera abrupta de exuberante vegetación que, por su difícil acceso, llamaban “Nido de Águilas”. Allí encontré a un grupo de compañeros pálidos, flacos, pobremente vestidos. Apenas se cubrían del frío y la humedad permanentes con chumpas o suéteres livianos. Mario era de los más delgados y ojerosos. Nada lo distinguía de los demás: ni la apariencia, ni el comportamiento, ni el armamento. Aunque, por su modo de hablar y ciertos modales, era evidente que no procedía del campo como la mayoría del grupo.

Ese puñado de guatemaltecos hambrientos era el núcleo principal que daría origen a varios frentes guerrilleros de las montañas del noroccidente y nutriría con cuadros los frentes de la capital y de la Costa Sur. Mario era uno de sus dirigentes. Pocos meses antes había sido promovido a la Dirección Nacional, luego de militar en la base 6 años. Personalmente no lo supe entonces y nada me hizo deducirlo. Tampoco me di cuenta que era filósofo ni que tenía acumulada una vasta cultura. Su modo de ser era discreto y sencillo. Y las conversaciones que entabló conmigo trataron sobre la ciudad y las costumbres del medio social del cual yo provenía.

Poemas de la Zona Reina

Varios días después, en medio de una actividad intensa, me habló de los poemas que había escrito durante esos primeros años de montaña. Me expresó su deseo porque los leyera y le diera mi opinión sobre ellos. Estaban impecablemente escritos a máquina en papel bond. Él creía que, al proceder yo de la ciudad, entendía de poesía. La verdad era que ni entendía ni era sensible a la misma.

Por no defraudarlo los tomé y los leí; el resultado fue que me produjeron contradicción respecto al quehacer guerrillero y revolucionario. En aquel entonces, con la simpleza de mi pensamiento y mi falta de cultura estética, no me cabía en la cabeza que alguien pudiera crear poesía en semejante contexto y perspectiva. Mucho menos le veía sentido a dicha práctica. Preocupada por la solicitud y luego de leerlos varias veces, opté por decirle que no los entendía y que no tenía criterio para opinar sobre poesía. Lo tomó con naturalidad diciéndome suavemente que la poesía no era para entenderla, sino para sentirla y no volvió a tocar el tema.

Durante esa misma visita Mario me dio a leer su primera teorización militar. Se llamaba Táctica guerrillera. Me instruyó en tiro al blanco y en cómo desarmar y armar una carabina M-1 con los ojos vendados. También me enseñó nuevos tipos de codificación para las comunicaciones.

Cuando me despedí del grupo, me preguntó si le podía hacer tres favores: llevar flores a la tumba de su abuelita, quien había fallecido varios años antes, mientras él estaba ausente; que adquiriera la Sinfonía de Nuevo Mundo de Dvorak y que le enviara una barra de chocolate. Mario tenía entonces 33 años y dos y medio de vivir en las selvas y montañas del noroccidente.

Dos semanas después de haber salido de la montaña recibí una carta personal suya y dos poemas nuevos. Motivos del elefante y El hombre le dice barrilete a su amor. Con ellos me declaraba su amor y concluía los Poemas de la Zona Reina. Posteriormente, a finales del mismo año, me envió una grabación. Comenzaba con la carta de Don Quijote de la Mancha a Dulcinea del Toboso, recitada de memoria por él en castellano antiguo, y continuaba con la declamación suya de los Poemas de la Zona Reina.

Mario fue, desde entonces, el ser humano más curioso y desconcertante de los que he conocido. Nunca dejaron de sorprenderme su multiplicidad de conocimientos, sentido del humor, ocurrencias, antojos infantiles. Siempre discreto, retraído, silencioso. Poseía un afán por aprender fuera de lo común. Cuestionar dogmas y verdades simples fue una constante en él. Y su disciplina laboral y capacidad creativa estuvieron por encima de la adversidad en que vivió.

Como otras creaciones literarias de Mario, estos poemas circularon de mano en mano, clandestinamente. De copias gastadas y por iniciativas anónimas múltiples pasaron a publicaciones de América Latina y Estados Unidos. Un par de ellos fueron musicalizados en Costa Rica y presentados en un festival de América del Sur, donde uno de ellos ganó el primer premio. Era el poema Motivos del Elefante. Y, por rutas increíbles, siempre de mano en mano, llegaron a nosotros comentarios como este:

“Yo también leí al poeta anónimo y me pareció sencillamente bueno. Excelente.

Profundidad filosófica, retrospección, deseo de volver “allá”, cometas en indetenibles ascenso, gallardía, cultura (el hombre es culto) y otras cualidades más aquilatan su poesía. Delicadísimos sentimiento administran su obra. Manantial en equilibrio. Cascadas en perfecta verticalidad fluyen en infinita entrega hacia lo suyo, hacia lo que se ha propuesto para los demás.

… de manera que la tristeza no nos mueva la guerra y sí moverla nosotros a todo ámbito y cosa como es menester para que haya mudanza.

Decile al autor que perdone el abuso, pero leí sus poemas con sincero deleite. Eterna Gratitud. Firma”.

Poemas nuevos

Mario no volvió a escribir poemas sino quince años después de concluir los Poemas de la Zona Reina. Vivíamos entonces en un pequeño poblado zoque del Estado de Chiapas. En 1989 escribió Pequeña canción de enero y a mediados de 1990 le siguieron dos más: Vigilia del amante y De los ríos del sueño. Con estos y otros poemas inició un nuevo ciclo poético que quedó trunco con su muerte en enero de 1995.

Este segundo ciclo de poesía surgió en el contexto del exilio y cuando nuestro segundo proyecto político –Octubre Revolucionario– alcanzaba sus límites y entraba en una crisis insuperable. Surgieron lejos de Guatemala y en la soledad política e ideológica del autor. Personalmente me gusta mucho Tiempo de la Tortuga, poema con que registró su arribo a los 50 años de edad.

Estos poemas, que yo titulé simplemente Poemas Nuevos, se publicaron póstumamente junto a los Poemas de la Zona Reina en 1997 por Artemis Edinter y ahora por Editorial Cultura. En ellos Mario plasmó, como en todo lo que hizo, su pasión, su amor, sus ideas, su talento, su ética. Pero también su desesperanza, angustia y la certeza íntima sobre su muerte próxima. Un día antes de morir escribió en un pedazo de papel ajado, que encontré entre las sábanas de su cama:

Duermen huesos de jaguar en las nieves eternas porque el ansia animal de belleza es más grande que el temor a morir.

Las nieves eternas a que siempre se refirió con admiración son las de la cumbre nevada del volcán Orizaba, próximo a cuyo cráter pasan los vuelos que del Sureste mexicano se dirigen al Distrito Federal. Era su volcán preferido. Vivíamos en Chiapas y él había viajado al Distrito Federal por cuestiones de trabajo, mientras yo permanecí en Chiapas atendiendo mis propias responsabilidades.

Formación literaria

Mario se nutrió de los maestros universales: poetas, filósofos, literatos, científicos, exploradores, músicos, políticos, pintores. Era del parecer de que a todo gran pensador y figura destacada de la historia universal hay que leerlos. Aprendió de la experiencia propia y universal; de la observación de la naturaleza, del cosmos, del comportamiento humano; del amor a la vida y a la libertad. Forjó su voz propia y original en el ejercicio disciplinado de teoría y práctica. Detrás de cada poema, cuento, ensayo… hay trabajo, estudio, reflexión, privaciones, peligros.

Él consideraba que la selva revela al espectador claves de la realidad con las cuales se abren muchas puertas. La experiencia de aquellos años –cuando debimos repetir el nomadismo, la cacería, la recolección y la agricultura de los primeros humanos para sobrevivir- le revelaron el valor de la lluvia, los vientos, el clima, los cuerpos celestes. Allí comenzó a “leer” física, astronomía, meteorología y geografía, bases para acceder posteriormente al que consideraba el principal saber de nuestra época: la ecología.

En las montañas forjó para siempre su oficio revolucionario. Allí comenzó a escribir seriamente, según él mismo decía. Y su primer fruto fue Poemas de la Zona Reina. En una oportunidad expresó que en ellos quiso plasmar cierta visión del mundo, su movimiento inapelable, la fugacidad de la juventud, la sensación de límite humano que siempre le provocaron los caminos de los pájaros. En los Poemas de la Zona Reina, Mario celebra la fiesta de la materia, la belleza de la naturaleza, su asombro y respeto ante ella. Acción creadora solo posible para quien, siendo artista, ve, vive y experimenta la selva y la lucha social.

Él decía que le motivaba escribir “la ingenua creencia de que podemos algo contra el tiempo, ese que se traga lo mejor que hemos visto y vivido”. Escribir fue su encanto íntimo y privado, mezcla de placer, reto, sufrimiento. Mario escribió como pensaba y vivió como escribió: digna, lúcida, apasionadamente. Su obra escrita está en Guatemala para quedarse y ser divulgada por los amantes de la belleza, la ciencia, la esperanza en una humanidad mejor.
21 junio 2014

 

Fuente El Acordeon /elperiodico [http://www.elperiodico.com.gt]