Ayúdanos a compartir

Dibujando un barquito en la pared

lucha libre

Lucía Escobar
@liberalucha

Yo tampoco aprendí nada en la clase de música en ninguno de los cuatro colegios por los que pasé durante mis años de sufrida vida escolar. Odié la flauta dulce con toda mi alma, y a duras penas sé reconocer el Do en un pentagrama. Pero extrañé ese saber y siempre quise aprender más de la música. Es un territorio en el que me siento cómoda y libre cómo una niña.

Estoy segura que no existe un motivo válido ni lógico para menospreciar la clase de música en la educación pública. Las supuestas reformas educativas que meten en un mismo costal todas las artes y minimizan las expresiones artísticas no son más que otra medida equivocada que nos conduce a la involución social. Pareciera que cada reforma o decisión del gobierno de turno está encaminada a arruinar el país, a esconder algún negocio turbio o a complacer al financista más perverso.

Muchos estudios han demostrado que el arte en general y la música en particular son esenciales para el crecimiento intelectual y espiritual de los seres humanos. Son tan importantes como el agua o el aire. Estamos hechos de cuerpo y alma, y algunas expresiones artísticas son alimento para lo intangible; nos hacen reflexionar, nos cuestionan, nos conmueven, nos transportan, nos transfieren sentimientos.

A pesar de que el arte y la cultura nunca han sido prioridad para ningún gobernante, ministro o alcalde, en nuestro país tenemos artistas de alto nivel, que a través del tiempo, y aun actualmente están a la vanguardia de movimientos culturales; ganan premios, viven del arte, viajan, y son reconocidos y homenajeados en todo el mundo, y pocas veces en casa.

Joaquín Orellana, nombrado personaje del año 2017, por un periódico local, es uno de esos artistas que nació con el don de la música palpitando en su interior. El increíble potencial creativo de este maestro esta subvalorado y desperdiciado. Orellana sobrevive cada día, en lugar de dedicarse a crear universos inimaginables y realidades alucinantes. El mundo y Guatemala pierde una oportunidad única de conocer y ver realizados los proyectos sonoros que viven en la cabeza de este peculiar genio. Miles de planos archivados esperan algún día poder realizarse, mientras vemos apagarse lentamente la luz y el talento de nuestro compositor estrella.

Hace algunos días fui a una exposición de arte en una galería en La Antigua. Los cuadros eran tan perfectos y tan llenos de detalles que pensé que el autor era alguien mayor, quizá una vaca sagrada del lienzo y el pincel. Me sorprendió saber que el pintor tenía 23 años y era de San Antonio Aguascalientes. Edgar Chipix llegó acompañado de su familia, a quienes agradeció por haberlo apoyado siempre, aun viviendo en pobreza extrema. En ese entorno, encontró en la pintura una puerta para salir adelante. Contó que de pequeño le regalaron unos crayones, y cuando vieron la habilidad innata que traía, lo motivaron a seguir pintando. Hoy sus cuadros se venden en dólares, y con esos ingresos aporta sustancialmente a la economía familiar.

Entiendo que no todas las personas tienen habilidades ni talentos artísticos que los van a sacar de pobres o de una depresión. No todo niño expuesto al arte va a terminar siendo artista, vendiendo cuadros o dando conciertos. Pero todas las personas, y sobre todo los niños y jóvenes, tienen derecho a disfrutar del arte y la cultura.

Además, es en el territorio de la creatividad donde nacen las ideas que cambian el mundo.

Tal vez por eso le tienen tanto miedo a los artistas.

Fuente: [https://elperiodico.com.gt/lacolumna/2018/01/10/dibujando-un-barquito-en-la-pared/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Lucía Escobar
Últimas entradas de Lucía Escobar (ver todo)