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Los tamales, el ponche y la felicidad posible

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

Es inútil, arrogante, irrespetuoso y de mal gusto pretender nadar contra el espíritu de las últimas semanas del año. Hasta los grinchs confesos podemos entender el sentido jubiloso y profundo de la expresión compartida en estos días a través de FB por una sobrina: habemus tamales.

¿De cuáles le gustan a usted? ¿Rojos o negros? ¿Ambos? Y si, tal vez, me lee fuera de Guatemala, acaso su opción sea un oaxaqueño, un nacatamal nica, un modesto tamalito de chipilín, alguno verde de rajas, rojo o de dulce.
El asunto es que no falte el tamal, ni el ponche, con su respectivo piquete. Hasta se puede decir que, en estos días, el tamal y el ponche son la síntesis colectiva de la felicidad posible.

Pero, aun a riesgo de que se me atribuya el afán de darle un sabor amargo a su felicidad posible, no parece admisible entregarse a la festividad navideña sin recordar que millones de personas pasarán estas fechas en condiciones de marginación, sin empleo, con el dogal de la desesperanza apretando sus vidas.

Edgar Celada

¿Debo recordar los datos difundidos por el Instituto Nacional de Estadística sobre Guatemala y sus nueve millones y medio de pobres? ¿De qué feliz Navidad puede hablarse a tres millones 700 mil personas en condiciones de extrema pobreza?

Perdóneseme el “populismo”, pero no puedo imaginar una festividad cristiana en la que se pasen por alto esas realidades y, en cambio, se sucumba a la fiebre del consumismo desenfrenado. Ante el derroche de luces y colores de cualquier mall citadino, con sus renos y noeles de artificio, escojo el pesebre de Palacagüina cantado por Carlos Mejía Godoy.

Si alguna época es propicia para reflexionar sobre la pobreza, la exclusión y la desigualdad social es precisamente ésta, porque en ella se hace patente la doble moral, el doble discurso y la hipocresía que corroen a nuestra sociedad.
Y ahora esa reflexión es tanto más necesaria, pues vivimos un 2015 en el cual, en contraste, salió a luz la capacidad de indignación de la sociedad guatemalteca frente a la injusticia, la corrupción, la impunidad y tantos otros males asociados con la situación en que vive la mayoría de habitantes de este país.

Esta es una semana propicia para tomar distancia de la manipulación consumista y preguntarse acerca del futuro de la nación, porvenir que implica no solamente a esos casi diez millones de pobres, sino a la totalidad de sus habitantes. Aplica a esta dimensión social una estrofa de José Martí: ¡Verso, nos hablan de un Dios / adonde van los difuntos: / verso, o nos condenan juntos, / o nos salvamos los dos!

Así es, Guatemala. Llegamos a una situación en la cual ya no es posible que unos pocos se salven y la mayoría se siga hundiendo. Hay que encontrar un camino, un principio de acuerdo, o nos hundimos todos.

Hace pocos días, en un cruce de correos a propósito de un artículo publicado por el ex constituyente Víctor Hugo Godoy en La Hora del 14 de diciembre, uno de sus contertulios virtuales escribía, entre otras ideas:
• “Todos los habitantes tenemos derecho a una vida digna, decorosa, por tanto, hay que aplanar lo más posible el terreno de las oportunidades”.
• “La vida de la persona humana no se acaba arbitrariamente; el que la debe, la paga, esto es, supremacía del principio de justicia universal y legalidad”.
• “Ningún niño verá mutilada su realización humana por falta de acceso a micro nutrientes: la partida de nacimiento trae consigo el derecho de ser humano y, por tanto…”.
• “Nadie se va a morir por falta de atención médica básica y oportuna, o déficit de saneamiento ambiental”.
Y concluye el correo electrónico, de cuyo autor me reservo en nombre porque lo cito inconsultamente: “si nos ponemos de acuerdo en 3-5 versos que dan la base para la vida en una sociedad, no digo siquiera democrática, decente, y los cumplimos celosamente, en todo lo demás nos podemos pelear o, mejor, poco a poco podremos ir identificando puntos de encuentro para edificar en próximas generaciones una arquitectura social más compleja, ambiciosa y reluciente”.
El resumen es sencillo: es tiempo de reflexión y de ruptura con la indiferencia. Aún hay oportunidades para salir del escollo. Refundar la nación y el Estado es el camino para abrirle oportunidades a la felicidad posible.
Inevitable es decirlo con palabras de Otto René Castillo: Aquí no lloró nadie. / Aquí sólo queremos ser humanos, / darle paisaje al ciego, / sonatas a los sordos, / corazón al malvado, / esqueleto al viento, / coágulos al hemofílico / y una patada patronal / y un recuerdo que nos llora el pecho.

Publicado originalmente: [http://www.s21.com.gt/mirador-kaminal/2015/12/22/tamales-ponche-felicidad-posible]

Edgar Celada Q.
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