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Mitos y timos septembrinos

Edgar Celada Q.
eceladaq@gmail.com

La “Guatemala feliz”, que abre la frase inicial del himno con el cual afirmamos nuestro sentido de pertenencia nacional, sigue siendo más una aspiración que una realidad.

Mientras haya millones de compatriotas con hambre, marginados, excluidos y discriminados no habrá, aquí, auténtica felicidad. ¿Hace falta demostrarlo?

La consciencia de esta realidad, sin embargo, no impide que este canto sea cada vez más expresión de lazos que unen a las y los nacidos en esta tierra, a quienes no renegamos de ella, aunque nuestras ideas sobre la “Guatemala feliz” sean distintas y hasta contrapuestas.

El “fervor cívico” no es solamente un mecanismo sutil del dominio ideológico oligárquico, forjado por la mitología liberal del siglo XIX y el Estado finquero del siglo XX. También puede ser y ha sido, grito de rebeldía, canto de afirmación popular-nacional y reclamo de verdad, justicia, libertad, democracia e igualdad. En otras palabras, canto de subversión contra hegemónica.

Tal lo ocurrido cientos de veces, en las calles y en la plaza durante las jornadas patrióticas de abril a agosto de 2015. Allí se empezó a forjar un sentido nuevo de nación: probablemente más emotiva que consciente, la convicción de un hacer colectivo para alcanzar algo extraordinario. Aquí, ahora, hay un motivo de orgullo compartido, fundacional.
Pero, ¡cuidado!: estamos en 15 de septiembre, fecha que la historiografía oficial santifica como la del nacimiento de la patria. Por fortuna la ciencia de la historia, en Guatemala como en otras partes de América Latina, documenta profusamente que, en 1821, solamente se produjo el parto de la patria del criollo y su Estado, al desgajarse del dominio colonial español.

La forja de una nación nueva, esbozada en calles y plazas, profunda y auténticamente democrática, incluyente y multiétnica, pasa por desmontar los mitos, y los timos, de la historiografía criollista y liberal-finquera: los fundadores de este Estado, no lucharon ni un día, ni estuvieron “encendidos en patrio ardimiento”.

Y temerosos del “choque sangriento”, como el empleado para aplastar la rebelión popular en Totonicapán en 1820, se apresuraron a declarar la independencia “para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.

Secesión pacífica hecha a “compadre hablado” entre “las familias”, los “gaces”, los “cacos” y el último gobernante español, cobijada en el Plan de Iguala de los militares contrainsurgentes acaudillados por Agustín de Iturbide en México. Tal es el acontecimiento político que se conmemora, el mito y el timo que mueve a miles de entusiastas antorchistas desde hace tres días, como ocurre cada año a las puertas del 15 de septiembre.

¿Interesan estas sutilezas históricas a esos miles de jóvenes, muchachas y muchachos, que corren muchos kilómetros atrás de una antorcha? La respuesta negativa es tajante. Pero véalos, cómo incorporaron a los instrumentos de su fervor cívico, las vuvuzelas de la indignación.

Si, seguro, Guatemala está cambiando. Estamos en el inicio de una nueva primavera democrática, pero ella no nacerá de conmemoraciones vacías (los diputados acudieron a la sesión solemne por el día de la independencia, pero salieron en desbandada para incumplir la tarea de elegir vicepresidente).

Tampoco nacerá de procesos electorales para escoger de dos males el menor. Habrá tiempo para referirse a la segunda vuelta de la elección presidencial, pero conviene cuidarse de los espejismos: pasado el asueto independentista arranca el desenfreno manipulador, con rebatiñas anticomunistas de la peor calaña, y con juramentos de honradez inmaculada, desmentidos por la historia inmediata. Los resortes del clientelismo, el chantaje y la marrullería tensados al máximo.

Esa es la forma que usa ahora el sistema para “prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que [la democracia profunda] la proclamase de hecho el mismo pueblo”. Igual que hace 194 años.

La agenda de las inaplazables transformaciones políticas, institucionales, sociales y económicas que el país necesita, se forjó en la lucha social de estos meses. No hay que perderse, ni prestarse a crear falsas expectativas.

Edgar Celada Q.
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