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La fiesta

Gerardo Guinea Diez

En tres semanas, la cita cultural más importante del año dará inicio. Filgua, una vez más, será el crucero de caminos para que múltiples voces lancen su botella al mar y nosotros esperemos con una ilusión limpia, del otro lado de la orilla, historias, poemas, cuentos, biografías. Y, aunque algunos afirmen que los poetas dejaron de ser la voz de la tribu, la poesía goza de buena salud. José Emilio Pacheco, ese grande entre los grandes, dice que la “poesía es una forma de amor que solo existe en silencio”.

Y los novelistas ayudan a encontrar el sentido que aún no descubrimos; ellos se anticipan y se desbordan en las vísperas de la existencia. Nos dan mundos que preservan valores antiguos y nuevos. Retratan y mienten para que la realidad recobre su lado verosímil. Maquillan y acumulan una extraña pinacoteca de los humanos.

De algún modo, hombres y mujeres, dondequiera que estén, aspiran a darnos un poco de la belleza del mundo, pero también su afilada rabia por el sufrimiento. Siempre he creído que existen seres que son como grandes árboles o hermosas plantas. Es decir, raíz, ramas y frutos o, si se quiere, raíz, tallo y la flor. Esos, los indignados, los locos, los “raros” alivian la dura experiencia de vivir. No son políticamente correctos, decepcionan a muchos por su errático proceder al no seguir ciertas reglas. No les interesa la competitividad ni el rendimiento de las inversiones. Pierden horas, años, escribiendo libros que a la hora de los presupuestos nacionales, son un renglón para excéntricos; en otras palabras, personas sin oficio.

Y qué decir de los editores, particularmente los centroamericanos. Con magros presupuestos hacen milagros, eso sí, sin conejos ni chisteras. Se las arreglan para que sus catálogos, año con año, cuenten con novedades y reediciones. Ellos son la bisagra entre el creador y el lector. Además, el editor va y viene de feria en feria, como si fueran aquellos viejos marchantes que deambulaban de pueblo en pueblo.

Por ello, organizar la Feria del Libro en Guatemala es un esfuerzo monumental. Con escasos apoyos del Estado y privados, cada año un grupo de personas trabaja incansablemente para que miles de personas disfruten de ese universo cálido y misterioso. Nadie se percata de lo que ocurre detrás de ese empeño, el cual comienza desde el día en que esos “raros” empiezan a escribir y luego atosigan al editor para ver su obra publicada. Y ese es el primer paso de un largo camino que deberá recorrer el libro, porque además del apostolado de los editores, también está el de los libreros.

Durante décadas he sido lector, escritor y editor. He conocido grandes editores, desde Joaquín Díez-Canedo, a Carlos López, en México, el infatigable Raúl Figueroa Sarti al exquisito JL Perdomo Orellana. En fin, muchísimos nombres abonando en la terca esperanza de redimirnos con la palabra. Como sea, Vladimir Holan, refiriéndose a los poetas escribe: “El más sincero de ellos, el más incógnito, sereno, enamorado, no nos impone nada: ni verdad ni consuelo ni desprecio”. Lo que sí, es su belleza desbordada, tan útil para sacar (como proponía Octavio Paz) su sillita al sol. Sea, pues, bienvenida esta fiesta, la fiesta de la palabra y la perseverancia.

Fuente: [http://www.s21.gt/2016/06/la-fiesta/]

Narrativa y Ensayo publica este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

Gerardo Guinea Diez
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