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El caso de Lida Sal

Mario Roberto Morales (*)

El carácter de este libro

El espejo de Lida Sal constituye un muestreo de las posibilidades de la leyenda y el relato prodigioso como formas favoritas de Miguel Ángel Asturias para construir una identidad imaginaria, basada en la articulación de las diferencias culturales que conviven conflictivamente en América Latina y, por supuesto, en Guatemala.

En El espejo de Lida Sal, el mismo principio organizador de las Leyendas de Guatemala vuelve a operar en el “Pórtico”, en donde nuestro autor cuenta de nuevo, sintetizada, la historia mestiza de su país, su ensamblaje de yuxtaposiciones y anexiones que busca la síntesis, la articulación de sus diferencias étnicas, la interculturalidad equilibrada como eje de su sujeto y su identidad, pero que se topa con un orden injusto que Asturias concibe como un rigor de muerte:

Y desde entonces todo yuxtapuesto. Sobre pirámides, pirámides. Sobre divinidades esculpidas, duchas de jeroglíficos. El arte de volver la piedra, vapor de sueño. Todo yuxtapuesto. El idioma. La cadencia. Constancia de crecimiento mineral. El ojo no acostumbrado se equivoca. Hay un rigor de muerte debajo de tanta cosa viva.

La gran diferencia con las Leyendas de Guatemala es que, ahora, la voz que narra se sitúa fuera del sujeto que el autor construye, en vez de hablar “desde dentro” de ese sujeto cantante. Por ejemplo, cuando se refiere a los indígenas, su perspectiva es de ajenidad, quizás porque en su madurez Asturias se asumió plenamente como un mestizo “ladino”:

Los indios de Guatemala son como piezas de imaginería, bordados, esculpidos, pintados, recamados, mayas sobrevivientes de soles pretéritos, no de este sol en movimiento. Van y vienen por los caminos de Guatemala, con no se sabe qué de inmortales. Son inmortales en el sentido de que uno sustituye a otro en el tablero del mercado. Enjambres de palabras volanderas como abejas, en el trato. Frutas que prolongan su colorido en lo fastuoso de los trajes de las mujeres. Prisa, ninguna. El tiempo es de ellos. Meten y sacan las manos, en la oferta, de volcanes de granos dorados, de nubes de tamarindos fragantes, de noches de pimientas redondas y de las redondas condecoraciones del chocolate en tablillas, así como de las trementinas y hojas medicinales. Y de vuelta a los caminos, altos y ceremoniosos, dueños desposeídos que esperan el regreso del fuego verde.

Pero el sueño, la imaginación, sigue siendo el lugar asturiano irrenunciable en el que ocurre el mestizaje cultural interétnico y las identidades interculturalizadas. El sueño constituye, para nuestro autor, la conciencia real de sí y de los suyos: la única manera de “estar despierto”, pues está conciente de que sólo en el espacio de la imaginación política se puede construir a sí mismo como sujeto mestizo y ofrecerse como espejo para los demás. Por eso, “comerse el sueño” equivale a volver a ver atrás y convertirse en tierra (o en sal, como la mujer de Lot):

…Yo sé que se vuelven tierra los que se comen el sueño…

Oírlo me dejó apabullado. Yo me comía el sueño. Completamente apabullado. No es necesario explicarlo. Me comía el sueño y me iba sintiendo… ¿Cómo hacer?… ¿Me volvería tierra?… ¿Cómo hacer para dejar de alimentar con mi sueño, despierto entre los míos, cuando todos dormían, mi irrealidad nocturna, que era lo único real de mi existencia?
Echando mano de historias fabulosas, como las de la Biblia judeocristiana y otras biblias, como el Popol Vuh, nuestro autor inventa leyendas, ya no sólo las vuelve a contar, reciclando así la tradición como práctica artística individual.

La identidad interculturalizada, que en El espejo de Lida Sal trasciende la dicotomía indio-ladino y explora espacios de la mulatez así como de hibridaciones nuevas, emblematizadas no sólo en el traje de “perfectante” que viste Lida Sal sino en el carácter de “usurpación” que reviste su uso por esta mulata que desafía la estructura clasista y la división sexista tradicionales, es el personaje principal de las historias que conforman este libro:

…Mañana tendrás aquí el vestido de ‘Perfectante’ que lucirá Felipito en la fiesta.

—Y qué debo hacer…

—Hija, dormir con el vestido bastantes noches para que lo dejés impregnado de tu magia, cuando uno duerme se vuelve mágico, y que así al ponérselo él para la fiesta, sienta el encantamiento, y te busque, y ya no pueda vivir sin verte.

Acto seguido, será el espejo la constante que emitirá y negará la identidad interétnica, mataforizado en el agua ante la que sucumbe el propio narcisismo de la mulata Lida Sal, quien, en un juego de travestimiento identitario, se funde con su propia imagen inventada (sujeto real y sujeto construido no se diferencian) al ser tragada por el lago. La entrega al “otro” —representado no sólo por el hombre amado sino por la imagen de su cuerpo vestido con elementos culturales hibridizados— es total, y esta totalidad implica la negación de sí misma para fundirse en (con) la otredad, la cual actúa como el objeto deseo que sustituye su propia identidad. Se trata de una entrega en la que ella se pierde en su imagen construida, en su identidad pretendidamente negociada, transfigurada:

Ya estaba, ya estaba sobre una roca de basalto contemplándose en el agua.

¿Qué mejor espejo?

Deslizó un pie hacia el extremo para recrearse en el vestido que llevaba, lentejuelas, abalorios, piedras luminosas, galones, flecos y cordones de oro y luego el otro pie para verse mejor y ya no se detuvo, dio su cuerpo contra su imagen, choque del que no quedó ni su imagen ni su cuerpo.

Pareciera que Asturias opta antes por la muerte que por la locura que implica la asunción y obtención plenas del objeto de deseo por parte del sujeto cuya interculturalidad es constitutiva de sí (ya que en sus prácticas se articulan las diferencias que lo constituyen), pero para quien la asunción plena y pública de su mestizaje todavía no es posible debido a que todos “están dormidos” y sólo el-ella está despierto(a) porque sueña y se sueña. La descripción que Asturias hace del traje de “perfectante” emblematiza la juntura descoyuntada de los elementos que conformarían un mestizaje que aún no cuaja:

No había disfraz más vistoso que el traje de ‘Perfectante’. Calzón de Guardia Suizo, peto de arcángel, chaquetilla torera. Botas, galones, flecos dorados, abotonaduras y cordones de otro, colores firmes y tornasolados, lentejuelas, abalorios, pedazos de cristal con destellos de piedras preciosas.

Para Asturias, esta identidad pretendida y falsa se paga muy caro: con la identificación de imagen y espejo, que es la muerte de la imagen y de la persona. Cómo no pensar, al contemplar este pastiche, en la metáfora de Martí, en su ensayo “Nuestra América”, cuando expresa los elementos inconexos de un mestizaje que todavía no tiene una identidad propia, diciendo:

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de su indignación, contra las ciudades desdeñosas, contra su criatura. Éramos charreteras y togas en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio, en ir haciendo lado al negro suficiente, en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.

Este genio fue el que construyó Asturias ubicando los márgenes sociales en el centro de la literatura, desde las Leyendas de Guatemala hasta El espejo de Lida Sal, volviendo a contar leyendas sabidas e inventando otras no sabidas, construyendo personajes mestizos y heroicos como Cuero de Oro, y trágicos como Lida Sal. Esta práctica de contador, recreador e inventor de historia fabulosas lo hace plantear, también en esta réplica de las Leyendas, los ejes de su propuesta estética y política, consistente en que la articulación, y no la separación, de las diferencias culturales debe ser el eje de la identidad en sociedades multiculturales como la guatemalteca. Esta propuesta empieza, como se ha reiterado, con Leyendas de Guatemala, sigue con Hombres de maíz, culmina en Mulata de Tal y cierra su ciclo con el libro que el lector tiene en las manos.

Las leyendas que constituyen el volumen

En “Juan Girador”, Asturias se vale de las claves de los relatos de origen para contar una historia que recrea una tradición, la del Palo Volador, por medio de la cual cuenta otra historia que “explica” el porqué mágico del movimiento de las estrellas, y esto lo hace echando mano del Popol Vuh y de varios elementos de los mitos de la fertilidad. En “Quincajú”, evoca los viajes iniciáticos de los héroes culturales que buscan conocer ámbitos prohibidos, como Xibalbá, por ejemplo, y rescatarse a sí mismos, igual que Kukulkán. Junto a estas preocupaciones, Asturias también expresa conflictos más relacionados con su condición de artista vanguardista. Por ejemplo, en la “Leyenda de las tablillas que cantan”, construye una metáfora del artista frente al poder, y de las obsesiones estéticas de las vanguardias artísticas relativas a la tensión entre la apropiación de lo popular y los planteos innovadores de las nuevas estéticas, cuestión que en Asturias da lugar a su síntesis literaria: surrealismo-realismo mágico, de todo lo cual Lida Sal es ejemplo elocuente como contrapartida “exteriorista” de las Leyendas.

En la “Leyenda de la máscara de cristal”, tanto el objeto-máscara como la materia de que está hecha (cristal de cuarzo) aluden a la posibilidad de la transparencia, la cual, por ser atributo de una máscara, despoja a ésta de la función que tradicionalmente cumple: la de falsear la identidad. Esta imagen expresa la posibilidad —quizá utópica— de construir una identidad que no oculte la naturaleza del individuo. Sin embargo, los “yoes” creados por este individuo se rebelan ante esta posibilidad pues atentan contra su existencia como identidades múltiples y negociables. Se trata de otra metáfora, pesimista, como casi todo en Asturias, del mestizaje intercultural conflictivo y del artista como forjador de identidades.

En la “Leyenda de la campana difunta”, el haber invertido sus propias pupilas en la hechura de la campana al echarlas en el crisol, hacen que la monja conversa se niegue a sí misma. El precio es la mudez, la ausencia de sonido, de voz propia. En otras palabras, las diferencias deben permanecer vigentes para poder articularse; no se pueden echar en un crisol para licuarse porque eso niega la especificidad que, al articularse con otras especificidades, origina el mestizaje intercultural que Asturias soñaba como forma conciente y asumida de nuestra identidad.

Finalmente, en la “Leyenda de Matachines”, la invención de nombres de personas y lugares empleando exactamente las mismas letras, simboliza la unidad de lo diverso y el carácter andrógino y transfigurativo de las deidades precolombinas, como base de lo que algún día será (según el sueño de Asturias) la conciencia orgullosa de nuestra identidad asumidamente mestiza e intercultural. En esta historia, los personajes van en la ruta de alcanzar su camino hacia la plenitud de un ser equilibrado en sus distintos componentes, como Kukulkán, el héroe originario precolombino, quien sin duda constituye para nuestro autor el ideal ético y la piedra angular de la identidad latinoamericana.

El espejo de Lida Sal es, pues, un ejercicio más de la forma literaria preferida de Asturias: la leyenda. Un ejercicio en el que el planteamiento del mestizaje intercultural como eje de nuestras identidades encuentra formulación clara y madura. Este libro debe entonces leerse en las claves de los mestizajes diferenciados, de las hibridaciones “caóticas” y de la interculturalidad conflictiva, es decir, de aquella en la que los individuos mestizos aún no asumen plena y orgullosamente su mestizaje cultural, y en la que la democratización del ejercicio de todas las diferencia étnicas se ofrece como condición básica para alcanzar una convivencia respetuosa que haga de nuestra rica diversidad el eje de nuestra indisoluble unidad.

(*) Periodista, novelista, ensayista, académico, crítico y escritor guatemalteco.

Fuente: [http://lahora.gt/caso-lida-sal/]

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Mario Roberto Morales
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