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La mentira del destino y las verdades de la praxis. Al Grupo Intergeneracional en su tercer aniversario.

La ilusión de que decidimos lo que hacemos es la mentira más pertinaz con la que nos engañamos durante toda nuestra vida, al extremo de repetírnosla en el momento mismo de la muerte. Se trata de la noción del libre albedrío como un atributo mecánico (y no como una capacidad que debemos forjar), la cual parte del falso supuesto de que la libertad de conciencia es algo dado que no necesita desarrollarse. Esta noción no toma en cuenta ni al inconsciente ni a la presión social como marcapasos de nuestras convicciones y conductas. De aquí que creer que decidimos per se con libertad es soñar con que vivimos fuera de todo condicionamiento y que la capacidad crítica es algo inmanente que no hay que cultivar con deliberado esfuerzo y disciplina.

Otra de las grandes mentiras en torno a las cuales gira la vida ilusoria de buena parte de la humanidad es la de tener un destino. Una misión inamovible en la vida. Un derrotero del cual no podemos desviarnos so pena de perdernos en la condenación, como en las tragedias griegas. Según esta idea, a pesar del esfuerzo por comprender el sentido de la existencia y por forjarnos una trayectoria a partir del entendimiento crítico de nuestra circunstancia concreta, el destino se nos impondrá fatal e ineluctable.

Estas dos mentiras son fuente de perenne infelicidad para millones de personas “comprometidas” con “causas nobles” de todo orden, pues su energía vital se inmola inútil y pertinazmente en el altar del angustiado ego “escogido”. Y no importa si esa fatalidad es gloriosa o infausta, pues la gloria y la tragedia forman parte del mismo melodrama con el que los “predestinados” –tozudamente– “deciden” disfrazar sus asustadas existencias.

Dice Cioran que “Los días no adquieren sabor hasta que uno escapa a la obligación de tener un destino”. Es decir, hasta que uno renuncia a la egolatría de la predestinación y se asume como uno entre otros de una especie que –como todas las especies– se mueve con los vaivenes de la historia. El aforismo de Cioran brota del sentido crítico asumido en la práctica, el cual nos indica que la única libertad de decisión posible empieza con la renuncia a aquellas mentiras, y que esta libertad se expresa en la dicha que les es dable a los humanos: la de gozar el sabor de sus días.

Pero renunciar al destino no implica carecer de motivaciones, metas y práctica social. Pues la renuncia a la predestinación coloca la vida en nuestras manos, lo cual conlleva el reto de comprender críticamente el sentido que puedan tener los condicionamientos al ritmo de los cuales tomamos decisiones, influidas por ellos. No es sino al distanciarnos de los condicionamientos –para poder verlos con la criticidad necesaria– cuando se nos revela lo que nos es posible realizar en la práctica con nuestras vidas. Este es el camino de la autoconstrucción, y nada tiene que ver con estar predestinados.

Un ejemplo: las juventudes indignadas con el neoliberalismo global que ahora encienden la dormida conciencia de los aletargados hijos del “fin de la historia”, no se consideran predestinadas. Su acción arranca de la capacidad crítica para hacer “el análisis concreto de la situación concreta” a fin de actuar acorde a sus resultados. A esta confluencia entre teoría y práctica, que surge del conocimiento crítico de lo concreto y que por ello cambia el rumbo de la historia, se le llama praxis. Y es la única decisión que le da sabor a nuestros días. No la falsa indignación pasiva de los biempensantes conservadores “predestinados”.

Mario Roberto Morales
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