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Anormalidades

Gerardo Guinea Diez

El friso de rostros y consignas que se forman en las manifestaciones en distintas plazas del país, son la representación estremecedora de una realidad insoldable. En alguna ocasión, Edelberto Torres-Rivas definió a Guatemala como un país de cinco pisos, sin elevadores ni escaleras. Una suerte de sálvese quien pueda y solo los que tienen más musculatura logran librarse de ese, para nada esperanzador, destino. En ese sentido, lo anormal se volvió la regla. La poca interiorización de la norma rige nuestras vidas. Hecha la ley, hecha la trampa, reza el dicho. Esa trasposición de sentido, es el instrumento de cambio para que pululen deslealtades, rompimientos de pactos, violación a las leyes, el escamoteo de responsabilidades y la corrupción.

Si bien, el movimiento ciudadano exige no solo la renuncia del presidente, sino amplias reformas en materia electoral y de partidos políticos para que las elecciones se realicen con nuevas reglas, la Guatemala profunda es la que lleva la peor parte en esta puesta en escena. Borges dijo que todo amanecer nos finge un comienzo. Y esa condición pasa por pensar un nuevo diseño de país.

La urgencia de reformas es innegable y muchos sectores están hartos de esa épica de los políticos, capaces de decir algo nuevo todos los días. Pero hay cifras que obligan a husmear en esa realidad que de tan defectuosa deviene en nuestro referente de normalidad.

Pero, qué es lo que yace entre todas esas anormalidades. Yace una riqueza informativa que se nos sirve en crudo, porque esta habla de vidas no contadas, de tragedias incomprensibles. Las estadísticas carecen de argucia retórica. Retratan un país en un pantano. Y ese adjetivo no tiene nada de literario.

Desde hace años, más de 250 mil guatemaltecos intentan migrar cada año en las peores condiciones de seguridad. Es como si se vaciara de pronto una cuidad mediana de provincia. Entre 2013 y 2014, alrededor de 60 mil niños marcharon, de los cuales, un altísimo porcentaje eran guatemaltecos. Al menos en la última década, han asesinado a un poco más de 65 mil ciudadanos. El asesinato de choferes del transporte público es una tragedia no menos dolorosa.

Según el Inacif, en 2014 un niño o adolescente murió cada 16 horas. A ello hay que sumarle las más de 7 mil mujeres asesinadas y los 9 mil ancianos que, según reporta Plaza Pública, murieron de desnutrición en un año. Cepal estima que la pobreza multidimensional asciende a 70.3 por ciento y los pobres crónicos alcanzan el 50 por ciento, como lo establece el Banco Mundial. El INE reporta que tan solo en Alta Verapaz, la pobreza es de 89.6 por ciento y en Sololá, 84.5 por ciento. Ese es el edificio que metaforiza Torres-Rivas, donde aún se pagan 20 quetzales por una jornada de trabajo en algunas regiones.

Esa es la normalidad que es necesario repensar. Más allá de los cambios políticos exigidos, debemos abrirnos a otros significados, al menos aquellos que nos lleven a tener una vida digna y decente.

 Desde hace años, más de 250 mil guatemaltecos intentan migrar cada año en las peores condiciones de seguridad. Es como si se vaciara de pronto una cuidad mediana de provincia. Entre 2013 y 2014, alrededor de 60 mil niños marcharon, de los cuales, un altísimo porcentaje eran guatemaltecos. Al menos en la última década, han asesinado a un poco más de 65 mil ciudadanos. El asesinato de choferes del transporte público es una tragedia no menos dolorosa.

Gerardo Guinea Diez
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