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Una agonía esperada

Gerardo Guinea Diez
gguinea10@gmail.com

El sistema político agoniza, aunque no del todo. Las multitudinarias protestas a lo largo y ancho del país son el colofón de los sueños de cambio y democracia. Desde 1985, Guatemala experimenta un extraño fenómeno: la vieja sociedad que no termina de morir y la nueva que no termina de nacer; como un mundo desvaneciéndose y otro que se niega a ser nombrado. Pero ese dilema, al parecer, empezó a disiparse desde abril, al romperse la inercia que facilitó una serie de perversidades de todo calibre.

Sin embargo, algunos empiezan a revisitar con la peor de las ortodoxias una idea que desacredita la función del Estado, sin entender que este es el factor que permite el adecuado funcionamiento de la democracia, y por lo mismo, del mercado. Es decir, el Estado es el ente jurídico y político que allana el funcionamiento de la democracia en varias direcciones: como elemento cohesionador de la nación; como garante de las inversiones; como el gran árbitro de los diferendos entre particulares; como facilitador del desarrollo social, cultural y económico.

Por ello, el debate mercado versus Estado es falso. Nada más ideológico que esa disyuntiva. El surgimiento del mercado es un hecho civilizatorio desde los albores de la humanidad. Basta con asistir a los mercados de los pueblos o los cantonales para comprobar cómo en esos lugares se tejen múltiples y complejas relaciones que van más allá del intercambio y compra de mercancías. Son espacios de construcción de pertenencia, de riquísimas elaboraciones y reelaboraciones culturales.

Seguir en esa postura es entrar en la ruta de la fabulación donde se continuarán amañando ideas, posiciones y argumentos sostenidos desde las viejas supersticiones ideológicas. Lo que exige la ciudadanía en las plazas del país es que se respete el Estado de derecho, reglas claras, fin de la impunidad y los privilegios, anteponer el interés nacional a los intereses de grupos o sectoriales.

En el fondo de los mensajes escritos en las pancartas está la aspiración por una ética fundacional, amparada en una moral colectiva, solidaria y responsable, que destierre las desteñidas mañas de la marrullería y el miedo a la pasión crítica.

Pero hay un tema que deberá incluirse una vez lograda la reforma política: los escandalosos índices de desarrollo humano. Guatemala se encuentra en el puesto 119 de un total de 189 países evaluados. Más de la mitad de la población (57%) es pobre y más de un cuarto (27%) es extremadamente pobre. Según el Banco Mundial, en casi la mitad de los municipios rurales en Guatemala (44%), la mayoría de su población (más del 75%) vive en pobreza, según los resultados del Mapa de Pobreza Rural 2011. Unicef sostiene que cuatro de cada diez niños y niñas (43.4%) menores de cinco años presenta desnutrición crónica. La desnutrición crónica afecta a ocho de cada diez (80%) de los niños y las niñas indígenas. He ahí el dilema que desnuda la fragilidad de la existencia en el país.

Lo que exige la ciudadanía en las plazas del país es que se respete el Estado de derecho, reglas claras, fin de la impunidad y los privilegios, anteponer el interés nacional a los intereses de grupos o sectoriales.

Gerardo Guinea Diez
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