Carlos López
No vivas dando tantas explicaciones: tus amigos
no las necesitan, tus enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden.
Oscar Wilde
Un burro puede fingir ser un caballo, pero tarde o temprano rebuzna.
La gente tiene cosas hermosas que hablar de ti, sólo están esperando que te mueras.
Un día antes de que el Comité de Desarrollo Campesino (Codeca) iniciara un paro nacional en Guatemala para protestar, entre otras cosas, contra la corrupción gubernamental, el estado de sitio en el Estor, la persecución y encarcelamiento de líderes y defensores de los derechos humanos y el aumento del gas, la electricidad y los combustibles, Virgilio Álvarez —el hermano cómodo del genocida Donaldo Álvarez, actual prófugo de la justicia, acusado de miles de muertes de gente inocente durante la dictadura de Fernando Romeo Lucas García— publicó un artículo donde ataca a uno de los teóricos más relevantes del movimiento popular más fuerte y organizado del país. No es coincidencia que desde antes de ese 15 de noviembre, día de lucha y de enfrentamientos contra los aparatos represivos del gobierno de Alejandro Giammattei, Álvarez lanzara su diatriba contra Mario Roberto Morales (MRM). Para hacerlo utilizó la Gazeta, de la que es director ejecutivo, desde el reino de Suecia, cuya capital aportó al mundo el síndrome de Estocolmo. (Bien haría este reino en evaluar los patrocinios que brinda. Los resentidos atrincherados en reivindicaciones imaginarias son demasiados.)
El súbdito sueco empieza mal su artículo, pues habla del culto a la personalidad de un sujeto al que no enuncia en su primer párrafo; sólo habla de «la muerte de un famoso». El lector tiene que deducir que ese famoso es Mario Roberto Morales (Álvarez) —el indecente Álvarez agrega el segundo apellido del finado—, motivo de ataques del gacetillero. Cualquier columnista sabe en cualquier parte del mundo que a un escritor se le cita con el nombre con que firma sus libros. Nada más. Poner nombres y apellidos de más confunde al lector. Por eso, por ejemplo, a Octavio Paz no se le agrega el segundo nombre (Irineo) ni el apellido materno (Lozano). Álvarez lo hace de mala fe, para decir que no es pariente de MRM y qué bueno —pues la familia del escritor es honrada— y para manifestar su extrañeza porque no sabe quién le dio clases; es decir, se mete hasta en esas minucias de MRM, quien por cierto a todos trataba de maestros; hasta en eso era humilde y democrático.
No investigó el sedicente periodista el currículum escolar del poeta, pero sí sus actividades como docente. Se mete en su vida privada y en una enfermedad que no nombra, el alcoholismo, que superó en Alcohólicos Anónimos. MRM trabajó con responsabilidad y sin desatender sus obligaciones en el Centro Universitario de Alta Verapaz. La infamia que profiere el gacetillero (de manera imprecisa, sin citar sus fuentes) no hace mella en la integridad del difunto. ¿En nombre de quién habla Álvarez cuando usa el plural al referirse a las deudas de MRM? Le reprocha haber trabajado en la Universidad de San Carlos (sin mencionarla por su nombre) y se olvida de que la etimología de universidad es universo, universal; en ella confluyen todas las formas de pensamiento. Se trabaja por necesidad, se vende la fuerza de trabajo, no la conciencia. En los hechos, MRM demostró su conducta crítica con los problemas más acuciantes del contexto que le tocó vivir. Antes de ser funcionario por breve tiempo en la Usac, el escritor anduvo buscando trabajo en todas partes, hasta en México. Siempre se ganó el pan con honestidad, con trabajo. Por eso no lo querían los oenegeneros que viven de la caridad internacional, los mendigos de las sobras de los mafiosos que lavan dinero a través de fundaciones con fachada de filantropía.
El redactor en mención brinca de un asunto a otro sin coherencia ni orden lógico. De pronto se convierte de investigador de chismes en crítico literario, con tan mala fortuna que nada más evidencia ser un alfabetizado que lee, pero no entiende. MRM habló hasta la saciedad sobre Matemos a Asturias, el manifiesto colectivo que le encargaron redactar en 1972 sus compañeros de bohemia, y por el que recibió críticas de parte de los más cerrados e ignorantes que no entendieron (siguen sin entender) que la propuesta era simple: no imitar a Miguel Ángel Asturias, para encontrar una voz propia, original, de creación. La ignorancia manifestada y el sesgo que le da Álvarez a esta propuesta estética es descomunal: no se necesita mucha lucidez para entender que lo que pretendía ese grupo no era rivalizar con nuestro máximo escritor. Álvarez sí pone a competir a los escritores (como si de una carrera de caballos se tratara) y, al revés de lo que dice el documento, llega a la ignominia de afirmar que eso «pudo haber afectado el desarrollo de las letras en Guatemala».
El 16 de septiembre de 2021, la Fundación Miguel Ángel Asturias emitió una nota necrológica donde lamenta la muerte de MRM, uno de sus fundadores. La admiración y respeto que éste sentía por nuestro Premio Nobel de Literatura 1967 se lee en los diversos ensayos que escribió sobre sobre su obra. Los más relevantes son el homenaje que la Real Academia Española hizo a Asturias con la edición conmemorativa de El señor presidente y en la monumental edición de Cuentos y leyendas, en la Colección Archivos iniciada por Asturias. La afirmación del súbito crítico literario de que «la literatura de Morales Álvarez no supera para nada a la de Asturias» no tiene pies ni cabeza. Sólo en una mente desquiciada puede caber tal despropósito. También la defensa que hasta ahora hace Álvarez de Rigoberta Menchú, como si la Premio Nobel de la Paz necesitara panegiristas a sueldo para exponer sus desacuerdos con sus críticos. Qué afán paternalista enfermizo de quienes no reconocen la mayoría de edad a los indígenas del país, de los que se creen los mesías que deben hablar en su nombre y de redimirlos de cualquier crítica.
Otra vez brinca el de pronto crítico social a otro asunto sin pies ni cabeza, que lo delata en su doble moral y desfachatez intelectual. ¿No fue la organización en la que militaba Álvarez la más crítica del movimiento insurreccional armado, la que se decía dueña de la verdad y la que tachaba de enfermos a quienes no simpatizaban con sus posturas divisionistas, diversionistas, arribistas? ¿Es sólo falta de memoria o vergüenza de reconocer su oportunismo? Dice el calumnista Álvarez que MRM les quedó a deber (el mesiánico sigue hablando en plural) «una crítica directa, clara y objetiva a la inmisericorde represión que en el campo y la ciudad se vivió en aquellos años» (no dice cuáles, así de vago es). ¿Se refiere a la represión comandada por su hermano, en ese entonces ministro de Gobernación de uno de los regímenes más sanguinarios de Guatemala? La infamia para mentir de parte de este opinólogo no tiene límites. Su afán descalificatorio tampoco.
De nuevo salta de manera nebulosa, con insidia, y de pronto se pone a defender a Arturo Arias. Dice el triste crítico-defensor literario que «tristemente [sic] Mario Roberto nos quedó a deber algún intento por excusar las agresiones proferidas contra su colega». Todo le duele a este retardado pergeñador de mentiras. En otro salto inaudito de tema, le reprocha a MRM «su sorna y burla contra todo lo que le parecía “rosa-lila”». El ideólogo de este movimiento, reprochador tardío de deudas colectivas imaginarias, cansa con tanto reclamo pueril. Al vengador de la pluma ligera sólo le faltó reclamarle al difunto por qué calzaba grande. Ninguna horma le queda, ningún zapato le entra.
Álvarez desbarra al final de su insidiosa columna con esta afirmación contradictoria, sacada de la manga: «Morales Álvarez dejó una obra literaria significativa, que si bien no consiguió enterrar a Asturias, y ni siquiera igualar el aporte transformador de la obra de Marco Antonio Flores o la profundidad de Dante Liano, es de tomarse en cuenta para entender el desarrollo de la literatura guatemalteca en el final del siglo XX». Zas. Qué oximorónico se pone el de nuevo crítico literario, que afirma sin pudor que él «sí es un lector de casi toda la producción» de MRM y hace una invitación «a sus seguidores a analizarla en el entrelíneas, en las metáforas sociales que en su obra de ficción se encuentran, pues ello permite entender un poco más los alcances y limitaciones de la visión política y social del escritor». Le faltó agregar: «Matemos a Mario Roberto».
De las faltas de ortografía, puntuación y sintaxis del director ejecutivo de la Gazeta, que tiene más miembros en su consejo editorial que lectores, mejor no hablar. El analista, crítico literario, opinólogo, dictador de cánones estéticos, censor e incitador de causas descabelladas pierde el color y la compostura. Hasta para ser engañabobos se necesita estilo.
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