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La médula del torbellino

Gerardo Guinea Diez

Varios factores jugaron un papel crucial para el desencadenamiento del tsunami de indignación ciudadana. El trabajo de la investigación de la Cicig, la postura del Gobierno estadounidense, el hartazgo ante hechos de corrupción y la ceguera de la clase política, entre otros. No obstante, a diferencia de 1993, donde la sociedad civil apenas empezaba a tener protagonismo y aún no se firmaba la paz, esta crisis posee más calado, por su triplicidad en lo imaginario, lo simbólico y lo real. En relación con lo primero, es fruto de largos procesos de maduración ciudadana, que ahora salen a luz con pujanza inusitada; lo simbólico porque atravesó la sociedad y representa un nuevo capital político y en lo real, en la medida que trastocó no sólo la gobernabilidad, sino los escenarios electorales. En pocas palabras, la evidente voluntad de cambiar las reglas del juego para darle espacio a nuevos actores.

Más allá de la forma como se dilucide esta crisis y las salidas que la sociedad y las instituciones encuentren, ya nada volverá a ser lo mismo por la demanda concomitante de recuperar la esencia de una democracia para todos y de inscribir nuevas reglas de participación. Como sea, las marchas se convirtieron en un principio ordenador de la reforma que requiere el país.

Si bien el movimiento de protesta fue y es espontáneo, quizá sus orígenes no lo sean. En los últimos veinte años ocurrieron varios hechos que transformaron al país. Vale mencionar algunos, para escudriñar en el fondo, la verdadera naturaleza de esta explosión ciudadana. Beckett sostenía que había que retirarse de la nulidad de los fenómenos periféricos para encontrar la médula del torbellino.

Así, se pueden mencionar cinco hechos claves que explican la naturaleza de los acontecimientos recientes. La revolución de los derechos humanos, que a pesar de sus detractores, implantó una cultura contraria a la práctica repetida de represión gubernamental contra los opositores políticos. La libertad de prensa y de pensamiento, que ha jugado un papel determinante en la libre circulación de ideas y posturas.

Asimismo, la irrupción de los pueblos indígenas en todos los ámbitos de la vida nacional, aportando desde sus culturas, no sólo sus reivindicaciones históricas, sino reelaborando la riquísima espiritualidad que los arropa. El hecho de saberse un país plurilingüe y multicultural resultó importante en el imaginario colectivo y en zanjar ese antiguo conflicto con la “otredad”. También asoman viejas y nuevas resistencias que nunca cejaron en sus empeños ante la criminalización de sus exigencias. Por último, la maduración de dos generaciones que ya no vivieron el conflicto y las dictaduras.

La suma de esos factores viabilizó la presencia de una juventud crítica, bien informada, que sabe lo que quiere y aspira. Que se decanta por una modernidad para todos y en su rigurosa espontaneidad, experimenta de manera auténtica un rumbo por seguir. He allí donde está la médula de este torbellino.

Más allá de la forma como se dilucide esta crisis y las salidas que la sociedad y las instituciones encuentren, ya nada volverá a ser lo mismo por la demanda concomitante de recuperar la esencia de una democracia para todos y de inscribir nuevas reglas de participación.

Gerardo Guinea Diez
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