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Jaime Barrios Carrillo

“Una grande y triste pérdida para el medio intelectual del país: Mario Roberto Morales, escritor, académico,
periodista y polemista brillante, amigo entrañable y compañero de generación, nos ha dejado”.
Luis Eduardo Rivera

Se cumplieron dos meses del sentido deceso de Mario Roberto Morales, mi colega columnista en elPeriódico. Sin duda tenía muchos años productivos por delante. Se trata de una obra versátil y consistente: narrativa, poesía, ensayo, investigación académica, estudios latinoamericanos y geopolítica. En el periodismo fue incansable creador de opinión y genuino polemista.

En el momento de su partida era coordinador de la Comisión Conmemorativa del Bicentenario de la Independencia de la San Carlos. Morales insistió siempre que no había nada que celebrar en una nación inconclusa, pero que sería una irresponsabilidad cognitiva ignorar el suceso histórico, se trataba de una conmemoración crítica. La que se realizó en compañía de Edgar Barillas y otros académicos. Fui invitado a participar como ponente en varios de los conversatorios organizados por la comisión, uno sobre Independencia y Periodismo.

Hablar de la vida y obra de Mario Roberto Morales daría para muchas páginas y reflexiones. Cultivó varios géneros teniendo un hilo conductor en su obra y vida: la inclaudicable certidumbre de luchar por la emancipación de las mayorías en Guatemala. Convencido de la necesidad del cambio social participó en la insurrección de finales de los setentas y principios de los ochentas. Asimismo, al fracasar la lucha guerrillera fue crítico y autocrítico incisivo de la misma, del autoritarismo mostrado, del sectarismo de camarillas y del hegemonismo triunfalista y antiarticulador. Sus textos al incorporarse a la vida civil en la década de los noventas no podían menos que causar debate y polémica. Desde 1992 fue columnista en los principales matutinos guatemaltecos: Prensa Libre, el malogrado Siglo Veintiuno y elPeriódico, en ese orden cronológico.

Se propuso fomentar el pensamiento crítico, no la fácil imitación ni las posiciones complacientes. Era un deconstructor de sofismas. Por ejemplo su irónica referencia al dogma neoliberal del absurdo e inhumano egoísmo racional: “Ayn Rand, señora que padeció de incontinencia escritural, por lo que perpetró dos abultadas novelas y otros textos doctrinales que –Jehová es grande– duermen el sueño plomizo de la mala literatura”.

Se atrevía a dudar frente a todo credo. De ahí que nunca hayan faltado detractores afectados por la pluma y las ideas de Mario Roberto. Por su actitud cuestionante en el sentido que él mismo deseaba ser: el crítico permanente y consecuente que no hacía concesiones políticamente correctas ni facilonas. No creía poseer la verdad absoluta empero tuvo una total entrega a sus ideas y convicciones. No era convencional sino controversial, algo no frecuente en un medio forjado en rígidos esquemas de dogmas y sectarismos, religiosos y políticos. Y a Mario Roberto le calzaba bien el papel de romper esquemas, de debatir las corrientes absolutistas, de asumir un pensamiento crítico genuino a pesar de la intolerancia que reina en Guatemala.

Viajó mucho por el mundo residiendo en diferentes países. A causa del exilio primero y después por estudios superiores, doctorándose en la Universidad de Pittsburgh. Fue catedrático de la cátedra de Geopolítica y Análisis Estratégico en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos, director de la Maestría en Estudios Culturales Latinoamericanos de FLACSO y asimismo coordinador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la misma San Carlos. Y donde estuvo marcó la diferencia, siendo académico consagrado en varias universidades de América Latina, España y Estados Unidos. Su tesis doctoral explora la problemática social y cultural de Guatemala como nación. Se trata de un urgente análisis histórico que toca la viabilidad misma del país desde una visión estructural que comprende el análisis histórico y crítico de los grandes sectores étnicos de Guatemala, en el marco de la articulación de las diferencias y el mestizaje cultural.

Por la totalidad de su obra literaria le fue concedido en 2007 el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. Otras distinciones fueron el doctorado honoris causa concedido por la Universidad Nacional de San Carlos en el año 2017 y la incorporación como miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la Academia Española, en el año 2007.

Como novelista tuvo galardones internacionales como el Premio Centroamericano y del Caribe de Novela, otorgado en 1971 a su novela Obraje. Asimismo el Premio Único Centroamericano de Novela de la Dirección General de Cultura y Bellas Artes de Guatemala por la novela Los demonios salvajes (1977) y el Premio Latinoamericano de Novela EDUCA en Costa Rica, con la novela El esplendor de la pirámide (1986).

El célebre crítico norteamericano Seymour Menton clasifica la novela Los demonios salvajes dentro de lo que llama la nueva novela guatemalteca y ven en esta obra rasgos vanguardistas que rezuman ecos del boom y que el norteamericano define como “un protagonista colectivo, una estructura fragmentaria y una obsesión por la experimentación con el lenguaje coloquial”. Este crítico menciona especialmente el capítulo «David o como se haya llamado» que puede leerse como un cuento separado. Menton considera que este capítulo podría incluirse en una antología de los cuentos guatemaltecos sobresalientes. De Los demonios salvajes considera que puede codearse con sus congéneres mexicanos y latinoamericanos. Finalmente, su novela Jinetes en el cielo fue finalista del prestigioso premio Herralde de Novela en España en el año 2010.

No debemos dejar pasar la vocación pedagógica de Mario Roberto. No solo como profesor o catedrático sino como un verdadero mentor, en el más amplio sentido de la palabra. El historiador y antropólogo social Mauricio José Chaulón Vélez lo define como un pedagogo de la praxis, humanista, revolucionario y crítico. El grupo Intergeneracional se formó alrededor de su figura e ilustra su labor didáctica como inspirador. Era una persona carismática a la que nunca faltó un humor agudo que rompía los hielos de solemnidad de la cual afirmaba: “La solemnidad es uno de los grandes males del mundo”.

Quijote alegre entre tantos tristes Sanchos. Amante de la música, en especial los cancioneros populares de diferentes países, desde las canciones de José Alfredo Jiménez hasta el fado portugués pasando por las baladas italianas de Nicola Di Bari, como El corazón es un gitano que Mario Roberto cantaba acompañado de guitarra, recuerda el escritor Luis Eduardo Rivera.

Como poeta sobresalen sus epigramas. Piezas intensas de temas amorosos tratados con ironía, haciendo una parodia bien sustentada de los modelos clásicos de la antigüedad romana, sobre todo los epigramas de Catulo. Fue asimismo un estudioso de la poesía y desarrolló su tesis de maestría sobre la lírica comprometida de Otto René Castillo y Roberto Obregón.

Guatemala pierde a uno de sus grandes intelectuales y escritores en un momento de crisis aguda cuando hacen más falta mentes que enfrenten la ofensiva autoritaria de la ultraderecha corrupta en el poder que ha cooptado las instituciones y las Cortes y que busca acabar ahora con la prensa independiente donde las voces críticas disidentes se alcen. Un panorama descrito por el antropólogo norteamericano Richard Adams como el país crucificado por el poder de licenciados y militares.

Mario Roberto Morales hace y hará falta y como homenaje queremos parafrasear un tema del cantautor Alberto Cortez:

Cuando un colega se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.

No debemos dejar pasar la vocación pedagógica de Mario Roberto. No solo como profesor o catedrático sino como un verdadero mentor, en el más amplio sentido de la palabra. El historiador y antropólogo social Mauricio José Chaulón Vélez lo define como un pedagogo de la praxis, humanista, revolucionario y crítico.

Fuente: [elperiodico.com.gt]

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Jaime Barrios Carrillo
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