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Mar de fondo

Disidencias ciudadanas un 16 de mayo

Gerardo Guinea Diez

14:45 pm. Un hombre mayor, como si en la mañana hubiese leído el libro de Georges Perec, Me acuerdo, ante los ríos ciudadanos que no terminan de llegar a la Plaza de la Constitución, dice: “recuerdo aún, que con estos ojos lo he visto todo…”, con cierta solemnidad que contrasta con la alegría ambiente de decenas de miles de jóvenes. En la plaza, la realidad se lee en el límite, o si se quiere, en los márgenes, en las grietas y en las fisuras, donde todo lo que acontece adquiere otro sentido. Como si fuera una puesta en escena, quijotes y sanchos ponen nombre y apellido a los sueños siempre postergados de una democracia para todos.

Y, aunque muchos afirmen, que los protagonistas carecen de salida, su perseverancia e indignación, es un relámpago o un colibrí al sol. El cielo se cae. Es una lluvia del fin del mundo. Aún así, nadie se mueve de su lugar. El resto marcha, bajo el aguacero, hacia su destino.

14:50 pm. Una joven mujer, a pesar del agua que cae a torrentes, sostiene un cartel. Mira al cielo y no aparta la vista. Qué ve, nadie lo sabe. Leo el cartel: “Renuncia Ya”. Me abro paso entre la multitud y decenas, centenas de carteles repiten la misma consigna. Otros, se atreven a pedir más: “Reforma Ya”. El rumor vibra su eco en las escasas sombras. Me acompaña el maestro Rudy Cotton.

14:53 pm. Durante años, la disidencia ha atravesado el territorio. Pueblos, comunidades, hombres y mujeres, a pesar de la desigualdad de fuerzas, insistieron en ejercerse como ciudadanos. Han sido miles de marchas, de mesas de diálogo, de promesas incumplidas. Cansaron caminos en defensa del agua, contra la minería, por la tierra. Muchos de ellos están aquí.

14:57 pm. Una adolescente sonríe. Desconoce los naufragios que han ocurrido en esta plaza. Otro mundo empieza a esta hora. Lugar emblemático, ella no estudió en los libros de texto que por aquí se han exaltado presidentes, caudillos y ha sido sede de protestas y represiones a lo largo del siglo XX. Nadie lo dice, pero, sin duda, el aire está contaminado de Historia.

15:00 pm. Ninguno de los ahí presentes, se asoma por curiosidad. Son las nuevas generaciones que impulsan este ritual de indignación ante la corrupción, el sistema político y el deterioro de la vida. Árbenz, Arévalo, Colom Argueta, son las figuras tutelares de este mar de fondo. La lluvia amaina.

15:05 pm. La plaza está abarrotada. Piden lo imposible, lo inimaginable hace dos meses.

15:10 pm. El hartazgo ha presentado sus cartas credenciales. A pesar de la humedad y la llovizna, no decae el espíritu de protesta. La tarde y sus palabras frente al muro donde miles dibujan otro mundo. La indignación moral crece y reina en las consignas y los gritos.

15:15 pm. Un hombre, a mi lado, conversa con otros indignados. Afirma que México, Argentina, Costa Rica, Canadá, Australia, Inglaterra, Suecia, asimismo, ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Minnesota, Viena, entre otras, se sumaron a las protestas llevadas a cabo en Zacapa, Sacatepéquez, Quezaltenango, Suchitepéquez, Huehuetenango, San Marcos, Chimaltenango, Sololá, Quiché y la capital de la república.

15:17 pm. Lo primero que viene a la cabeza es el título de un hermoso libro: Anatomía de un instante, de Javier Cercas. Una ola invade la plaza. Fuerrraaaa… y el grito es ensordecedor. Uno a todo pulmón.

15:20 pm. Es una tarde verbal con un idioma hasta ahora desconocido. Sin embargo, basta su música, su tono de rebeldía, su caos de luz. A mi lado, los representantes de la economía informal se ocupan de lo suyo, de vez en vez, uno de ellos levanta también su pequeño y modesto cartel. Hay espacio para todos. Un niño demora su mano en la finitud de la falda de su madre.

15:30 pm. No hay lugar para los protagonismos ni las intervenciones elocuentes. Es una sola voz, un eco, como las olas de un mar de fondo. Nadie es portavoz de nadie. “No le toca˝, gritan al unísono.

15:35 pm. “Renuncia, Ya” resuena con rotunda fuerza. El diluvio y la sed por una vida decente. No hay amargura alrededor, eso sí, mucha indignación.

15:40 pm. Cansados de las viejas hipotecas políticas heredadas de 1954, los manifestantes van de la alegría al júbilo, de los gritos a los vusvuzelas. Es imposible negarlo: es palpable el gusto por estar allí, en esa cita que no teme al cambio. Ya no más tierra baldía, ya no más tierra de nadie, sólo la tierra prometida. Los drones vuelan. Desatan la ira popular.

15:45 pm. Las protestas son el testimonio de un repetido fracaso: la construcción de un país. Carol Zardetto afirma: “…queremos tener las condiciones básicas para construir una nación”.

15:50 pm. La multitud espera paciente. Más allá de su potencial simbólico, impresiona su inesperada coherencia, la inocencia de sus sueños, la sinceridad de las consignas. Las decenas de miles de voces llenan de realidad la irrealidad de las últimas décadas. Una joven doctora despliega una bandera y un cartel, defiende la triste condición de sus pacientes. Es lo que ya sabemos, la educación y la salud pública son para el “pobrerío”.

15:55 pm. Parafraseo a Carlos Monsiváis cuando veo la plaza hasta el tope: “…nunca antes tantos habían sido tantísimos”. La masiva manifestación dejó de ser de clases medias. Allí todos, o casi todos, los sectores los congrega un solo espíritu.

16:00 pm. Un mar de fondo, embravecido, poderío de voces indignadas, cantan el himno nacional. En ese friso de batallas ciudadanas, rueda de nuevo la piedra de la historia. Y todos somos jóvenes de nuevo ante la alegría del derrumbe. Aún no llegan los miles de estudiantes universitarios a la plaza.

16:10 pm. Antes de retirarme pienso, cómo se agradece un mayo donde el viento es una música que no suena, pero emociona, como diría el imprescindible Umbral. Esta tarde intemporal, coronada de sueños, es un mundo donde el tiempo no se detiene. En pocas horas, miles de ciudadanos desgajaron ignominias, para volver a ser inocentes, en nuestra multitudinaria soledad, purísima y sin sombras. Todos apostamos por una eternidad donde un árbol de cayena nos acompañe como un abuelo para cruzar umbrales de soles que viven con nosotros, como aquellas memorables páginas que escribirán los que saben.

Y, aunque muchos afirmen, que los protagonistas carecen de salida, su perseverancia e indignación, es un relámpago o un colibrí al sol. El cielo se cae. Es una lluvia del fin del mundo. Aún así, nadie se mueve de su lugar. El resto marcha, bajo el aguacero, hacia su destino.

Gerardo Guinea Diez
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